Por Gabriel Gamar
Toda la vida había buscado a Dios dentro de los templos,
busqué su presencia en la solemnidad de los altares
y en las aureolas celestiales de los santos;
traté de encontrarlo en la mirada milagrosa de las vírgenes
y en las llagas sangrantes de Jesús crucificado.
Pero al no encontrarlo en ninguno de estos sitios
salí a buscarlo en todos los rincones de este mundo
y a medida que me fui adentrando en el planeta
fui encontrando fragmentos de Dios por todos rumbos.
Así encontré sus ojos en la mirada de un anciano
y su boca en la sonrisa de los niños,
percibí su olor en el aroma de las plantas
y su alegría en las notas del sonido.
Encontré sus manos en el trabajo de un obrero
y su sensibilidad en las obras de un artista,
escuché su voz en la palabra de un maestro
y su risa en la alegría de un humorista.
Vi su ternura en los cuidados de una madre
y sentí su amor en las caricias de una esposa;
descubrí su fortaleza en el valor del hombre
y su corazón en el alma de la gente bondadosa.
Así comprobé que Dios está en todo el universo,
que su manto nos protege en cualquier parte
y que sólo bastará adorarlo con todos los sentidos
para sentir su presencia a cada instante.
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