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EL ÁRBOL DE LA VIDA

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Inauguración de la Sala de Discusiones, Extemplo del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, Ciudad de México, ca. 1923. Foto: Fondo Roberto Montenegro, Cenidiap / INBAL.

Casi cien años han pasado desde que el artista Roberto Montenegro pintó en el extemplo de San Pedro y San Pablo, actualmente el Museo de las Constituciones, una de las obras claves para entender los inicios del muralismo mexicano en los albores del siglo XX: El árbol de la vida.

“Montenegro pintó una alegoría del ser humano como el centro del universo, el generador de todas estas fuerzas que controlan el mundo natural a través de la cultura, una actividad natural en el ser humano. Es una idea cercana al proyecto de la modernidad, cuando se consideró que el progreso iba a ser lineal y ascendente, y el ser humano era el que regulaba todo”, comenta Julieta Ortiz Gaitán, del Instituto de Investigaciones Estéticas y autora del libro Entre dos mundos: Los murales de Roberto Montenegro.

Orígenes

Cuando José Vasconcelos fundó la Secretaría de Educación Pública en 1921, durante el gobierno de Álvaro Obregón, notó “la importancia y magnitud de la tarea que le esperaba: educar a todo el país, porque se trataba de centralizar la enseñanza; por eso recurre a los otros medios, muy originales y muy novedosos en ese entonces, para transmitir valores y conocimiento histórico a la mayoría de la población”, señala Ortiz Gaitán y sigue:

“Entonces concibe la idea de llamar a pintores y artistas para pintar muros en edificios públicos, para ayudar de alguna manera a la labor del docente en las aulas. Es así como contrata a un equipo encabezado por Roberto Montenegro, Jorge Enciso, Gabriel Fernández Ledesma y Xavier Guerrero, que acometen la empresa de decorar, porque, es muy importante decirlo, Vasconcelos quería decorar estos edificios. No había un mensaje, todavía, mucho menos uno político, quería que se representaran los trajes típicos del paisaje mexicano, las artesanías y demás”.

Explica la investigadora que la idea original de la pieza no fue del gusto de Vasconcelos –“originalmente se pintó una alegoría de San Sebastián, flanqueado por mujeres, algunas lo estaban flechando”–, quien pidió al artista una serie de modificaciones:

“Es conocida la misoginia de Vasconcelos, muy de la época, pensaba que demostraba muchas debilidades, del hombre en particular. Tenemos testimonios en fotografías que se publicaron en el boletín de la Secretaría de Educación Pública, donde aparece esta primera versión, la modificación se hizo casi inmediatamente, porque se iba a establecer allí una Sala de Discusiones Libres.

“La versión actual muestra un hombre en armadura, con seis mujeres de un lado y seis del otro, vestidas a la usanza grecolatina y portan dones, llenos de simbolismo, y significados diferentes. El hombre con la armadura da el mensaje de lucha, de una empresa, que yo relaciono a aquella que estaba iniciando José Vasconcelos en México.”

Boceto para El árbol de la vida. Foto: Fondo Roberto Montenegro, Cenidiap / INBAL.

El primer mural

La especialista considera que el de Montenegro es el primer mural del muralismo mexicano, si se sigue la cronología histórica. Aunque éste ha sido un punto de controversia en la comunidad académica.

“En el mismo San Pedro y San Pablo, Gerardo Murillo pinta una serie de murales muy sui generis, porque, como decía, los primeros murales no son políticos, eran de gigantes saliendo del mar. Estos murales son contemporáneos al de Montenegro, ambos se pintan en 1922, antes de que Diego Rivera pinte en el Anfiteatro Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria”, argumenta Ortiz Gaitán.

“Pasa que Rivera venía con un prestigio muy, muy grande por ser un pintor con una personalidad muy diferente, muy fuerte y polémica. Era el centro de atención de la crítica y los comentaristas de arte en la prensa, por eso tiene mucha mayor trascendencia, además de la calidad pictórica, su colorido y la construcción misma del mural. Montenegro era un pintor más preciosista, un gran dibujante que destacó desde la Academia de San Carlos con una línea muy, muy rica, muy exuberante y expresiva, no muy hecha para las grandes superficies”.

“Rivera y los demás muralistas vienen con un ímpetu socialista abiertamente de justicia social y otros objetivos, eso es lo que va a prevalecer. Todo esto estaba iniciándose entonces. El de Montenegro tuvo una mala crítica, definitivamente, porque incluso llegaron a llamar a San Pedro y San Pablo un museo de la mediocridad. Los comentaristas hablaban de esta cosa fallida de Montenegro y, por otro lado, alababan sus cuadros anteriores”, añade la investigadora y subraya:

“Hay que aclarar que en la Secretaría de Educación Pública se le llamaba decoración de edificios al muralismo, a los pintores los contrataron como decoradores. Esa era la palabra que usaban. Esa primera etapa de muralismo, la representa Montenegro, es una etapa decorativa, con muchos remanentes del modernismo finisecular, el simbolismo y la iconografía misma no dan el paso a encontrar una estética más acorde al siglo XX. El mural es muy, muy valioso e, histórica y artísticamente hablando, es un mural afortunado, diferente, apolítico y decorativo. Didáctico, como pretendía ser, pues no tenía esa otra carga que vino después, ideológica y de lucha social.”

El árbol de la vida (temple, 1921-1922), Roberto Montenegro. Foto: cortesía Lourdes Almeida. Archivo Fotográfico Manuel Toussaint / IIE.

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