Entre las efemérides que se celebran este año, una que ha recibido comparativamente poca atención es el centenario de la Secretaría de Educación Pública. Javier Garciadiego escribe sobre los inicios de esta institución conforme las directrices de José Vasconcelos y de la misión fundamental para la cual se edificó.
Este año 2021, el país conmemorará tres decisivas efemérides históricas: los 500 años de la conquista de Tenochtitlán, los 200 de la consumación de la Independencia y el centenario de la Secretaría de Educación Pública (sep), fundada en octubre de 1921. Sin duda es necesario reflexionar y discutir públicamente sobre las aportaciones de esta institución durante sus primeros cien años de existencia, pero también sobre sus retos actuales y su futuro próximo, tomando en cuenta los impactos y cambios que la pandemia de covid ha provocado en el ámbito educativo.
Lo primero que debe quedar claro es que la sep de 1921 no era una simple reinauguración de la Secretaría de Instrucción Pública creada por Justo Sierra en 1905, en las postrimerías del Porfiriato. La diferencia entre ellas se enuncia en muy pocas palabras: la proteica experiencia de la Revolución mexicana. En efecto, el concepto de “educación” de 1921 era el que se había ido definiendo a lo largo de esa década, caracterizada por la violencia social, los cambios políticos y las constantes propuestas ideológicas y de proyectos institucionales, notablemente diversas y variadas.
Suele aceptarse que la Revolución tuvo tres ejes principales, esto es, tres causas, con sus reclamos y sus propuestas de solución: la democratización del país, anclada en un inicio al antirreeleccionismo maderista; acabar con la injusta estructura de la propiedad agraria, mediante un proceso de restitución de las tierras usurpadas o de dotación de tierras a las comunidades campesinas que carecieran de ellas; y, finalmente, una fuerte demanda por mejores condiciones laborales en el sector industrial, como lo habían anticipado los movimientos de Cananea, en 1906, y de Río Blanco, al año siguiente.
Sin embargo, había un cuarto reclamo, tan fuerte como los tres anteriores: la demanda por una educación con matrícula no excluyente, pues la educación en tiempos porfirianos beneficiaba sólo a un sector reducido de la población; se demandaba también una educación con presencia en las áreas rurales y populares del país. Las principales facciones revolucionarias exigieron reformas y prometieron cambios en materia educativa. En rigor, el reclamo por la mejora en el sector educativo había aparecido ya en los “congresos agrícolas” organizados por los católicos progresistas, influidos por la encíclica Rerum Novarum de finales del siglo xix, pues pedían que en las haciendas se contratara a un profesor y se acondicionaran espacios algo parecidos a una escuela en beneficio de los hijos de sus trabajadores. Poco después, los magonistas plantearon su propuesta educativa en el “Programa del Partido Liberal” de 1906. Obviamente, el maderismo gubernamental tenía un proyecto educativo, lo mismo que la facción constitucionalista, que se plasmó en las propuestas de Félix Palavicini cuando estuvo al frente de la Secretaría de Instrucción Pública y, sobre todo, en el artículo 3° de la Constitución de 1917.
Comprensiblemente, los zapatistas, los villistas y la Convención también tuvieron sus particulares concepciones de lo que se requería cambiar en la educación nacional. Emiliano Zapata siempre tuvo cerca a algún profesor rural y Villa, como remedio a sus carencias tempranas, impulsó la educación infantil en los territorios que dominó.
Sin embargo, no hay duda de que el proyecto educativo más maduro, atinado y comprehensivo de todo el periodo fue el de José Vasconcelos. Abogado de profesión, filósofo por vocación y educador por convicción, él estaba profundamente preocupado por los temas pedagógicos desde que fue miembro del Ateneo de la Juventud, grupo que se distinguió por su decidida oposición al decadente positivismo de su época. Su experiencia como educador se acrecentó cuando, en 1912, siendo presidente del Ateneo, se fundó la Universidad Popular, diseñada para hacer labor de difusión y divulgación del conocimiento, no para profesionalizar a jóvenes.
Al triunfo del constitucionalismo, fue director de la Escuela Nacional Preparatoria por breve tiempo, en septiembre de 1914, puesto que tuvo que abandonar porque rompió con Carranza y se hizo convencionista. Entonces fue nombrado secretario de Instrucción Pública en el breve gobierno de Eulalio Gutiérrez, a principios de 1915. La derrota de éste lo llevó al exilio, sobre todo a Nueva York, Estados Unidos, donde escribió, leyó, sobrevivió gracias a diversos empleos y mantuvo una vitriólica crítica anticarrancista.
El año de 1920 fue uno de los auténticos parteaguas de su vida. A mediados de ese año, su odiado Carranza fue derrocado por los “sonorenses” y la naturaleza del nuevo gobierno embonaba con la actitud y trayectoria de Vasconcelos, pues para poder incorporarse al nuevo aparato se requería definirse como anticarrancista y tener antecedentes en alguna de las anteriores facciones revolucionarias. Vasconcelos había pasado por el maderismo, el constitucionalismo y el convencionismo. Fue así como Adolfo de la Huerta y Álvaro Obregón lo invitaron a ser rector de la Universidad Nacional, donde hizo una renovación radical. La institución había sido creada por Justo Sierra y Ezequiel Chávez en el contexto de los festejos del Centenario, “canto del cisne” del régimen porfiriano, pero Vasconcelos la transformó en una institución identificada con los ideales de la Revolución: compromiso social, principios democráticos, afanes culturales e identidad latinoamericana.
Otra diferencia: en 1910 la Universidad Nacional había sido diseñada desde la Secretaría de Instrucción Pública —léase Sierra y Chávez—. Ahora el proceso sería a la inversa: desde la Universidad Nacional —léase Vasconcelos y un equipo pequeño de asesores y colaboradores, entre quienes estaba Ezequiel Chávez— se planeó y diseñó la Secretaría de Educación Pública, que lejos estaba de ser una simple restitución de la anterior secretaría, la hecha por Sierra en 1905. Una vez que se tuvo el proyecto, hacia abril de 1921, fue necesario que se presentara a los legisladores federales y locales, pues su creación implicaba una reforma constitucional, ya que los constituyentes no la habían considerado en 1917. Paradójicamente, el mediador con los legisladores fue su futuro enemigo acérrimo, Plutarco Elías Calles, entonces secretario de Gobernación de Obregón. Como era previsible, el proyecto fue convertido en ley, prácticamente sin modificaciones.
Los principios que definían la nueva institución eran evidentes. Primero que todo, nacía por ser una de las principales banderas revolucionarias y como compromiso mayúsculo del nuevo Estado. Por lo mismo, la educación debía ofrecerse a todos los mexicanos y mexicanas que la requirieran, sin importar género, edad y clase social. Asimismo, debía impartirse en todo el territorio: en las zonas rurales y urbanas, en los barrios populares y en los espacios donde habitaban las clases medias; sobra decir que también debía ofrecerse educación a las diversas comunidades indígenas. Es decir, lo que Vasconcelos proponía era construir un sistema educativo auténticamente nacional, tanto en términos geográficos como sociales, supervisado todo por una secretaría plenamente federal que homogeneizara programas, planes y textos.
La diferencia no era sólo semántica. Educación no es sinónimo de instrucción. La abarca, pero tiene otros elementos. El concepto de educación de Vasconcelos se componía de tres ejes: primero, lo instructivo, o sea, lo relativo a la docencia, que incluía la construcción, reparación y adecuación de escuelas; lo relativo a los instrumentos docentes, desde pizarrones hasta libros, cuadernos y mapas; y también todo lo relativo al profesorado, desde los temas laborales y salariales hasta su actualización académica. El segundo eje era el bibliográfico y abarcaba desde la alfabetización generalizada hasta la construcción de un sistema nacional de bibliotecas, pasando por la adquisición o la edición de muchísimos libros; el gran objetivo era crear un país de lectores de buenos libros. El último eje era el artístico, con especial énfasis en la promoción y difusión del muralismo, la literatura y la música, pero siempre buscando que las producciones artísticas no fueran elitistas; al contrario, se buscaba crear un arte de acceso popular.
Si bien la gestión de Vasconcelos al frente de la sep sólo duró tres años, pues renunció a mediados de 1924, su legado se ha prolongado hasta nuestros días —díganlo si no los Libros de Texto Gratuitos y la Secretaría de Cultura—. La mejor forma de conmemorar el centenario de la sep es asumiendo como propios y vigentes los retos que se propuso vencer Vasconcelos: que la educación llegara a todos los niños y jóvenes del país; que inculcara en ellos un claro sentido de responsabilidad social y de identidad nacional; que sirviera para formar ciudadanos comprometidos con la democracia y la justicia. Asimismo, Vasconcelos se puso como reto que la educación fuera artística, para hacer más plenamente humana la vida de los educandos mexicanos. Por último, buscó que el profesorado del país viera su labor como un apostolado, producto de una auténtica vocación, no como un simple empleo. Insisto: para Vasconcelos era claro que el mejor canal de ascenso socioeconómico de los niños y jóvenes era contar con una buena educación. Igualmente, para lograr una buena homogeneidad socioeconómica entre los mexicanos y mexicanas, el mejor instrumento era la educación. Así, la mejor palanca para que el país avance, se profesionalice y se tecnifique, es sin duda la educación. Es uno de los grandes retos del siglo xxi: ¡venzámoslo!
JAVIER GARCIADIEGO*