Los rostros alegres y la sonrisa los delatan. Nuestros hombres del campo que lograban un lugar en el Programa Braceros, con ida y vuelta a México.
La mayoría regresaba porque el propósito era trabajar los campos en Estados Unidos, con un ahorro forzoso que recibirían a su retorno.
Sólo que mexicanos somos y nos veríamos mal si todo fuese derecho, legal, como establecía el convenio laboral.
Sucede que por el camino los recursos se desviaron. Pasaron alrededor de 50 años y el Gobierno Federal comenzó a buscar a los dueños de los recursos.
Tarea que podría haberse inscrito en las mejores obras de Marx, Groucho, desde luego. Al no ubicar a los titulares, en mayoría ya desaparecidos, se enfocaron a los deudos.
Y allí la puerca torció el rabo, por un lado acreditar derechos y por el otro asignar las cantidades correctas, se convirtió en labor de romanos.
Con el tiempo y consecuentes con la teoría del olvido colectivo, se abandonó el programa, ahora debemos investigar cuándo y en beneficio de quién.
Paso al rollo personal. En mi familia hubo braceros, todos sin excepción, volvieron a cumplir sus sueños pero en su terruño.
Así, un primo hermano que con sus ahorros compró un destartalado camión que constituyó en el primer servicio de fletes y mudanzas de la región.
Éxito completo, pudo continuar sus estudios de Leyes, se recibió, ejerció y un día apareció como notario en una población no lejana. Allí, por arte de nuestro sistema, hizo un fraccionamiento de lujo. Éxito.
Otro de los enganchados cuando habló con esposa e hijos, llegaron a la conclusión de que en la zona donde vivían era necesaria una tienda de abarrotes.
Entrado en el oficio, comenzó a comerciar con granos y semillas. Creció el tendajón y se convirtió en Almacén de Granos y Semillas, así se le conocía.
Nunca dejo de vender a la chamacada las enormes bolas de piloncillo de dos centavos, ni las charamuscas de igual precio.
Un tercero, con tierras de siembra, cultivo de fresas y dos pares de vaquillas, adquirió un toro que usó como pie de cría y con el tiempo se vio agraciado con un numeroso hato de redituable producción de leche que vendía, tal cual, en las orillas de Morelia.
Supe de muchos casos similares. Creo que la característica común entre los braceros, era la continuidad del trabajo, algo que al parecer asimilaron de su experiencia en el norte.
Interesante el experimento, dejó de tener utilidad cuando comenzó la avalancha ya no trabajadores, sino de emigrantes encandilados por el Milagro Americano.
Ya no querían cumplir su sueño, por lo menos no en su país, sino transformarse quizá blanquearse por contagio y casarse con una rubia espectacular, comprar un monstruoso coche convertible y venir a México mostrando su felicidad en una sola expresión: ¡Ohhh, yea, muy bomitou..!
Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.