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Caravanas migrantes y desplazamientos colectivos en la frontera México-Estados Unidos

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Entre 2018 y 2019, la movilidad organizada en grandes contingentes de migrantes centroamericanos a través de México para llegar a Estados Unidos atrapó la atención de la sociedad mexicana. Fue lo que a partir de entonces se conoció como caravanas de migrantes. Este libro, “Caravanas migrantes y desplazamientos colectivos en la frontera México-Estados Unidos”, Coordinado por Camilo Contreras Delgado, María Dolores París Pombo y Laura Velasco Ortiz,  atiende no sólo la magnitud y las características sociodemográficas de estos grupos en tránsito que salen al mismo tiempo de la clandestinidad, sino también las condiciones en sus países que los han obligado a salir, así como las circunstancias que enfrentan durante su tránsito por México. 

UN POCO DE HISTORIA

La historia de la frontera entre México y Estados Unidos, como región heterogénea, no puede ser comprendida sin las movilidades humanas que la han constituido desde su fundación en 1846. La condición de adyacencia y asimetría económica y política entre ambos países ha sido un factor de atracción de personas que buscan una mejor vida o bien que huyen en búsqueda de asilo. 

Las migraciones forzadas, provenientes del Triángulo Norte de Centroamérica, tienen antecedentes en el exilio de la década de 1980. Durante las guerras civiles en Guatemala (1960-1996) y El Salvador (1979-1992), particularmente a raíz de la estrategia militar de tierra arrasada llevada a cabo por los Gobiernos dictatoriales de estos países con apoyo del estadounidense, centenares de miles de personas huyeron hacia México y Estados Unidos. En México, entre 1981 y 1984, cerca de 46 000 guatemaltecos, en su gran mayoría campesinos indígenas del Altiplano, fueron reconocidos como refugiados por El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y por la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) bajo la figura de prima facie y ubicados en campamentos al sur del país. Durante esos años, decenas de miles de salvadoreños y guatemaltecos se asentaron en distintas ciudades de México y Estados Unidos, en su enorme mayoría sin documentos migratorios. 

EN TIEMPOS RECIENTES

Durante 2018 y principios de 2019, se presenció un cambio importante en las formas de movilidad humana, con desplazamientos colectivos de miles de personas, que viajaban por México con intención manifiesta de llegar hasta Estados Unidos. Las caravanas migrantes centroamericanas fueron, sin duda, la forma más visible y politizada de movilidad colectiva, las cuales arribaron a la ciudad de Tijuana, en Baja California, y a Piedras Negras, en Coahuila. Simultáneamente, se desarrollaron otros movimientos de población, como la llegada masiva a Ciudad Juárez, Chihuahua, de personas originarias de Cuba y Centroamérica. 

El fuerte aumento del control fronterizo y las políticas de asilo, cada vez más restrictivas, de Estados Unidos y de refugio en México, han provocado que estas formas de movilidad colectiva se tornen en una inmovilidad temporal de migrantes y solicitantes de asilo. Es decir, una vez que las personas llegan a las ciudades de la frontera norte, se encuentran bloqueadas y entran en un largo compás de espera.

De manera general, lo que propicia el  flujo actual de migrantes está asociado a la pobreza y a la violencia estructural que han llevado a altas tasas de homicidios, a actividades de bandas criminales que extorsionan de manera generalizada, así como a la corrupción institucional. Sin embargo, habrá que reconocer el papel de las redes de migrantes ya establecidas en Estados Unidos como otro factor para que las personas decidan dejar sus comunidades de origen. 

EL CONTEXTO DE MÉXICO

La localización geográfica de México, como último territorio estatal aledaño a Estados Unidos, lo ha colocado en una situación estratégica para contener las migraciones y los nuevos tipos de desplazamientos procedentes del centro y sur del continente. Entre 2013 y 2019, se ha incrementado en más de cinco mil por ciento el número de solicitudes de la condición de refugiado en México, pasando en ese período de 1 296 a 70 302 solicitantes. 

Hasta 2015, la gran mayoría de los solicitantes provenían de Honduras, El Salvador y Guatemala. Sin embargo, el origen nacional se ha diversificado rápidamente, con un incremento primero de las solicitudes de venezolanos y, después, del Caribe e incluso de personas de otros continentes. Por ejemplo, los solicitantes haitianos pasaron de 76, en 2018, a 5 538, en 2019; en cuanto a los cubanos, aumentaron de 218 a 8 277. 

La magnitud de estos desplazamientos por territorio mexicano, sea que soliciten refugio en este país o bien se desplacen para hacerlo en alguna puerta fronteriza a Estados Unidos, muestra que México es uno de los países con mayor tránsito migratorio en el mundo, junto con Marruecos y Turquía 

Las caravanas centroamericanas que arribaron a Tijuana entre noviembre y diciembre de 2018 estaban integradas por entre 6 500 y 10 000 personas; la que llegó a Piedras Negras, Coahuila, en febrero de 2019, estaba constituida por cerca de 1 850 personas; mientras a Ciudad Juárez, entre octubre de 2018 y abril de 2019, llegaron poco más de 15 000 personas. La composición nacional diferenciada de los colectivos de personas que llegaron a cada ciudad señaló una nueva etapa en la historia de las movilidades en México y sus respectivas fronteras. Mientras en Tijuana, Baja California, y en Piedras Negras, Coahuila, dominaron las personas de origen centroamericano, principalmente de Honduras, en Ciudad Juárez, Chihuahua, procedían mayoritariamente de Venezuela y Cuba. 

Este hecho, propiciado también por los comentarios del entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, provocó  y acentuó la polarización política del público mexicano y estadounidense en torno a la migración: por un lado, generó una gran solidaridad de parte de las comunidades migrantes y defensores de derechos humanos; por el otro, suscitó miedos y reacciones extremas de xenofobia.

EL PAPEL DE LA SOCIEDAD CIVIL

Los coordinadores de esta obra plantean que, de acuerdo a Derrida, las políticas de hospitalidad moderna están cimentadas en la filantropía antes que en el ejercicio de un derecho humano y una ciudadanía cosmopolita. En esta vía, México posee, desde hace varias décadas, una infraestructura de hospedaje y alimentación para población en tránsito, inmigrantes o en deportación, que ya describe una geopolítica de la hospitalidad, sostenida básicamente por la sociedad civil, con una reciente participación estatal, a raíz de la presión del Gobierno estadounidense para que México contenga a la población centroamericana y a la que se han sumado organismos internacionales como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y la Cruz Roja Internacional («ACNUR y el CICR se unen», 2019). 

En el siglo XX, la migración indocumentada desde México a Estados Unidos contribuyó a crear espacios de espera para cruzar la frontera, así como acciones organizadas e institucionalizadas para albergar a los viajeros, ya sea porque habían sido deportados o porque esperaban el cruce hacia el país vecino. Las políticas de hospitalidad para migrantes pobres nacionales o extranjeros han sido desarrolladas por la sociedad civil, principalmente por las órdenes religiosas scalabriniana y salesiana, para el caso de Tijuana, desde fines de la década de 1980. 

El análisis de la dinámica y los retos que enfrentó la iniciativa gubernamental en cada ciudad fronteriza de estudio, albergando y controlando la movilidad hacia Estados Unidos, es un tema que se aborda en este libro y, como se verá, la articulación local entre los Gobiernos de los tres órdenes (municipal, estatal y federal), y la sociedad civil y religiosa, ofrece resultados distintos en la gestión local de los albergues. 

El libro “Caravanas migrantes y desplazamientos colectivos en la frontera México-Estados Unidos”, se encuentra disponible para descargar gratuita a través de: http://libreria.colef.mx/detalle.aspx?id=7766

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