Al momento de la Independencia éramos básicamente una nación de analfabetas, señaló Lourdes Chehaibar Náder; La pandemia evidenció que más allá de conocimientos enciclopédicos, se requiere revisar a profundidad y en cada situación los planes y programas de estudio, comentó.
A dos centurias del nacimiento de nuestra nación hay numerosos logros que celebrar en el ámbito educativo y tristemente también diversas deficiencias y rezagos. Uno de ellos, quizá el más importante, es que todavía no se ha logrado garantizar el derecho a la educación para toda la población, afirmó Lourdes Chehaibar Náder, del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE) de la UNAM.
México nació con deficiencias y, sin dejar de reconocer avances, aún presenta un rasgo esencial y estructural que la pandemia puso en evidencia: la desigualdad. “Ahí está y afecta lo educativo de una manera clara”, sentenció la universitaria.
La experta explicó que, a lo largo de la historia de nuestro país como nación independiente, en diferentes condiciones y con diversos rasgos, los distintos grupos sociales y políticos han valorado a la educación como la mejor ruta para “hacer país”.
En función de las condiciones de la patria, su proyecto y prioridades, así como de las circunstancias internacionales, incluidos los avances científicos y las formas de entender lo educativo, la niñez o el magisterio, la educación se ha ido transformando en los últimos 200 años.
Y aunque la cobertura educativa ha crecido, aún hay mucho por hacer; con datos de la SEP: en educación inicial (desde el nacimiento y hasta los dos años y 11 meses) es de sólo 3.8 por ciento; preescolar, 71; primaria, más de 98 por ciento; y en secundaria, 83.8; empero, en media superior comienza a bajar a 63 y en superior, en el sistema escolarizado, es de 35 por ciento, sostuvo la experta.
Las cifras son contrastantes por entidad: en este mismo ciclo 2019-2020, la cobertura de educación superior en la Ciudad de México alcanzó más de 71 por ciento, a diferencia de Chiapas donde fue de sólo 14.7 por ciento. “Ese rasgo de desigualdad sigue siendo un déficit que la pandemia hizo más evidente”, reiteró Chehaibar.
En el ámbito de los alcances, “podemos decir que tenemos un sistema educativo en continuo crecimiento, diverso, complejo y, también, muy desigual”.
Laicismo, obligatoriedad, gratuidad
Al momento del nacimiento de México, la escolaridad era casi igual a cero; es decir, éramos básicamente un país de analfabetas. Salimos de un periodo donde la instrucción había estado a cargo de las órdenes religiosas, como una manera de integración social y cultural a la corona española y a la religión católica.
Ya como país independiente, cada grupo y proyecto político, según sus orientaciones ideológicas o culturales, expresó su visión sobre lo que debía ser la educación y fue marcando cambios en diferentes dimensiones, por ejemplo la normativa (desde la Constitución de 1824, donde se siguieron las ideas de la Ilustración y se promovió la fundación de colegios; la vigente aprobada en 1917, cuyo artículo tercero ha tenido 10 reformas y una adición, la última realizada en 2019 que establece nuevos tramos obligatorios y precisa que además de laica, obligatoria y gratuita, la educación será universal e inclusiva, entre otros rasgos); o de organización de las escuelas y los niveles educativos, sea con la intervención de los poderes Ejecutivo y Legislativo, las iglesias -en particular la católica-, y la iniciativa privada, o la incidencia de los gobiernos federal, estatales y municipales, hasta llegar a configurar el actual Sistema Educativo Nacional.
En 1843, cuando la población del territorio mexicano era de siete y medio millones de habitantes, el ministro de Justicia e Instrucción Pública, Manuel Baranda, calculaba que había mil 310 escuelas a las que asistían 59 mil 744 alumnos. En ese momento, 0.9 por ciento, “ni siquiera el uno por ciento de la población” asistía a los centros educativos, mencionó la universitaria.
De acuerdo con las cifras del ciclo escolar 2019-2020, el sistema educativo congrega a 36 millones 518 mil 712 estudiantes, dos millones 74 mil 171 docentes y 262 mil 805 escuelas. La educación básica reúne a 25 millones 250 mil estudiantes, la media superior a más de cinco millones y la superior a poco más de cuatro millones de estudiantes.
Otro cambio relevante fue que, en el periodo decimonónico, la mayoría de las escuelas eran privadas; las públicas fueron creciendo muy poco a poco conforme avanzó el siglo. Hoy, el 85.5 por ciento del sistema educativo tiene sostenimiento público y 14.5 por ciento privado, relató la maestra en Pedagogía.
En la Ley Orgánica de Instrucción Pública, expedida por el entonces presidente Benito Juárez en 1867, se establecieron tres rasgos “que son el ADN del sistema educativo: laicismo, obligatoriedad y gratuidad para la educación impartida por el Estado”. Otro elemento fundamental de esa legislación fue la fundación de la Escuela Nacional Preparatoria (ENP).
El Estado se convirtió cada vez más en interventor en la vida social, política y cultural del país; así quedó establecido a finales del siglo XIX con las Leyes de Instrucción y luego en la Constitución de 1917. Ya en la post revolución generó iniciativas centrales como la creación de los libros de texto gratuitos, mencionó la exdirectora del IISUE.
Creación de instituciones
También se crearon instituciones. En 1821 se contaba con la escuela elemental y la superior; “en medio no teníamos nada”. Así que durante el siglo XIX se crearon, entre otras, la escuela secundaria, la de oficios, las normales y varias otras de carácter profesional.
Doce años después de iniciada la etapa independiente, el entonces vicepresidente Valentín Gómez Farías suprimió la Real y Pontificia Universidad de México, “por inútil, irreformable y perniciosa”. Durante el siglo XIX se restablece y se cierra en varias ocasiones hasta la supresión definitiva en el Segundo Imperio. Es hasta 1910 que se funda la Universidad Nacional de México.
Fue con la creación de la Secretaría de Educación Pública, hace 100 años, cuando se comenzó a configurar un sistema educativo nacional claramente federal, pero centralizado. Hoy, este sistema es terriblemente complejo y diverso, calificó la especialista.
Dentro de los tipos educativos hay distintas organizaciones escolares y modalidades, por ejemplo: en el nivel primaria hay escuelas de carácter general, de indígenas y cursos comunitarios; en tanto que la secundaria es general, para trabajadores, técnica o telesecundaria. La educación especial, que inició a finales del siglo XIX con la fundación de la primera escuela para sordomudos, también forma parte del bloque de la educación básica.
En la media superior se incluyen dos grandes ramas: el profesional técnico y el bachillerato y dentro de este último, el general, el profesional técnico bachiller, bachiller intercultural, artístico y tecnológico, lo cual se suma a la preparatoria abierta y a distancia. Y en educación superior se ubican tres grandes niveles: técnico superior, licenciatura y posgrado, y como parte de este último la especialidad, la maestría y el doctorado, mismos que se imparten en un gran conglomerado de instituciones de muy diverso orden de magnitud, organización y funciones.
Otro cambio relevante en 200 años se ha dado, por supuesto, en los contenidos curriculares. En la primera parte de la historia de México, según la mirada de los liberales, la instrucción debía ser la base de la ciudadanía y la moral social; se enseña a leer, escribir, contar y para los varones hay un primer acercamiento a las ciencias; para las niñas, a las tareas propias del hogar y del cuidado de los hijos. Los conservadores, en tanto, establecen como currículo básico aprender a leer, a contar y la enseñanza de la religión católica.
La citada ley de 1867 estableció que las escuelas primarias de niños incluirían la enseñanza de lectura, escritura, gramática castellana, estilo epistolar, aritmética, sistema métrico decimal, rudimentos de física, de artes, química y mecánica, etcétera. Las de niñas: aritmética, sistema métrico decimal, moral y urbanidad, higiene práctica, labores manuales y conocimiento práctico de las máquinas que las facilitan (como la de coser), mencionó Chehaibar Náder.
Cuando se fundó la ENP se ampliaron los contenidos; los métodos objetivos y racionales de enseñanza marcaron diferencias, y el positivismo influyó, incluso, en la educación básica. La apertura a nuevas corrientes de pensamiento y la integración de múltiples disciplinas en la educación de los bachilleres, dio fortaleza al currículo, que se enriqueció con la técnica y la creación de nuevas instituciones a lo largo del siglo XX.
La diversidad de contenidos generados por el acelerado avance de la ciencia y la tecnología en el último siglo es impresionante; pero también se incorporan a la formación de niños, niñas, adolescentes y jóvenes otros aspectos. Por ejemplo, hoy que se requiere erradicar cualquier tipo de violencia contra las mujeres, la perspectiva de género se constituye en un contenido transversal. Los retos del cambio climático, el desarrollo sostenible, los derechos humanos y la ciudadanía democrática son orientaciones que también deben estar en los programas de cualquier disciplina y formación profesional, opinó la universitaria.
En función de las condiciones de México y del mundo, los planes de estudio se modifican; la pandemia actual ha evidenciado que más allá de una sumatoria de conocimientos enciclopédicos o “competencias” individuales asociadas al mercado, se requiere que la currícula de todo el Sistema Educativo Nacional sea revisada a profundidad y en cada contexto sociocultural y económico. En ese sentido se deben replantear la organización y los contenidos de lo que se enseña en el país, concluyó Lourdes Chehaibar Náder.