Por Gabriel Gamar
Si a un niño le preguntan
cuál es el momento más triste de su vida,
sin duda él responderá que
fue cuando le quitaron sus juguetes;
si al paso de los años
le preguntaran lo mismo,
con la voz entrecortada responderá
que fue cuando se alejó de su madre.
Ella no renunció a su hijo
ni el niño renunció a su madre,
ambos sintieron un gran dolor
que ni el tiempo lo supera,
si acaso se mitiga llorando a solas
guardando la tristeza donde se ocultan
los recuerdos que duelen.
El cordón que une a una madre con su hijo
es indestructible aun cuando lo corten,
en la infancia un corazón pequeño anda solo
en busca de su madre amada,
el niño tiene miedo, pero se vuelve valiente
sus ojos reflejan tristeza como de cielo nublado
de ausencia profunda por el lazo desgarrado,
disfraza el llanto y se aferra a los recuerdos
que abraza en una habitación solitaria.
El niño camina por senderos inciertos
la lejanía de su madre le atormenta
y la madre también sufre la ausencia del hijo
y teje su imagen en la memoria perene.
En el transcurrir de la vida
Otros seres extienden sus brazos
Que les dan fuerza entre risas y caricias
y el cielo les guarda sus secretos
y el amor persiste eternamente
en un encuentro en que niño y madre se abrazan
con ese amor que nunca desaparece
y el niño conserva en la mirada triste
la luz que siempre permanece
y con un destello su alma crece.
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