Magno Garcimarrero
EL BURRO POR DELANTE:
Sin mayores explicaciones, porque serían muy largas, quiero decir que desde niño me incliné por la lectura y escritura humorística.
Los libros que me dejaron huella desde mi infancia, cosa que no he olvidado, fueron: el Periquillo Sarniento de Lizardi, La tourné de Dios de E. Jardiel Poncela y más entrado en años, El Chiste y su relación con el inconsciente de Freud.
También las tiras cómicas de mi época que venían como suplemento en los diarios capitalinos.
Más adelante me aficioné al humor de Quino, de Jorge Ibargüengoitia y de Germán Dehesa
Y, la suerte me puso frente a éste. Germán llegaba con frecuencia a la casa de Rosa de la Rosa en Banderilla, y Rosa me hacía el favor de invitarme cada vez, de modo que ahí conocí al genial humorista y cuantas veces vino a Xalapa, coincidimos en casa de Rosa de la Rosa.
Sería una docena de veces porque nos caímos a toda madre y nos hicimos cuatísimos.
Las doce veces que nos vimos ahí, una más que lo busqué entre bambalinas en el teatro donde se presentaba, le pregunté sobre su parentesco con don Teodoro A. Dehesa; lo hice con la intención de declararlo veracruzano distinguido, pero tantas veces le pregunté y tantas evadió la pregunta con buen humor.
Nunca supe si le daba vergüenza ser veracruzano, o ser descendiente del gobernador que desgobernó Veracruz de 1892 a 1911, diez y nueve años, por obra y gracia de don Porfirio.
LOS OJOS DE MI PADRE.
Carmen Dehesa, hija de don Teodoro, heredó de su padre una cosa mala y otra buena: la mala fue la creencia de ser poeta, escribió “Oleaje” un libro de malísimos poemas que nadie ha leído (yo sí y por eso opino) y, la hacienda de Molino de Pedreguera, acá por el barrio de San Bruno, que conservó hasta que le llegó la lumbre a los aparejos y pretendió venderla, ya entrada la segunda mitad del siglo XX.
Acompañé a mi padre (para entonces nuevo rico) a ver a la vendedora.
Tanto Carmen como mi progenitor Alfredo Garcimarrero tenían los ojos azules, pero a él le bailaban en cuanto vio a aquella dama de piel blanquísima, de su misma estatura, madura ya, pero de porte real.
Carmen quería las perlas de la virgen por el casco histórico de la casa donde vivió la familia Dehesa.
Lo que llevaba mi padre le alcanzó para comprarle el poemario “Oleaje”.
Eso sí, los tres años siguientes sólo hablaba de Carmen Dehesa.
Si hubiera cuajado el negocio, yo quizá sería ahora medio hermano, de un nieto del gobernador porfirista.
LAS HECHURAS DEL DR. FRANKENSTEIN.
Don Teodoro A. Dehesa (1848-1936) como gobernador de Veracruz, fue una de las hechuras de don Porfirio: en 1872 fue diputado local, director de aduanas desde 1880 hasta 1892, luego sin tocar baranda diputado federal, senador y gobernador.
Obediente y sumiso al dictador facilitó en Veracruz, sin chistar, todas las satrapías que se le ocurrieron a don Porfirio:
– Les dio entrada a las compañías deslindadoras que despojaron a los comuneros de sus tierras, simulando una compra a precio de 3, 5 y 7 centavos por hectárea, para ponerlas en manos de terratenientes, cuyos apellidos todavía suenan en Veracruz.
-Doña Carmelita Romero Rubio, segunda esposa de don Porfirio, se hizo dueña de tierras en el sur de Veracruz. Se sabe que en 1902 ella le rentó 77,000 hectáreas en la zona de Minatitlán, a la Peason & Son. (Explotación de hidrocarburos)
-Don Teodoro no dijo ni pio cuando en 1907 las tropas gobiernistas masacraron a los trabajadores de Río Blanco.
-En Veracruz, como en todo el país, se propició la esclavitud disfrazada, las tiendas de raya, el acaparamiento de tierras y riqueza. La violación de los derechos humanos.
– El analfabetismo (80%) y el fanatismo religioso siguieron la suerte nacional.
Con razón Germán Dehesa, que era gente decente, nunca quiso aclarar su parentesco con una de las 80 familias que en el porfiriato eran dueñas del 95% de la riqueza nacional.
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