“¿No es un héroe? ¿No es un poeta prometeico? ¿No es un redentor? –¡Silencio! ¿Quién ha dicho que sea un redentor? Está loco y vencido y por ahora no es mas que un clown… un payaso”.
Que nadie se adelante porque el poeta aludía, sí, a don Quijote de la Mancha. Cuando en 1938 León Felipe publicaba ese curioso librito de poemas titulado “El payaso de las bofetadas”, advertía al lector que se trataba de un poema trágico, y por eso iniciaba el romance previniéndonos:
“Lo sustantivo del español es la locura y la derrota… y don Quijote está loco, y vencido”. Algo que le vendría igualmente bien al carácter del mexicano, sobre todo en tiempos de contienda electoral. Locura y derrota.
El escenario no es para menos. Desesperados por llamar la atención (cuando la pandemia les ha restado audiencia), los candidatos son capaces de cualquier extravagancia con tal de ser atendidos por cualquier medio. Hubo el que inauguró su campaña asomando de un ataúd, el que mienta la madre en la calle a sus opositores, la que se deja nalguear, el que rapea, el que lanza sus consignas acompañado por una banda tropical… en fin, bufones que piden a gritos un minuto de nuestra atención.
Como lo payasos del circo, van los candidatos variopintos ofreciendo la misma mercancía. En el fondo de las cosas confirman la aseveración del poeta quien nos advierte: –Si luchamos nada más por el pan sólo habrá guerras y rapiña. Y la Historia no será más que un eterno “quítate tú de ahí para que me ponga yo”.
Guerra y rapiña, no otra cosa es lo que presenciamos en los anuncios que inundan los tiempos oficiales. “El bandido eres tú”, “ineptos e improvisados”, “los corruptos de ayer y de siempre”, “paso a paso vas destruyendo al país”. Así hora tras hora hasta colmar nuestra paciencia. Ningún partido es garantía de nada; corruptos de azul, de granate, de verde y de anaranjado. Nadie se salva.
Payasos de la vida que han elegido la risa en lugar del llanto, y que en el fondo (dirían el psicoanalista) tienen el mismo origen. La risa como explosión de los disparates que nos asedian a diario. No hay idealismo verdadero ni filantropía cierta en estos candidatos de escándalo. Ante todo buscan el puesto, el enchufe, colocar en el gobierno a hijos y compadres, y que viva la Pepa. Una vez electos será cosa de esperar, que ya se irán presentando los proveedores y los contratistas, y la tajada del diez, del veinte por ciento y sin factura. No seamos ilusos… granates, verdes y azules. Lo mismo da.
El asunto es que para allegarse el puesto deben ganarse nuestro aplauso, perdón, nuestro voto, y para ello es necesario cumplir bien la función bajo la carpa. Los payasos a la bofetadas, como lo consignaba León Felipe, lanzándose cubetadas de confeti y serpentinas por metros.
Hubo un payaso primigenio para mi generación que se presentaba en la pantalla del televisor. Bozo, con su pelambre roja y la gran sonrisa pintada, reía de todo. Era efusivo, disculpaba todo yerro y los niños, claro, felices con su memez. Hijo suyo sería, obviamente, el payaso perverso: “Brozo”, de pelambre verde y gesto cariacontecido. Mañoso, perdulario, cínico libidinoso; pasará a la historia como verdugo del corrupto René Bejarano llenándose los bolsillos con dólares y comentando, “me faltan ligas”. Antes estuvo el llorado Cepillín, odontólogo regiomontano que, por ganarse la confianza de sus pequeños pacientes optó por disfrazarse, y le ganó la vertiente histriónica.
Candidatos ridículos, roncos de tanto gritar, vapuleando a los opositores (obvio), al árbitro y a los jueces que buscan ceñirse al mandato constitucional. Bribonzuelos y bribonzuelas (porque las hay), correteando alrededor de la pista y lanzando bofetadas al aire. Como si hubieran escapado de una película de Federico Fellini, se asumen como personajes de esperpento llamando a escándalo y las lagrimitas. La campaña como un carnaval de exageraciones que, afortunadamente, concluirá dentro de un mes exacto, cuando del alboroto no quede más que el hartazgo. Y la carcajada ante estos afanes de funambulesca pesadilla.
Escritor y periodista o periodista y escritor, David Martín del Campo, combina el conocimiento con el diario acontecer y nos brinda una deliciosa prosa que gusta mucho a los lectores. Que usted lo disfrute.