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El Macuarro…

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Así lo conocimos sin saber el origen o el significado del nombre que en plena coincidencia ni saber por qué, pensábamos que era a su medida.

A él no parecía molestarle el apelativo que, imagino, llevaba con cierta dosis de orgullo.

No era alto, pero usaba unos botines con plataforma y tacón cubano que lo aparentaban como un hombre grande, la guata de sus hombreras y dos dientes que le rebasaban el labio inferior, le daban un aspecto temible.

Nadie recuerda cómo y cuándo llegó a la redacción de un periódico, pero cosas de la vida, le dimos calidad de reportero desde el momento mismo de su aparición.

Como reportero era temible, descarado, agresivo inclusive majadero con quienes llamaba los Caca grandes políticos. Los hombres del poder lo rehuían, temían sus insolencias y su audacia cuando cuestionaba una información oficial.

Un día de parranda colectiva, se engalló y a voz en cuello dijo que los presentes, una treintena de reporteros, lo odiábamos porque a él las suripantas le pagaban y los demás pagaban el servicio.

Se empezó a desgranar la mazorca, se supo que su padre era propietario de una cantina Uriel o al revés, un burdel con licencia de cantina.

Pequeño aún, las señoras de nula virtud se divertían enseñándole los rudimentos del amor clandestino. Aprendió y luego lo usó para explotar a varias de ellas.

Por su influencia en escalas menores del municipio de la empresa familiar se asocia con su progenitor para expandir el capital a dos antros junto al del papá. Así iguales, en el antro más viejo ubica a las vírgenes de media noche de mayor edad y experiencia.

Mezcla algunas pocas jóvenes para que aprendan. Los sitios conocidos como Las Bicicletas por aquello del alquiler para pedalear, para el caso, bailar.

Las más hábiles presumen que en esa forma le exprimen al varón hasta el tuétano. Las alumnas toman nota y se van a su lugar. En el antro que está en medio, una de las mujeres jóvenes y la corona del Imperio, el tercer sitio en el que pululan casi niñas, algunas con uniforme escolar.

La policía no molesta, los uniformados los días de descanso pueden beber hasta que los echan. Los que llevan galones, pueden salir con cualquiera sin pagar la cuota.

Han pasado muchos años y resulta que aquel festivo, escandaloso y frecuentemente rijoso sujeto, ya no es El Macuarro, ni Don Macuarro; hoy es respetable hombre de empresa.

Donde hubo tres sitios de perdición hoy se encuentra un centro comercial con dos cines, un restaurante de comida mexicana, instalaciones para comida rápida y antojitos, tacos de guisado, gorditas rellenas de frijol, chicharrón, habas y así.

Mi amigo Macuarro peina canas, su cintura se ha desbordado, calza zapatos bostonianos y saluda con mucha corrección.

La abuela Chite diría que se ha vuelto prosopopéyico…

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Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.

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