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El sentido final

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TIERRA DE BABEL

Jorge Arturo Rodríguez            

Alejarnos de la ingenuidad y desterrar de nosotros mismos lo cabrón. Enaltecer la humildad y gratitud en nuestro interior y esparcirlas para que florezcan en cada rincón de nuestras vidas y veamos crecer el mundo que soñamos, deseamos y creemos, lejos de violencia e ineptitudes.

En esta ocasión, por finalizar este año, no me adentro en la dichosa -¿odiosa?- política y sus hacedores, porque en ellos (hay excepciones) brotan mentiras y simulaciones, cual alcantarillas rotas y la pestilencia es insoportable. Bien me dijo mi amigo Carlos Drummond de Andrade, que hay mentiras que alcanza tan alto grado de verosimilitud que a veces es preferible no mentir.

         Dejadme comentarles, sólo de pasadita, ¡ah qué caray!, que comparto lo que señaló Winston Churchill: “El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene; y de explicar después por qué fue que no ocurrió lo que él predijo”. ¿A alguien le queda el saco? Vaya, mi estimado Mark Twain nos advirtió que el 28 de diciembre nos recuerda lo que somos durante los otros 364 días del año. No caigamos, mis fans, en servilismos y vanidades; reflexionen su vida y preocúpense por los suyos. Como dicen por ahí, hay que tener dignidad y no nos embobemos por otra vez lo mismo…

         Recuerdo el chiste siguiente: “Querido Santa Claus, ya sé lo que quiero este año como regalo de Navidad: ¡Aprobar todas las materias! ¡Trata de no confundirte como el año pasado!”

         Del mismo modo que decimos “No hay mal que dure cien años”, mi amigo Álvaro de Albornoz y Salas me dijo que “No hay bien que cien años dure”. Así que seamos felices y, con Francisco León González, digamos: “Estoy en la etapa más feliz de la vida. Quizá con el paso de los años me cure”. En todo caso, acuérdense que la Navidad es la venganza de los mercaderes contra Jesús por haberlos expulsado del templo, como expresó Edmundo O’Gorman.

Me quedo con T. S. Eliot: “Las palabras del año pasado pertenecen al lenguaje del año pasado. Las palabras del próximo año esperan otra voz.”

Me cuentan que un juez le pregunta a un acusado: “¿De qué se le acusa?”. “De haber hecho mis compras navideñas con anticipación, Señoría”. “Hombre, pero eso no es un delito, ¿Con cuánta anticipación las hizo usted?”. “Antes que abrieran la tienda”.

¿A qué le tiras cuando sueñas mexicano? Felices Pascuas y Próspero año nuevo… ¡Ay, nanita!

Los días y los temas

En El sentido de un final, Julian Barnes escribe: “Vivimos en el tiempo —nos contiene y nos moldea—, pero nunca he creído comprenderlo muy bien. Y no me refiero a las teorías sobre cómo se desvía y se desdobla, o a que pueda existir en otro lugar en versiones paralelas. No, me refiero al tiempo ordinario, cotidiano, que los relojes de pared y de pulsera nos aseguran que transcurre regularmente: tictac, clic-cloc. ¿Hay algo más verosímil que una segunda aguja? Y, sin embargo, el placer o el dolor más nimio basta para enseñarnos la maleabilidad del tiempo. Algunas emociones lo aceleran, otras lo enlentecen; de vez en cuando parece que no fluye, hasta el punto final en que desaparece de verdad y nunca vuelve.”

De cinismo y anexas

Tengan buenos propósitos para el 2024. Como aquel chiste: “Peso 80 Kg pero midiendo 1,75 debería pesar 70 Kg. Definitivamente este año me pondré como meta… crecer diez centímetros más.”

       Remembre: “En una fiesta de fin de año entra un camarero con una bandeja en la que hay seis copas de champán llenas y otras seis vacías. Un invitado pregunta: “¿Para quién son estas copas vacías?”. “¡Pues para los que no quieran tomar nada!”.

       La verdad, yo como el cuento “El dedo”, de Feng Meng-lung:

Un hombre pobre se encontró en su camino a un antiguo amigo. Éste tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato se convirtió en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste se lamentó de que eso era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa.

       -¿Qué más deseas, pues? -le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios.

       -¡Quisiera tu dedo! -contestó el otro.”

       Hasta la próxima.

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