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Zombies en Filadelfia

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Relatos dominicales  

Miguel Valera  

Esa mañana fría, de casi 8 grados de temperatura, habíamos ido al Museo del Misterio en Stella Street. A Sofía le gustaban las cosas raras, misteriosas y tenía una obsesión por las muñecas con fama de poseídas o diabólicas como las que había en ese museo de cosas raras. Yo, que no puedo carburar bien sin uno o dos cafés en la mañana, quería que ya terminara el recorrido para buscar una “grocery”, como le dicen allá a las tiendas de la esquina.  

Caminamos por Emerald St y luego por Orleans St, buscando la Avenida Kensington, porque nos habían recomendado un restaurante llamado La Arecibeña, en el 2998 de esa avenida. Titiritando de frío y con las tripas quejándose a todo lo que daban, nos detuvimos en la Grocery Avelino’s, casi en la esquina de Ruth St, para pedir un café hirviendo y una bolsa de pretzels.  

Caminamos una cuadra más hasta toparnos con la ansiada avenida, la que empezamos a recorrer con asombro. Sofía se sujetó a mi brazo, nos cruzamos la acera y pudimos observar escenas que nos llenaron de miedo, porque se trataba de imágenes sacadas de una película de terror. Hombres y mujeres, jóvenes en su gran mayoría, inmóviles unos y caminando otros, como si de zombies se trataran.  

Sofía, afecta a todo lo que terror significara y coleccionista en casa de las 17 mejores películas de zombies de todos los tiempos, desde La noche de los muertos vivientes (1968) hasta Zombies Party (2004), se quedó sorprendida ante estas escenas que, como dijeran los clásicos, superaban cualquier hecho de ficción. El frío, que me hacía temblar hace unos minutos, se había ido de mi cuerpo o se había encarnado en mi alma, sorprendida también por estas escenas.  

Hombres y mujeres tirados en la calle, buscando entre la basura, estáticos, con el cuerpo cansado, encorvados, con las miradas perdidas. De pronto pasaron por mi mente escenas como de guerra o de esculturas de Alberto Giacometti, cuerpos flacos, desgarbados, ausentes, con la mirada perdido, sin sentido. “Son adictos, consumidores de droga, especialmente de fentanilo, nos dijo nuestro viejo amigo William Penn, esa noche mientras cenábamos en su casa.  

“El fentanilo es un fármaco opioide sintético aprobado por la Administración de Drogas y Alimentos para su uso como un analgésico y anestésico. Es 100 veces más potente que la morfina y 50 veces más que la heroína cuando se utiliza con fines de analgesia”, nos dijo mientras nos preparaba un “Cheesesteak”, el típico platillo de esta ciudad norteamericana que se prepara con carne de res en rodajas y queso provolone.  

Las drogas están matando a una generación en este país, añadió. Antes se satanizaba la marihuana o la cocaína. En 2021 este país contó a más 107 mil muertos por drogadicción y de este número, 70 mil murieron por el fentanilo, así que ya se imaginarán lo que está causando.  

 Mientras destapaba un vino “Bee Sting Jalapeño”, de las bodegas Bishop Estate, por nuestras mentes seguían vivas las imágenes de la avenida Kensington, con las figuras de hombres y mujeres perdidas por esta droga que también se vende con los nombres de Apache, Great Bear, He-Man, Murder 8, Friend y China Town. Esa noche, a pesar de la cena y la calidez del amigo el sueño se nos fue porque las imágenes de la pesadilla seguían en nuestras cabezas.  

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