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Catterina Buganza, nunca se sabe: Sergio Pitol

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Martha Zilli Grajales

Sobreponiéndose siempre a la adversidad, a contracorriente, la italiana Catterina Buganza creó un círculo virtuoso en torno a su nieto; con su especial forma de narrar la vida misma y los libros que le procuraba, le mostró el camino a seguir y que lo llevarían a convertirse en uno de los escritores contemporáneos más reconocidos.

Hoy, a sus 71 años, Sergio Pitol hilvana una a una las palabras que le remontan a su infancia y dice:

Mi abuela Catterina Buganza fue mi madre y por ella soy escritor.

Perdí a mi padre a los tres años de edad. A los cinco, mi madre murió. Nos recogieron a mí y a mi hermano, mi abuela. Fue la figura materna que tuve en la infancia, la que fue un mundo irreal inmerso en sus recuerdos y sus extraordinarios relatos.

De pequeñas, su papá, mi abuelo, se las llevó a Italia, a ella y a sus dos hermanas para que estudiaran. Regresó muy jovencita, se casó y muy pronto perdió a su esposo.

Tuvo malísima suerte. La muerte le rondaba. Perdió a su hermano, a su esposo, a un hijo de siete años: un niño sano que estaba jugando con sus hermanos, los llamó a cenar, el niño se sentó en la mesa y ahí murió súbitamente. Al poco tiempo perdió a mi madre.

Poseía una fuerza inmensa para sobreponerse y reinventarse, a que las cosas tenían que ir hacia delante.

A mi tío Agustín Demeneghí lo mandó a estudiar a Jalapa la secundaria y la preparatoria y luego a México la carrera de medicina. Estando en precarísimas condiciones económicas logró que su hijo fuera un profesionista.

Tenía capacidades extraordinarias para narrar. Nos contaba sobre sus viajes y su vida en Italia; de la Revolución que la arruinó y la que vivió convertida en una viuda jovencísima.

Tenía varias facetas. Contaba historias caricaturescas y otras terribles y trágicas. Fue lectora de tiempo completo. Desde que llegamos a vivir con ella hasta su muerte, a los 84 años, no dejó de leer.

Leía mucha novela del siglo XIX. Su obra preferida fue Ana Karenina, la que releyó muchas veces hasta que estaba viejecita que casi no podía ver. Sus nietos la encontraban releyendo esa obra de Tolstoi con una lupa.

De muy pequeño, estando en segundo de primaria, un día de Reyes desperté y encontré al lado de mi cama una caja con los 20 tomos del tesoro de la Juventud y desde ese día me dijo: [tienes que leer algo de alguno de esos libros.

Después leí yo las novelas que ella dejaba, por lo que me convertí en un lector muy precoz de libros, de novelas y de todo…estoy seguro que si no hubiera tenido una abuela como ella, que contara tantas historias y que las adornaba novelísticamente y junto al ejercicio de la lectura al que ella me inició, no sería escritor… ¡Viví un mundo irreal toda mi infancia!

Cuando me inicié en este oficio escribía historias que me recordaban sus narraciones. Comencé a escribir sobre Huatusco en la Revolución, la decadencia de esa región y el aislamiento que sufrió en esa época. Escribía y recordaba muchos temas y modos de narrar de ella.

¿En qué momento decidió ser escritor?

Estudié leyes. Nunca ejercí la profesión. Seguía leyendo. Iba a cursos por las tardes en la Facultad de Filosofía y Letras y todos los trabajos que tuve en México fueron en editoriales. Mi meta era aprender y conocer el manejo de todo lo que se hace en una editorial para que en unos cuantos años posteriores yo tuviera una editorial, porque conocía a muchos escritores, desde Alfonso Reyes hasta mis compañeros de edad que ya escribían. Pero en ese entonces no tenía ninguna idea de que fuera a ser escritor. Hasta que en una temporada que pasé en Tepoztlán (Morelos), entonces un pueblito precioso que no tenía electricidad, teníamos que leer con quinqué y lámparas de gas. Aquella vez, precisamente en una convalecencia, me fui a Tepoztlán, donde alquilaba una casita; y me fui a quedar por tres semanas para terminar con toda tranquilidad un trabajo de redacción. Cuando llegué puse todo junto a mi máquina de escribir, el libro que tenía que traducir, pero de repentino empecé a hacer ese trabajo, sino en un cuaderno empecé a hacer como recuerdos, pequeñas historias de Huatusco, de la región, yo tenía 23 años.

Ahí empecé y en esa época ya era tarde, casi todos mis compañeros ya habían publicado un libro o estrenado una obra de teatro. En nuestras reuniones hablábamos siempre de cine, de literatura, de política, de teatro, pero siempre que yo no iba a ser escritor, sino trabajador editorial.

Siempre he trabajado por la noche, esa vez no traduje nada. De repente vi que lo que estaba yo escribiendo tenía coherencia. Al final en la madrugada dejé eso y al día siguiente lo releí, empecé a tachar cosas y a sumar otras, a revisar. El hecho es que salí de Tepoztlán, no traduje nada, pero llevaba a México mis dos primeros cuentos: Victorio Ferri y Amelia Otero, y notas para otros cuentos.

-La abuela ¿conoció al escritor?

Creía que era un entretenimiento mío, que yo tenía muy buen sueldo en Editorial Novara y pensaba que mi futuro era mi trabajo, pero que eso era un entretenimiento. Después, cuando salieron notas y críticas en los periódicos, poco a poco se dio cuenta que iba en serio.

– ¿Si volviera a ver a la abuela?

Yo sueño, he soñado mucho a mi abuela, todavía hasta ahora, pero en mis sueños no la veo.  Sueño que estoy de viaje en un lugar que no es mi casa ni la casa donde vivíamos con ella, que estamos en tránsito en algún lado. En mi sueño sabía que estaba yo con mi abuela, pero no está en el cuarto donde yo duermo, sino que estaba al lado: oía su voz que me hablaba, algo me dice que no alcanzo a comprender. Despierto y sigo viviendo la trama del sueño, oigo todavía el eco de su voz, recorro toda la estancia con la mirada buscándola, pero no está mi abuela, siento su compañía…que me ronda, siento que está cerca.

Sergio Pitol está sentado en la biblioteca de su casa en Jalapa. Voltea hacia atrás y dirige su mirada a la fotografía de su abuela Catterina, quien presencia la plática:

Era muy bonita, era encantadora y muy generosa, muy generosa.

Si el sueño se volviera real ¿qué le diría?

Nunca se sabe…nunca se sabe, algo saldría seguramente… ¡sería algo muy cercano al milagro! …

Del libro Polenta con Café, Martha Zilli Grajales

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