Con ese sobre nombre nos calificaban a quienes trabajábamos en un banco; era un empleo muy buscado, los varones porque, increíble, se sentían ligados en alguna forma a los ríos de dinero que pensaban manejar.
Para las buenas familias, no había mejor ni más digna posición laboral para sus hijas. Había protocolos que cumplían rigurosamente, unos de comportamiento y los otros de imagen.
Los varones, traje completo, colores serios, corbata sin dibujos y camisa blanca; ningún adorno capilar en el rostro aunque en ciertos casos se admitía un bigotillo discreto y el pelo con el clásico casquete corto. Los zapatos siempre boleados.
Las mujeres eran eran blanquitas, de aspecto aburguesado, no tenían permitidos los escotes que, por lo demás, casi nadie usaba; un maquillaje tan discreto que parecía natural y los vestidos amplios y de estampados en colores apastelados.
Como criterio absoluto, el cliente siempre tenía la razón, aunque estuviese equivocado lo que requería de una averiguación hasta convencerlo. Si había discrepancias en los montos manejados, al final de la jornada se hacía un arqueo.
Si se encontraba el dinero que reclamaba el cliente, se proceda a entregarlo sin mayores protocolos. Si la revisión del dinero en las cajas no mostraba sobrantes, se apelaba a la participación del cuentahabiente para que tuviese la seguridad de que no lo habían robado; no al menos en forma tan vulgar.
Viene lo anterior para comparar la actualidad en la que ya no son gatos sino funcionarios. Pero veamos en qué han cambiado, además de la denominación, hoy son presuntuosos funcionarios bancarios. Aunque el nombrecito no les adorne para nada.
Antes los salarios eran décorosos, recordando que la banca era nacional y lo que hizo Jolopo fue estatizarla. Y entre De la Madrid y especialmente Salinas, la extranjerizaron. De la veintena de instituciones que había, sólo quedo un banco mexicano, desaparecieron algunas tragadas por otras que, a su vez, fueron compradas a precios indecentemente bajos, por bancos del exterior.
La suntuosidad de las oficinas principales no se corresponden con la precariedad de las sucursales donde el personal tiene dos características, indiferencia hacia el cliente y ofensiva informalidad en el atuendo.
Un botóncito de muestra: en HSBC que me imagino es británico, un cliente acude a sacar dinero directamente de un cajero electrónico. La tarjeta es del Bienestar, se procede a los pasos necesarios, ordena al cliente que retire su dinero, que no aparece por sitio alguno; en la pantalla piden una donación, al rechazarla, se apaga y adiós tarjeta y adiós dinero.
Son diez pasos hasta donde esta el gerente, un sujeto de barba sin rasurar, con un chaleco tejido a mano que le resalta el globo ventral, una chaqueta gris que reclama una plancha con urgencia. Sin alzar la mirada, ante la queja dice que no puede hacer nada.
Se recurre al inefable método que se usa con niños majaderos o caprichudos, y con lentitud se repite la explicación. Sigue sin mirar al interlocutor al que responde que la máquina automáticamente destruye la tarjeta intrusa y del dinero sugiere que se reclame a Bienestar.
Lo que ha sucedido luego, con visita domiciliar de funcionario disfrazado de morado camote, que ofrece regresar con la renovación, es que luego de cuatro meses más o menos, me entero que a quien no haya retirado dos pagos le cancelarán su membrecía.
Malpensado que es uno. Si cumplieron el trámite de sustitución y no fue en favor del afectado, habrá que suponer que el 90 por ciento de la honestidad del funcionario se fue al 10 por ciento de eficiencia y muy eficazmente se beneficia con tarjeta y recursos.
Y hay que suponer que en tal maniobra ha dado sus antellegones a otros beneficiarios con lo que seguramente tendrá su buen ingreso particular. No se confunda lo anterior con corrupción, sino culpa de la incapacidad de lis veteranos para entender procesos electrónicos.
Y desde luego culpa de la inmobilidad de quiene por edad o descuido, no acuden personalmente a realizar sus trámites.
Aquí, en la esquina y bajo un puente, vinieron los militsres y construyeron una sucursal del Banco del bienestar. Metieron algunos muebles, jalaron sus carretillas donde colocaron las cucharas, los niveles los comales donde calentaban el almuerzo, las escobas y los traoeadores… y desaparecieron.
Justo precisar que dejaron todo rechinando de limpio. Y de los bancos y su gandayés, les recuerdo que antes se promovía el ahorro inclusive escolar y que esas libretitas causaban intereses a favor del ahorrador. Hoy cobran por tener nuestra lana y por emplearla en sus negocios usureros…
Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.