Por Gabriel Gamar
Las velas parpadean, danzan en el viento, iluminando altares con flores de
cempasúchil y calaveras de azúcar, que iluminan el sendero a los muertos para
que vuelvan al mundo de los vivos. Aromas de incienso llenan el aire.
En los altares destacan las ofrendas, donde se sirve comida, tamales, mole, pan,
frutas, dulces y las bebidas que les gustaban a los difuntos. Es una manera de
decirles que su recuerdo no se ha marchitado. Lo mismo hay calacas pintadas con
colores vivos, que son un eterno motivo para recordar el ciclo de la vida y la
muerte.
Los días de muertos, también conocidos como Todos Santos, se vuelven una
fiesta en que se cuentan historias, la gente ríe recordando a sus santos difuntos.
El culto a los muertos es una mezcla de alegría y de nostalgia por los que ya se
han marchado de esta vida.
Este culto es como un puente entre estos dos mundos, el de los vivos y el de los
muertos, para mostrar que los lazos no se rompen y no se romperán nunca. En
estos días recordamos a nuestros muertos con amor, sin miedo y sin rencores.
Estos días son una celebración, no son días de luto, son días de fiesta, donde se
les recuerda con respeto y con amor. De esta manera honramos a los que ya
cruzaron el umbral y hoy descansan en paz en un lugar celestial.
Correo: gabriel_gamar@yahoo.com.mx
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