Luis Echeverría y Sergio Galindo
Ignacio Solares/ Revista de la UNAM
Durante una de sus visitas anuales a nuestro país, Caroline y John Brushwood nos invitaron a Myrna y a mí a comer al Bellinghausen con Sergio Galindo y su esposa Ángela.
Sergio era no sólo un magnífico escritor sino también un gran conversador.
En esa ocasión nos contó su experiencia como director de Bellas Artes, nombrado expresamente por el entonces presidente Luis Echeverría, a quien le gustaba acercarse a los escritores y leer alguna de sus obras (era un buen lector, como diría Vicente Leñero, “lo que sea de cada quien”).
Con Sergio Galindo hubo una especial relación desde que este trabajaba en la Secretaría de Educación, bajo las órdenes del secretario Bravo Ahuja.
Sergio le recomendó algún autor que al Presidente le entusiasmó. En un par de ocasiones lo invitó a comer a Los Pinos y finalmente, decíamos, lo nombró director de Bellas Artes.
Para presentarlo con su gabinete (dado que políticamente no era un personaje muy conocido), Echeverría organizó una reunión un sábado al mediodía en su casa de Cuernavaca.
Se sentaron en equipales, bajo sombrillas que no tapaban del todo el fuerte sol de agosto, con una mesa de centro, rodeados por el frondoso jardín encendido de buganvilias y ese fuerte sol reverberando destellante en el agua de la alberca.
A los pocos minutos, se acercó un mesero para preguntarles qué deseaban beber. Se empezó a responder de izquierda a derecha, después de Echeverría, quien tenía a su derecha a Sergio Galindo.
—Yo un agua de horchata, si me hace el favor —pidió López Portillo, secretario de Hacienda.
—Yo de Jamaica —dijo Flores de la Peña, secretario de Patrimonio Nacional, y cuyo alcoholismo era tan conocido que le decían Flowers on the Rocks.
—Hombre, yo me tomaría una de tamarindo, para mitigar este calor —fue la petición de Porfirio Muñoz Ledo, secretario del Trabajo.
—Si me hace el favor, a mí tráigame un agua de melón, que me encanta —dijo, al tocarle su turno, Mario Moya Palencia, secretario de Gobernación.
—Yo me inclino por el agua de chía, si tiene —dijo, sin dudar, Augusto Gómez Villanueva, de la Reforma Agraria, quien también tenía fama de buen bebedor.
—Yo, de plano, me voy por un agua de limón —solicitó Eugenio Méndez Docurro, de Comunicaciones y Transportes.
Por el mismo rumbo continuaron los de más secretarios, hasta que llegó su turno al invitado especial, Sergio Galindo, director de Bellas Artes, quien estaba sentado a la derecha del Presidente. Preguntó sin una gota de duda.
—¿Qué whiskies tienen? Todas las miradas, estupefactas, se posa ron sobre él.
—Chivas Regal, Etiqueta Negra, Old Parr… algún otro —contestó el mesero, quien también tenía los ojos muy abiertos.
—Yo quiero un Old Parr, doble, sin hielos, en un vaso old fashion —dijo Sergio Galindo con la misma naturalidad con que había hecho la pregunta.
El mesero anotó la petición en su libreta.
—Todos los presentes no salían de su asombro —contaba Sergio—, pero más, cuando Echeverría hizo la petición de su bebida:
—Hombre, yo me uno a la brillante elección del licenciado Galindo de un Old Parr doble, en vaso old fashion, sólo que yo sí con hielos.
El Presidente tomó el tema de las bebidas con toda naturalidad —y así empezó a beber su Old Parr—, y habló sobre la historia, tan importante para la cultura en México, del Palacio de Bellas Artes.
Se habló de todo y de nada, aunque predominó el tema de la literatura, en el que sobresalió, por supuesto, López Portillo.
Una hora y media después, más o me nos, y con más calor, el mesero se volvió a acercar a la mesa y, antes de llegar, con un movimiento circular del índice, el Presidente le dio la orden de que repitiera la ronda de bebidas a los acalorados invitados.