Desde hace tiempo, México es un país donde el ejercicio del periodismo conlleva un riesgo muy alto. Carlos Arrieta, corresponsal en Michoacán del diario El Universal y de los medios digitales Animal Político y La Silla Rota, así como colaborador de noticieros de radio y televisión, lo sabe muy bien. “Trabajar como reportero en un estado como Michoacán, que tiene como vecinos a Guerrero, Jalisco, Guanajuato, Colima y el Estado de México, entidades que también se han visto envueltas en la violencia de unos años para acá, no es nada fácil. Te enfrentas a los ataques o la vigilancia no sólo de políticos o de organizaciones que no están conformes con lo que escribes y publicas –o que estigmatizan a los periodistas–, sino también, ya lo hemos visto, a los ataques o la vigilancia del crimen organizado.”
De acuerdo con Arrieta, Michoacán se ha convertido en una especie de laboratorio político y criminal donde el crimen organizado se ha desarrollado ampliamente, pero también donde se puso en marcha una estrategia fallida para combatirlo.
“No hay que olvidar que el expresidente Felipe Calderón, originario de Morelia, por cierto, fue quien ahí dio inicio a una guerra absurda, sin sentido, que dejó miles de personas muertas, muchas de ellas inocentes. Sí, ejercer el periodismo en este estado, repito, no es nada fácil.”
En opinión de este reportero, que se ha especializado en el tema de la violencia, el cual trata desde el punto de vista social, si alguien está en desacuerdo con un periodista, puede amenazarlo sin ninguna consecuencia, pues en Michoacán “se vive bajo el imperio de la impunidad.” Y lo dice con conocimiento de causa.
“Una vez conocí a un sujeto que quería denunciar algo, pero como no tenía pruebas, me negué a publicar su denuncia. Entonces me dijo: ‘A mí no me vas a ver lo pendejo. Me quisiste sacar información y te vamos a dar tu Apatzingán.’ Claro, estas últimas palabras significaban que me iba a matar como se estila en Tierra Caliente. No lo logró, pero sí me asedió durante un buen tiempo. En otra ocasión, varios tipos armados nos encañonaron a mí y a un fotógrafo en la carretera libre Lázaro Cárdenas-Zihuatanejo. Fueron directamente por nosotros, así nos lo hicieron saber, sin palabras, con los cañones de sus fusiles de asalto apuntándonos. Por fortuna, miembros de la Policía Federal que llevaban a cabo un operativo muy cerca los ahuyentaron y la cosa no pasó a mayores”, cuenta.
Ni enemigos ni aliados de nadie
Para Arrieta, el periodismo es un oficio como cualquier otro, como el de un carpintero, un electricista, un jornalero, y los periodistas no son enemigos ni aliados de nadie, no disputan territorios ni buscan el control político o electoral.
“En lo que a mí respecta, lo más importante es dar a conocer las historias, el día a día, de las víctimas de la violencia, de los ciudadanos que difícilmente serán escuchados por las autoridades. Comunicar la información forma parte de cualquier régimen democrático, como el que supuestamente tenemos en México. Por eso, repudio el discurso que sataniza a los periodistas. Ese discurso nos coloca en una zona de vulnerabilidad y riesgo no sólo ante los criminales, sino también ante mucha gente que ha asumido posiciones políticas radicales.”
Finalmente, Arrieta piensa que los periodistas, los medios de comunicación y el resto de todos los ciudadanos necesitamos una libertad de expresión con responsabilidad.
“Por lo pronto, los ataques a los periodistas deben cesar de inmediato. Espero que ahora que la compañera Azucena Uresti ha recibido amenazas del crimen organizado, las autoridades competentes tomen cartas en el asunto y frenen tanta violencia y hostilidad en contra de nuestro gremio.”