Por Joel Hernández Santiago
A Juan Gabriel se le achacaba en México todo lo pecaminoso del ser humano; o casi todo. Pero al mismo tiempo se le quería; él aceptaba su papel de rechazado-querido, y actuaba como si nada pasara, aunque sí pasara todo. Le iba bien.
Su grito de libertad era el Noa Noa, y sus arrebatos de intención filosófica eran tomados en consideración por quienes querían encontrar respuesta a la inmediatez y al sentimiento; al ‘tú eres la tristeza de mis ojos; que lloran en silencio por tu amor…’
Sí. Claro. Se dice que todo mexicano lleva en su interior “un blanco diván de tul”: Sensible y de llanto fácil, machote a lo Jorge Negrete pero también con intensidades corrosivas y hasta cursi. Todo junto. Ese era el espacio en el que mejor se movía del cantante-compositor que enfrentó a una sociedad de espejos convexos y cóncavos; machista de dentro y closet sellado, y a la que regalaba su lapidación cotidiana.
“Marica”, “Puto”, “Joto”, “Shoto”, “Puñal” eran los calificativos de quienes lo despreciaban, y aun de quienes le admiraban: todo eso era él. Lo asumió y no le importaba. Lo talló en la nariz de un país dado al repudio y a la complacencia… Muchas mujeres lo adoraban. Hombres le veían de lado y se hacían como “yo no tengo nada que ver con este cabrón…” Millones cantaban sus canciones.
En cierta ocasión en uno de sus espectáculos, las mesas para cena estaban dispuestas en un enorme salón: Alrededor de una de ellas había altísimos funcionarios y legisladores con sus respectivas esposas… Ellas encantadas de poder ver “al Divo de Juárez”; ellos con cara de mohín, porque prácticamente fueron “obligados para ir a ver a este shoto”…
Aparece en escena: está arriba, en una escalera de escenografía. Todo obscuro. De pronto se le ilumina: Juan Gabriel comienza a bailar con modales que iban con su naturaleza; él los exaltaba… Y bajaba uno a uno los escalones así, y a ritmo de su “Querida”. Sorprendidos todos, las mujeres le aplaudían; los hombres se hacían como que tomaban la copa y muchos otros le silbaban. Él mientras tanto se hacía dueño de la situación…
En la medida en que el espectáculo avanzaba, aumentaba la alegría y la complacencia y hasta complicidad: ya casi al final, contagiados todos por su música, por sus movimientos picaros y hasta sensuales aplaudían –aun aquellos del mohín inicial—y con las servilletas blancas le acompañaban todos, coreando con él su interminable “Noa Noa”. Había ganado la guerra.
Pocos artistas como este caló fuerte en el ánimo de los mexicanos. Con otras palabras y otros acentos; y otras musas, exhibía sus propios sentimientos porque sabía la homogeneidad del ser humano: la pasión-la alegría-la tristeza-la nostalgia- y los dos más grandes dolores del hombre, que dijera Josefina Vicens: el amor y el adiós.
No tuvo una vida fácil en esa lucha interminable por ser él y su circunstancia. De infancia difícil. De repudio familiar. De encarcelamiento alguna vez. Pero la lucha más sangrante fue la de colocarse en el ámbito de la música y la cultura…
(Y ojo; cultura en el sentido más universal y profundo; no popular o de élite: esto no existe: la cultura es en sí misma arte y es esencia del hombre bajo toda circunstancia, en ese sentido Juan Gabriel era un artista universal-consumado y trascendental, como ya vemos ahora.)
Tenía en su contra lo cerrado del mundo artístico; tenía en su contra no provenir de una familia linajuda y ni siquiera burguesa; tenía en su contra no conocer a nadie en donde con mucha frecuencia para existir hay que tener relaciones, y su naturaleza, su preferencia sexual…
Pero consiguió colarse y luego triunfar. Su música estaba más allá de él mismo y él mismo quería alimentar ese “quiéranme” que escrituró García Márquez cuando dijo que “escribo para que me quieran mis amigos”… Eso es: Juan Gabriel quería que lo quisieran… Y lo consiguió.
¿Qué son malas sus canciones dicen los maledicentes de Juan Gabriel? A lo mejor. ¿Qué son melosas y caramelosas? Sí, puede ser. [Lo mismo se ha dicho de la obra musical de Tchaikovski y es un autor indispensable]… ¿Que sus canciones están hechas de lugares comunes? Quizá. ¿Qué es corriente y primitivo? Tal vez… ¿Qué explotaba su vida y sus dolores humanos? Probablemente.
Pero lo que es cierto es que es un artista en toda la extensión de la palabra; que su música está presente en el ánima nacional desde hace por lo menos cuarenta años; que muchos, de forma consciente o inconsciente, cantan sus rolas a la menor provocación; millones sufren con él y se ríen con él. Musicalizó por muchos años la vida mexicana. Pocas veces un artista ha dicho tan poco a tantos y en el punto central: el ánima.
“Por fin murió la vulgaridad” publicó en redes un escritor de vidas ajenas, tan vulgares y corrientes como pudo ser la de Juan Gabriel. Y aplaudieron muchos.
Pero al mismo tiempo, una vez conocida la noticia de la muerte de Juan Gabriel el domingo a las 11.30, las redes se desgranaron, las agencias mandaron a todo el mundo la noticia; periódicos de otras voces y otros ámbitos hicieron el elogio de Juan Gabriel inmediato…
Pues eso: que murió un grande de la cultura mexicana contemporánea. El debate entre los de la nariz fruncida y mirada superaquilina, con los de mirada limpia y sin pelos en la lengua está a la vista.
Al final, a todo esto, salió ganando un hombre que hizo respetar su vida e hizo que a través de su obra se respetara a muchos como él. ¿Cuántos políticos de lavanda cara y jabón chiquito podrían decir lo mismo hoy en México?…
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