Lo he manifestado antes, siento que ya me pasé de siglo y hoy transito por un mundo más que raro, ajeno. No es mi época y en ese contexto confieso mis frecuentes dudas y desorientaciones.
No entiendo por qué alguien con sus circunvoluciones neuronales correctas, quisiera llegar en cinco segundos a los cien kilómetros por hora.
Es uno de los atractivos con los que pretenden vender coches que ya no usan llaves. Con una cajita electrónica en cualquier parte del cuerpo, de la ropa, quizá en un lugar del mismo vehículo, se guarda y después se aprieta un botón que luego se pulsa para apagar el artefacto.
Una pantallita o una pantallota, dé acuerdo con las posibilidades del comprador, le indicara el camino, no el que quiera seguir por propia voluntad sino el que decide un satélite o algo parecido.
Allí se observa el funcionamiento total del carromato, sometido a la tirana de los chips. Contesta el teléfono, recibe mensajes escritos y, absurdo, hasta películas se puede ver ¿mientras manejas?
Es pues, una computadora montada en el tablero del coche que va midiendo tu distancia del borde del camino. Su cruzas al carril contrario, chillará e intentará volverte al buen camino.
Por cierto la pantalla pude ver alrededor del transporte y mira cuando rebasas para que sepas el momento de continuar por tu lado sin chocar con el rebasado.
Otro atractivo mas: recargador para los celulares inalámbrico, y conexiones para computadoras portátiles y chunches similares.
Parece excesiva la adquisición de un aparato de precio millonario, sólo por esos cinco Segundos o por contar con un cargador de pilas sin cables.
A propósito de reloj. Lo colocas en tu muñeca, puedes ver tu frecuencia cardiaca, la presión arterial, las calorías quemadas si estás haciendo ejercicio, los pasos que haz dado, los metros o kilómetros recorridos.
También puede darte la orientación geográfica y advertirte si asoman nubes pletóricas de agua. Contesta teléfono o puedes marcar un numero.
¡Ah! Y por no dejar, si necesitas hasta la hora te puede informar.
Por otro lado, el teléfono constituido en un apéndice más del cuerpo humano, indispensable como un brazo, una mano, te proporciona la hora satelital, la fecha igualmente referida por instrumentos celestiales.
Cuenta con redes sociales cibernéticas, mensajería en variantes infinitas, permite la comunicación visual, cuenta con un apartado para notas, traductor de idiomas, calendario con recordatorios, archivo casi infinito, consulta de datos o información de actualidad o histórica.
Y lo que parece el reclamo predilecto de los vendedores del aparato o los servicios: cámara fotográfica de chorromil pixeles. ¿Qué es eso, para qué sirve?
Lo dijo primero, hace largo tiempo, un veterano reportero, lo repitió en días pasados la Betty: desde que hay teléfonos celulares, ya cualquier pendejo se cree periodista. Para eso sirven.
Y sí, el uso y abuso de las fotos que suben a las redes los celumaniacos, es inconcebible y casi en su totalidad inservible.
Pero con nuestro nuevo teléfono, de última generación, tome imágenes en absoluta oscuridad, acérquese a los cráteres lunares, mire a su vecina de la otra cuadra, cuando se prepara para dormir.
¡Un mundo de posibilidades! Con la indudable ventaja que lo podrá usar para hablar con su familia, con sus amigos, o en asuntos de negocios. Pero fíjese antes en la cámara.
Total certeza, no pertenezco a este mundo insólito lleno de artefactos que van suplantando nuestra capacidad de decisión.
Por cierto, voy a ver mi teléfono para saber si lloverá hoy y si puedo salir a la calle y hasta qué hora…
Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.