Ahí está, a la mano, el 3 de junio próximo. La abundancia, la fraternidad, la paz democrática y el regocijo ciudadano. Todo con un solo voto y, sea cual fuere el resultado, al lunes siguiente el asalto al cielo por el pueblo credencializado. Sí, como los preconizaron los comuneros parisinos, ahí nos está esperando la redención bíblica.
Escuche usted los anuncios propagandísticos acompañados con mandolinas y cascabeles, jingle-jingle, vota por el POCORRON que te abrirá las puertas de la prosperidad, aleluya, aleluya, todo va a cambiar para quedar igual. O al revés.
Periodo tras periodo electoral es lo mismo. Pancartas, mítines, bardas a todo lo ancho, proclamas y consignas que marean al electorado con sus afirmaciones de bostezo.
Y que conste; mejor eso que los pronunciamientos de antaño, cuando liberales y conservadores se hacían de un cuartel, doscientos reclutas, y así la emprendían para derrocar al adversario. Juaristas, santanistas, maderistas, porfiristas. Del Plan de Iguala al Plan de Tuxtepec vivimos un siglo de sedición y bochinche, hasta los dos largos periodos de paz con Porfirio Díaz (30 años) y el régimen del PNRM-PRI (75).
Lo que antes se peleaba fusil en mano ahora se reclama ante el micrófono de la asamblea o el debate. Antaño se disparaban balas, ahora palabras. Antes se peleaba el poder empuñando el sable, ahora lanzando escarnios al por menor. Una tropa de mil o dos mil de leva era suficiente para hacerse del gobierno, ahora se requieren millones de electores credencial en mano. Sí, han cambiado los tiempos.
La nueva democracia mexicana llegó con el siglo. Se afirmaba que, por fin, lo que decidía el cambio de gobierno eran las urnas y sólo ellas. Hubo la apertura democrática (con Luis Echeverría) y la reforma electoral (con José López Portillo). Algunos recuerdan cómo, en Palacio de Gobierno, este ladino presidente llamó al diputado Arnoldo Martínez Verdugo para presentarlo al presidente James Carter, en visita oficial. “Este es nuestro líder del Partido Comunista en México”, y ante el rubor de los concitados, sí, mucho gusto, nice to meet you.
En esa migración democrática pasamos de la Comisión Federal Electoral de Manuel Bartlett al IFE de José Woldenberg y al INE de Lorenzo Córdova. Un lapso de cuarenta años en que el país se transformó, benditos sean Reyes Heroles y Heberto Castillo. Lo de hoy, por lo mismo, es lo esperado… tiroteos verbales, agravios, lo peor de la condición humana arrebatándose la pitanza.
Nos urge la paz del siguiente día. El sosiego, el retorno al diálogo, el imperio de la serenidad. Así se titulaba la célebre película de Andrei Wajda, “Paisaje después de la batalla” donde un sobreviviente de la guerra, luego de abandonar el campo de prisioneros, debe reintegrarse en la devastada Polonia. Así muchos de nosotros el lunes próximo, luego de los resultados y los porcentajes, habremos de hacer lo que se hace en tiempos de paz… porque ya lo dijo Von Clausewitz, “la guerra es la continuación de la política, por otros medios”.
Así, parodiándolo, podríamos asegurar que en México las elecciones son la guerra “por otros medios”, y habría que contar a los candidatos asesinados en este lapso, y contar de contar sus vidas. ¿Deberemos suponer que los sobrevivientes, los que no renunciaron, pactaron con los cárteles a fin de permitirles actuar en total impunidad?
El cielo no existe. Amén de lo que se afirme en los púlpitos, o en los libros sagrados, no conozco un solo testigo que haya retornado para relatar ese otro no-mundo de querubines, maná y contemplación mística. Lo de aquí es otra cosa, por más que nos prometan apoyos en donativo, medicinas y educación de calidad. Ninguna candidata nos previno: la salvación reside en el trabajo, el conocimiento, el ahorro, la familia y la alegría de vivir.
La fascinación ciudadana, sin embargo, está ávida de redentores. Que alguien llegue y nos ponga en orden. Véase a Putin, a Trump, a Xi. Hombres duros e imbatibles que van por todo. ¿Es lo que requerimos en el país? Promesas, promesas, promesas por toneladas que, al día siguiente de los comicios, se irán a los vertederos a cielo abierto. Cielos, al fin.
Escritor y periodista o periodista y escritor, David Martín del Campo, combina el conocimiento con el diario acontecer y nos brinda una deliciosa prosa que gusta mucho a los lectores. Que usted lo disfrute.