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Diario/ 192

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Mauricio Carrera

Es un ser celeste mi hijo, una mención irrefutable en el amor que permanece. Ayer creció siglos, ayer puso su nombre distinto al de chamaco o escuincle. Es como yo, sólo que sin el sermón del no se puede. Es un milagro de la vida cuando es buena y sin trampas. Que sea feliz, que el asedio de las lágrimas no se almacene en su alma. Que me converse, que recuerde nuestras canciones secretas, que conozca la terquedad de la vida sin miseria, que el prodigio de lo femenino le abrigue sin crueldades. Que su corazón sea sabio para arder en la belleza de su amada y sepa apagar pronto el fuego helado de las despedidas. Que estemos cerca, aunque en la lejanía de los caprichos plurales del destino.

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