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El colapso, una distopía

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Cualquiera tiempo pasado fue mejor… Lo afirma la copla de Jorge Manrique, recuérdese, “cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, tan callando…”, al escribir ese verso inmortal a la muerte de su padre. La emoción que celebraba el poeta pareciera ser la moneda corriente de estos días. Como si una pesada niebla se hubiese apoderado de la primavera (y el verano que ha iniciado), empañando nuestras ventanas con un manto gris.

    Hubo hasta el 28 de febrero una, llamémosle, feliz normalidad. Todo funcionaba con las torpezas de siempre, íbamos al cine, podíamos reunirnos a comer, nos quejábamos y festejábamos. En el lapso de cinco semanas el mundo se trastocó: la amenaza se hizo realidad y el temor, pánico. Nunca en cinco generaciones los mexicanos estuvimos inmersos en una situación como la actual… aislamiento social, depresión económica, letargo de las conciencias.

    La sociedad ideal fue la Utopía imaginada por Tomás Moro, donde todos seríamos moderadamente felices bajo el principio de una generosa fraternidad; que no fue. Al concepto se le ha cargado, en el último siglo, la noción de su opuesto, es decir, la “distopía”, que no es más que el cataclismo social. La deshumanización, el desastre, el colapso.

    Novelas como “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley, y “1984”, de George Orwell, plantearon esa existencia deshumanizada avasallada por el totalitarismo que todo lo controla y lo prohíbe.

    De algún modo así nos desplazamos hoy, controlados por el miedo al microbio que se ha expandido por el orbe. Hemos perdido eso que fue la “normalidad” de antes, y en su lugar nos prometen otra que será “distinta”.

    La distopía como un asomo del infierno, como una repasada a los escenarios de la hecatombe nuclear del imaginario en los años sesenta, como un “valle de lágrimas” sin reposo arrebatado del viejo testamento. A ratos, cuando aparecen los zombies de la serie The Walking Dead, imagino que igualmente nos desplazamos por las plazas y los supermercados esquivando contagiados, no vaya a ser la de malas.

    Un siniestro neoliberal diría: “La utopía se llamaba 4T”, sólo que llegó la peste; un vehemente apoyador dirá: “Ha sido sólo un tropiezo, la pandemia será nuestra mejor prueba”. A saber. Lo cierto es que la normalidad se ha esfumado y todos vamos por la vida, ahora, como aturdidos preguntándonos, “¿hasta cuándo, hasta cuándo?”.

    La distopía como género narrativo ha contribuido con una buena producción de materiales… desde “La carretera”, la novela de Cormac McCarthy, hasta la serie “Chernobyl”, de HBO, donde simplemente la sociedad ha colapsado y el territorio (o la realidad) deben ser abandonados.

    Cuando la barbarie del nazismo, el pueblo judío vivió en carne propia una particular distopía que, con el tiempo, hemos venido a conocer como “el holocausto”. Barrios que fueron arrasados, poblaciones diezmadas, la maquinaria de exterminio en los campos de Auschwitz y Treblinka. Una distopía imposible de imaginar… hasta el año de 1940.

    Los números no mienten, aseguran los administradores, y por ello el conteo puntual, día tras día en los noticieros, pareciera una apuesta de ruleta. ¿Se han incrementado, en qué medida? ¿Se han reducido, sólo en España?, como si de ese modo estuviésemos contemplando un capítulo más de la serie distópica denominada “2020, el año que no existió”.

    Se ha dicho hasta el cansancio: hay que esperar a la vacuna, el virus nos acompañará por siempre, lo más prudente, por lo pronto, es conservar la sana distancia, mantenernos en casa y lavarnos las manos a la menor provocación. Sólo así.

    El problema de fondo es que nos casamos con la vieja normalidad. Nadie nos advirtió que esto podría ocurrir, y si lo hicieron… fue que no les creímos. Hemos vivido tantos desengaños, argumentaría alguien alzando los eslóganes (las utopías) de todas las campañas electorales. El aprendizaje de todo, a fin de cuentas, es que la vida en casa tampoco es un horror… y no que pretendamos convertirnos en monjes ermitaños, pero la paciencia, la contemplación, la lectura, la televisión y el internet, han sido el alivio de muchos de nosotros, los nuevos mutantes a la espera de nuestra serie en HBO.  

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Escritor y periodista o periodista y escritor, David Martín del Campo, combina el conocimiento con el diario acontecer y nos brinda una deliciosa prosa que gusta mucho a los lectores. Que usted lo disfrute.

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