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Simulacro y realidad  

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Antiguamente se le llamaba “temor de Dios“. Nos advertían: sientes el temblor y no te hincas. Así que habría que vivir de hinojos, por lo menos los 19 de septiembre, que es la fecha que ha elegido el Diantre para ocasionarnos permanente desasosiego.  

    Igual que en 2017, cuando se realizaba el simulacro en recordación del terremoto de 1985 –otro 19 de septiembre–, una hora después acaeció un temblor de mediana magnitud. Fue lo mismo de ayer, lunes 19 de septiembre, que 50 minutos después de concluido el simulacro, volvía a cumplirse la hora del siniestro.  

    No soy astrólogo, ni creo demasiado en el alineamiento de los planetas ni la Era de Acuario, pero los astrofísicos y los geólogos deberán sesionar varias jornadas para dilucidar por qué, en ese preciso momento del perigeo, la tierra tiembla. O, por lo menos, la tierra mexicana.  

    Podría pensarse que se trata de una broma de Dios… todos los 19 del noveno mes echará los dados cargados para llenarnos de polvo y adrenalina, viendo las lámparas balanceándose en el techo de casa. ¿Habrán servido de algo los simulacros? Es la pregunta esperando respuesta.  

    Los capitanes navales prefieren llamarlos de otro modo… zafarrancho de incendio, zafarrancho de combate, zafarrancho de limpieza, porque esa voz presupone la actividad conjunta, a punto de alboroto, que merece la refriega. Suena la campana, el silbato de autoridad, y ya está la marinería completa entregándose a sus tareas del caso. Acá no ha sido así. Sonó la alarma y medio mundo, igual que hormigas, procedieron a desalojar escuelas y oficinas con ánimo por demás negligentes. “¿Oootra vez?”.  

     Nuestro país podría ser campeón de los simulacros. Es decir, paladín de la imitación de sucesos reales, pero sin efectos prácticos. Lo que en términos deportivos se denomina “finta”. Hacer como que…  

    Así pues, podría pensarse, ¿no fue el gobierno de Lázaro Cárdenas un simulacro de bolchevismo? Nacionalizar (estatizar) la industria petrolera en manos de particulares, al tiempo de declarar el carácter “socialista” de la educación –reformando el artículo tercero constitucional–, a fin de la reestructuración social e ideológica del pueblo mexicano. Y luego, ¿no fue el gobierno de Luis Echeverría un simulacro del cardenista? Y hoy, ¿no se pretende un simulacro echeverrista preparándonos para la redención tercermundista… perdón, popular vestida de color magenta?  

    Simulacros y más simulacros. Faramallas y más faramallas. Fingir, aparentar, disimular. La vida pública como un simulacro de liberación, pero sin ir más lejos de las bocinas llamando a rebato, o el encarcelamiento de cinco o seis cabecillas del régimen anterior, que fue de lo peor. El régimen de los mil epítetos (traidor – corrupto – fifí –compinche – del carajo – perverso – podrido – infecto – y encima neoliberal).  

    El simulacro tiene mucho de predisposición. Participamos en el simulacro para saber qué hacer cuando llegue el momento de la realidad. En teoría, al menos, un simulacro nos hace peritos en desastres. ¿No es una materia ya en sitios como Irapuato, Culiacán y Zacatecas, que los estudiantes se tiren al piso y cubran la cabeza con las manos o las mochilas apenas zumbar la chicharra de alerta? Así podrán enfrentar el tiroteo semanal produciéndose a las puertas del colegio. Diez en aritmética, diez en gramática, diez en simulacro.  

    Y están las otras simulaciones que nos hacen peritos en el bostezo o el abucheo. La convención nacional del partido, la alianza opositora, la consulta popular que dirá de qué color deben ser los buñuelos de diciembre.  

    La definición de mi diccionario es despiadada: “Acción que se realiza imitando un suceso real para tomar las medidas necesaria en caso de que ocurra realmente”. Simulacro, sí. Imitar los sucesos reales, como los payasos del circo. Vengan los aplausos, o los abucheos. Hemos sobrevivido al temblor… ¡perdón!, al simulacro del terremoto. Que ya vendrá porque, a fin de cuentas, la realidad termina por imponerse.  

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Escritor y periodista o periodista y escritor, David Martín del Campo, combina el conocimiento con el diario acontecer y nos brinda una deliciosa prosa que gusta mucho a los lectores. Que usted lo disfrute.

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