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Haciendo leña…

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Tengo varias anécdotas en las que esos hermosos ejemplares de la naturaleza, son protagonistas… hasta que no quede uno porque hicimos leña del árbol caído. Y tiramos los que estaban de pie.

Recuerdo la plática del doctor Enrique Morelos, mi tío, en su casa de Ricarte 90 a pocas calles de la Villa, con el general Lázaro Cárdenas.

Don Lázaro recomendaba al tío que a su hijo, de igual nombre y un chamaco al límite de la genialidad, lo dedicara a la política. La negativa fue rotunda y la recomendación de que mejor dedicara a eso a Cuauhtémoc.

No. Don Lázaro dijo que el todavía jovenzuelo estaba muy bien con sus negocios de rapamontes. Que mejor se quedara así.

Un año insufrible en Toluca mientras mi padre laboraba en una empresa maderera. Debimos salir de lo que era un helado pueblote, cuando don Alfonso se mostró indignado por el asesinato de comuneros y la negativa de las autoridades a actuar. Siguieron los crímenes impunes.

Para construir mi casa en Cuajimalpa, compré las enormes vigas en la Protectora e Impulsora del Bosque o algo parecido. Empresa estatal que el gobernador entregó para su manejo a un primo.

Poco antes del segundo año y con el producto totalmente pagado desde su encargo no había noticias. Protimbos aducía que no localizaban árboles rectos de determinada altura, más de doce metros.

Usé todos los recursos a mi alcance, hablé con senadores del estado y preparé un escandalito mediático, luego de que me enteré que mi dinero nunca había sido entregado a la empresa, de la cual tenía recibos.

Existía una cosa llamada pudor. El gobernador se enteró de los trinques de su pariente y ¡milagro de milagros! aparecieron mis vigas, todas y como fueron pactadas.

A lo largo de la calle y junto a la barda de piedra volcánica, mi esposa, Magdalena, decidió sembrar una docena de árboles que vimos crecer y convertirse en robustas plantas con tupidas copas.

Para sembrarlos, obvio, debimos agujerear la banqueta. Inútil pretender el auxilio o los permisos de la delegación. Nacía el imperio perredista, así que nos fuimos por la libre.

Por esa calle la circulación de patrullas y otros carros oficiales es constante. Listillos, nunca nos impidieron trabajar sino hasta el momento en que llegó una camioneta con los retoños.

Se amontonaron tres, cuatro patrullas, que empezaron a exigir permisos, amenazaban a quienes transportaban las plantas y luego de muchas alegatas, un charolazo por medio (trabajaba en Prensa del Senado) y dejándolos pensar que era legislador y no simple empleado, se retiraron con gesto de frustración con la mano extendida pero vacía.

Crecieron los arbolitos, excepto uno que tronchó un imbécil mocoso ebrio hijo del sol amarillo, que chocó de lleno y se fue de frente contra la maciza pared de piedra. Lo sacaron con pinzas y lo que sobró de su coche lo dejaron a las puertas de su casa, unos metros adelante.

Al infeliz asesino silvestre, no le pasó nada, sólo ojos morados, vendas en la barriga y ayuda de un bastón. Menos de tres meses, por cierto.

Los árboles no sólo son hermosos y llenan la vida de placer, igualmente son latosos cuando deben crecer en el infame medio para el que no están dotados. Hay que darles atención, agüita cuando son bebes y rasurarlos ya adultos.

Las ramas se tiran a crecer alegremente y si se llevan un alambre, o dos o diez, no les importa. Entonces le pides a Juanito, auxiliar casero, gran jardinero, que los pode para que no dejen sin luz a la cuadra. O sin teléfonos.

Inmerso en la tarea, Juanito sólo sintió la mano dura del uniformado que le exigía el permiso para la poda. Permiso que se intentó tramitar sin éxito.

Casualmente llegué a casa en ese momento, cuando ya estaban metiendo a la patrulla al trabajador. Con tono patronal, le ordené que entrara a la casa, sacara de mi escritorio el permiso y ya.

Juanito, era fin de semana y acostumbraba irse a su pueblo para ver a su familia, así que entró por la puerta principal, agarró su maleta se fue a la puerta trasera en la calle vecina y de allí hasta Toluca.

Los policías desconcertados esperaron un buen rato y cuando les comenté que la paloma había volado, con imprecaciones entre dientes, se retiraron.

El lunes regresó Juanito y terminó su tarea sin problemas ni visitas incómodas.

(Necesaria explicación sobre la foto que ilustra. Al fondo decenas de condominios, vecindades verticales desocupadas, sospechosas de ser lavaderos de dinero. Parece que no hay interés por venderlas, si alguien compra, está bueno y de renta ni hablar.

Se encuentran a lo largo de la incómoda, destruida y saturada carretera que viene de Toluca. En el centro el bosquecillo durante uno de sus incendios).

Víctor Manuel Juárez, el Joven Yuárex, Vitorinox o Vitocho, anuncia que mañana hará un comentario analítico sobre lo que sucede con los árboles en esta ciudad. De allí mis inanes experiencias silvícolas. Lo leeremos…

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Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.

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