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Maria Kodama y Borges en México

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Gerardo Galarza

Ahora que ha muerto María Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges, la memoria me ha traído un viejo recuerdo: la única tarde en la que fui Jefe de Prensa, por decirlo así y porque así fue.

En privado ya había escrito sobre ello, pero ahora resulta que no encuentro esa confesión.

Fue el sábado 22 de agosto de 1981. Ese día Borges viajó de Buenos Aires a México, donde iba a recibir el premio “Ollin Yoliztli”, en el Primer Festival Internacional de Poesía, en Morelia, Michoacán.

Sonia y yo viajábamos en nuestro vocho 1974 rumbo a Apaseo el Grande, a pasar el fin de semana con mi familia. Sonia iba en silencio enfurruñada; bueno, más: encabritada; peor aún: verdaderamente encabronada, en silencio y con la mirada volteada hacia la ventanilla de su portezuela.

Absolutamente callada. Un amigo común, que aprovechaba el “aventón” nos acompañaba. Y ya para entonces, yo ya entendía cuál era la mayor causa de su silencio.

Recorríamos el Periférico de Sur a Norte: yo sabía la causa de su enojo. Creía haberla convencido de que su deseo de una entrevista exclusiva con el escritor argentino podía realizarlo a partir del lunes. Pero, no.

Entonces a la altura del Periférico y Calzada Vallejo, donde entonces existía una vuelta en “U”, pues di vuelta en “U”.

E iracunda reclamó: ¿Por qué te regresas? ¿A dónde vamos? Al aeropuerto, dije, ¿todavía llegamos o no? Por supuesto que no respondió.

Llegamos al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, entonces llamado Benito Juárez. Nos dirigimos a la oficina de la asociación de reporteros que cubrían en aeropuerto (yo lo “cubrí” durante un tiempo) y con nuestras credenciales obtuvimos, incluso para nuestro amigo, gafetes para entrar a la sala internacional (esa era la usanza de entonces) para esperar el vuelo de Aeroméxico donde llegaría Borges.

Los pasajeros comenzaron a bajar a través de un “gusano” que los dejaba en la sala, y bajaron todos excepto Borges, quien venía acompañado por María Kodama.

Era sábado. Había muchos reporteros suplentes y muchos reporteros de las secciones de cultura, todos más o menos inexpertos, en los manejos reporteriles del aeropuerto. La presencia de la reportera de la revista Proceso no les causaba ninguna sorpresa a sus compañeros de su “fuente”. A mí no me conocían los suplentes ni muchos de la “fuente” cultural.

Borges no bajaba y se me ocurrió entonces recorrer el «gusano» rumbo a la puerta de avión. Ahí lo encontré, de pie, junto con María Kodama. Las aeromozas seguramente querían ya irse y prácticamente me los entregaron. La señora Kodama estaba muy nerviosa o eso mostraba. Yo abracé a Borges para conducirlo por el pasillo del “gusano», para evitar que se tropezara contra cualquier obstáculo.

Apenas apareció al final o al principio, como se quiera, del túnel cuando una turba de fotógrafos y camarógrafos se le abalanzaron. María Kodama estaba francamente asustada.

Levanté el brazo con el que no rodeaba a Borges. Y grité, lo que me sale muy natural desde siempre, algo así como: ¡Compañeros, orden, por favor! ¡Abran paso al maestro! Fotos y preguntas al aire inundaban, como se dice en estos casos, el ambiente.

Y me atreví: ¡A ver, si hay orden el maestro les va a contestar! Y logré llevar a Borges hasta un asiento de la Sala de Espera, de aquellos que eran de metal y cuero curvado. Ya sentado, conmigo a su lado, dije: ¡Silencio, por favor! Como ustedes comprenderán el maestro viene muy cansado de su viaje desde Buenos Aires, pero les contestará dos preguntas, sólo dos, así que pónganse de acuerdo…

Mientras, ví a Sonia hablando con María Kodama. Y pensé: ya la hizo. Sonia quería una entrevista exclusiva con Borges y siempre se salía con la suya. Mientras yo entretenía a los demás reporteros y con la mirada me aseguraba que Sonia había conseguido lo que quería.

Borges contestó a dos o tres preguntas, cuando de repente apareció Juan José Bremer, entonces director de Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), y más que a Borges me veía a mí. Supuse que me creyó empleado del INBAL, sobre todo cuando le presenté a Jorge Luis Borges y luego a María Kodama.

Bremer y sus ayudantes se hicieron de Borges y Kodama y los condujeron por una escalera hacía la pista donde estaba el avión y a donde había llegado un automóvil oficial para transportarlos a su hotel.

Amable y educado como siempre fue, Bremer volteó a verme para darme las gracias y me preguntó mi nombre. Se lo dije y agregué el apelativo de “reportero de Proceso” y su cara se cuadriculó y deslavó, por decirlo de alguna manera. Se regresó y dijo: ¿Cómo? Y nuevamente le di mi nombre y mi “adscripción”. Nuevamente dijo: Muchas gracias.

Salimos de aeropuerto y retomamos nuestro viaje. Por la noche, en algún noticiario de televisión de reprodujeron imágenes de la llegada de Borges México y en la que yo aparecía “protegiendo” al escritor de la turba de reporteros.

Sonia me dijo entonces: “¿Cómo se te ocurrió?, pinche Gerardo”.

Luego, el miércoles 26, hizo su entrevista de sólo cinco preguntas, porque esa fue la condición, y cada vez que ella hablaba, Borges la contaba como pregunta, y a la que le llevó dos cajas de chocolate en tablillas, porque María Kodama le dijo que a su marido le gustaba mucho con agua y que dónde podía conseguirlas.

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