Todavía no pisábamos la explanada frontera a templo de La Guadalupana, y escuchamos los desafinados acordes de una guitarra acompañando una voz cascada por el tiempo.
Apenas cumplía una semana de haber llegado a la inconcebible y monstruosa capital. Todavía unos cuantos menos de dos millones de personas.
“Al pie de un verde nogal. Ahí quedé; allí me dejó mi amor ¡qué ingrata fueee!
Nos pareció una canción fuera de lugar, en la mera puerta de la iglesia. Aún el insustituible arquitecto Ramírez Vázquez no nos asestaba la actual Basílica de la que el respetado. Creador aceptaba la broma de que se “
inspiró en una caja para sombreros.
“A los jalones de los gendarmes, me desperté … ¡Ay, que crudo estoy, quiero curarme y no hallo con qué!” Seguía lamentándose el trovador y nosotros sin entender el sentido de la canción.
“¡Pero ay Dios mío, quítame esta cruda! Porque esta cruda me va a matar” y aquí la imploración final, la motivación para los borrachines guadalupanos… pero sin dinero:
“La Virgen de Guadalupe me ha de ayudar”, la estrofa final la repetía mientras pasaba el sombrero donde sonaban unas cuantas monedas.
El primo que me acompañaba, igual de bobo o inocente o como quieran llamarlo, me recordó el consejo de otro primo con mas experiencia en la monstruosa ciudad: los que visitan la Villa son divididos entre peregrinos y pendegrinos. Buzos y no dejen que nadie se les acerque.
Apreté en mi bolsillo los 30 centavos de nuestro camión de regreso. La ida, con el argüende de nuestra salida solos, la hicimos a pie. De Inguarán a un costado del antiguo rastro, agarramos camino.
Por Platino y a lo largo del parque Elías Calles, hasta la Calzada de Guadalupe y de allí derecho hasta tropezar con el recinto religioso que miramos y no nos provocó la menor emoción. En Mochelia en cada cuadra hay un Churriguera, un Barroco, la variedad de estilos arquitectónicos son infinitos. Y bellos.
Nos mezclamos con los millares de comerciantes que cubrían con sus tenderetes la explanada que terminaba en la avenida que corría de lado a lado.
La curiosidad, dicen, mató al gato. De un lado a otro mirando escapularios, cadenas con medallias , ropa para penitentes, baturrones café como de monje con su cíngulo creo que se llama al cordel que se atan a la cintura.
Medallas sueltas para la adoración favorita del cliente, pulseras, anillos, libros religiosos, efigies en todos tamaños y materiales con prevalencia de La Guadalupana.
Y bueno, no fue el gato sino el Diablo que metió la cola. De pronto mirábamos a un habilidoso sujeto que con tres cascaras de nuez y un balincito, retaba a descubrir dónde quedó la bolita.
Mi primo, haciendo gala de buena vista, adivinó tres veces seguidas. El dueño del juego le pidió que no apostara porque lo iba a dejar sin dinero.
El consabido palera apareció y dijo: le apuesto al jovenazo. Y ganó. Pero luego le pidieron que jugara con su dinero. Confesamos que éramos casi indigentes y sólo traíamos para dos boletos de camión, segunda clase.
Nos desalojaron pero ya estaban otros al acecho. Una señora con mandil y aspecto respetable, nos prendió unas medallas, otra nos colocó sendos escapularios y nos dieron una breve colección de estampitas y una libreta con rezos.
En todo momento nos decían que como era un obsequio de la Virgen, teníamos que ser espléndidos.
Las 30 monedas que mostramos nos los quitaron de un manazo y en menos de lo que maúlla un gato, perdimos nuestro capital y las condecoraciones.
No se lo platicamos a nadie, sin duda no entrábamos en el género de los peregrinos, sino en la otra subespecie.La gráfica ilustra cómo era La Villa…
Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.