El destacado y querido narrador, dramaturgo, editor, periodista, promotor cultural y universitario, Ignacio Solares (15 de enero de 1945 – 24 de agosto de 2023), recibió un sentido homenaje por parte de sus colegas y seres queridos, reunidos en la Casa Universitaria del Libro (Casul).
Como mencionó Ana Elsa Pérez, directora de Literatura y Fomento a la Lectura al dar la bienvenida, se trató de un emotivo encuentro lleno de anécdotas de cariño, amistad, amor y compañerismo, “porque eso fue lo que él representó para todos nosotros”.
De esa manera, con el espíritu lleno de memoria y de cariño, nos reunimos para tejer un homenaje en su memoria, y “decidimos hacer algo entre amigos, pero que no sólo se refiriera a su trayectoria, sino a sus diferentes perspectivas, a los diferentes ‘Ignacios’ Solares”.
La coordinadora de Difusión Cultural, Rosa Beltrán, se refirió a su faceta como gestor cultural y universitario. Él llevó a cabo la división de la Dirección de Teatro y Danza; pugnó por darle un perfil a cada una de estas disciplinas.
La también novelista, ensayista y traductora mencionó que en el teatro Juan Ruiz de Alarcón, Solares organizó ciclos que son inolvidables, por ejemplo, los de grandes directores y dramaturgos del teatro universitario. Ahí montó obras de Luis de Tavira, Juan José Gurrola, José Luis Ibáñez e Ignacio Retes, entre otros.
Solares inició con el Carro de Comedias; también dirigió la Dirección de Literatura de 1997 a 2000, y al tomar posesión dijo que, para él, en su vida diaria, la escritura, el teatro y la literatura eran inseparables, consustanciales a una forma de mirar el mundo e interpretarlo. También en esta casa de estudios, “lo recordamos como director de la Revista de la Universidad durante 13 años”, añadió la coordinadora.
Myrna Ortega Morales, secretaria de Extensión y Proyectos Digitales de la propia Coordinación y compañera de vida de Ignacio Solares, se refirió a la faceta de lector del homenajeado. Su biblioteca está formada “por sus libros venerados” donde rondan las obras de autores como Aldous Huxley, uno de sus preferidos, Franz Kafka, Gustave Flaubert, Thomas Mann o Jack London.
También fue un buen lector de Marcel Proust y un apasionado admirador de James Joyce, cuya biografía fue una de las últimas que leyó, “porque fue un gran lector de biografías”, como la kilométrica de Dostoyevski, la de Albert Camus, y las varias de Freud y Jung. También leyó mucho sobre historia de México.
El boom de la literatura latinoamericana cambió el rumbo de sus lecturas. Los leyó a todos, pero prefería a Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes y Julio Cortázar. Al final de su vida, relató Ortega, prefirió releer a sus autores más amados que descubrir nuevas lecturas. Leía en una mecedora de madera y piel, dura e incómoda, en la cual podía pasar largas jornadas. Decía que el libro era el lugar más tranquilo de la casa, y que todo lo que estaba más allá de ellos le resultaba frívolo y “dificilísimo” de vivir, concluyó.
El narrador y ensayista Martín Solares, sin parentesco con el homenajeado, pero sí su vecino, consideró que si lo comparamos con otros escritores mexicanos del siglo XX, salta a la vista que Ignacio fundó muy pronto su propia rama en el árbol de la novela. Siguiendo los pasos de su maestro, Juan José Arreola, que exigía distinguir el lenguaje vivo de las palabras muertas, a él le interesaba la literatura habitada por el espíritu.
Si algo ha distinguido la obra de Ignacio Solares a lo largo de los años es que, tanto a través de los personajes históricos que desarrolló, como mediante seres ficticios que surgieron de su imaginación, la búsqueda de la identidad se dirige a esos temas poco abordados en la narrativa, pero que también constituyen parte esencial de la existencia humana, como los instantes en los que se atestiguan los momentos críticos de la vida interior, detalló.
José Gordon, quien escribió junto con Solares su última obra, Novelista de lo invisible, mencionó que su amigo dedicó su vida a explorar y sondear lo que está detrás de nuestras miradas, lo que le interesaba de la manera más profunda: cómo se logra traspasar el cráneo de un personaje, penetrar sus rincones más íntimos.
Era un pescador de minucias, de pequeñas palabras y momentos donde encontraba atisbos iluminadores. Uno de ellos fue el descubrimiento de la palabra intervalo, clave para entender nuestras vidas y lo que los libros nos revelan.
El escritor Javier Sicilia mencionó que todo lo fantástico de la literatura de Solares no es más que la captación en un instante vacío, donde lo extraordinario surge. A su espiritualidad la mueve el misterio de la sorpresa donde Dios se manifiesta, donde sea, en un espíritu, en Freud, en Jung, en cualquier espacio donde “el allá con el acá” se interceptan, y que a él le fascinaba.
Su vida se cierra con una anécdota: a su funeral llegó una corona de flores con el nombre de Francisco I. Madero: junto a lo más doloroso y amargo, un rasgo de humor, como diciendo que la presencia de Dios de la que habló, es en serio, y tiene que ver con la sorpresa de lo extraordinario.
Aunque discutíamos y nos peleábamos mucho, reconoció, Solares me hacía mirar de otra manera la densidad del misterio espiritual, me lo bajaba al territorio de la sorpresa, de la alegría, del chiste. “Ésa es la gran aportación de la espiritualidad de Nacho”, finalizó en la sesión moderada por Guadalupe Alonso, directora de Casul.