Elvira García
Es una infamia machista lo que le está ocurriendo a Elena Chávez en algunos de los programas de radio y televisión, a raíz de la publicación de su libro: El rey del cash. No sé si los directores de comunicación tanto del presidente López Obrador, Jesús Ramírez Cuevas, como del gobierno actual, Jenaro Villamil, titular del Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano (SPR), han tecleado sus teléfonos y, o movido sus hilos para advertir a los dueños de medios, especialmente de los electrónicos, que se abstengan de comentar, favorablemente, la obra de Elena Chávez, eL libro que desnuda moralmente a Andrés Manuel López Obrador.
No sé si se movió la maquinaria comunicativa del presidente de México, pero intuyo que algo así pasó. De otra forma, ¿cómo explicar que los pocos comentarios que se han hecho en los medios electrónicos acerca de El rey del cash, tengan una cierta uniformidad?
Los que he escuchado quieren minimizar el fuerte golpe que esta obra le asesta a eso que López Obrador ha querido mostrar como su mayor valor: la honestidad; y a su honestidad, el escudo que lo protege.
Los periodistas varones que han reseñado el libro apenas si le dedican pocos minutos. Por ejemplo, un conductor de Radio Fórmula, en síntesis dijo que El rey del cash era la obra de una mujer “despechada” porque su hombre “se fue con otra” y con esa “sí se casó” en tanto que con Elena Chávez -autora del libro- nada más fue su “pareja sentimental”; todo ello, dicho mientras reía sarcásticamente. Al día siguiente, hizo otro brevísimo comentario a libro y prometió no ocuparse más del asunto.
Joaquín López Dóriga tuvo palabras más objetivas y respetuosas para el contenido: dijo que era una obra testimonial, no de investigación. Y agregó que es un libro dirigido no al presidente López Obrador, sino a César Yáñez, el otrora poderoso vocero del presidente de México y pareja de Chávez.
Sin duda, quien más tiempo ha dedicado al libro ha sido Carmen Aristegui, en su noticiario: Aristegui noticias. Fue la primera que entrevistó a la autora de El rey del cash y, en varias emisiones, tanto ella como los analistas que colaboran en ese espacio, han hablado más ampliamente del contenido del mismo. Ninguno lo ha descalificado por ser el testimonio de la ex mujer del número uno en la vocería de las tres campañas de López Obrador: César Yáñez, su jefe de prensa, su confidente, su limpia-zapatos, su quita-caspa, su sombra.
Conductoras como Denise Maerker también han tratado con seriedad y respeto el esfuerzo de Elena Chávez por darnos más elementos para que recordemos qué tan convenenciera, chiclosa y acomodaticia fue, durante largos años de campaña política, la honestidad del actual presidente de México.
En sus conferencias mañaneras, López Obrador ha querido minimizar el daño que El rey del cash, le ha traído; este es, para mí, el más profundo que libro reciente le causara, hasta hoy. Sin que le preguntara, al referirse a El rey del cash, el presidente dijo, con sonrisa congelada, que “hay diez libros y saldrán más”, poniendo punto final al tema; como si el volumen de Elena Chávez fuese apenas una pequeña mota sobre la investidura presidencial, cuando en realidad es como si a AMLO le hubiese caído encima un gigantesco bote de pintura negra, manchando su figura de pies a cabeza y de manera permanente e indeleble.
Desafortunadamente para López Obrador, El rey del cash no pasará de moda tan rápidamente como él quisiera, no sólo porque la obra es número uno en ventas actualmente, también porque sigue circulando profusamente por Whatsapp en versión PDF, lo cual daña los derechos de autor de Elena, y las finanzas de Grijallbo y Penguin Random House; ese tanto compartir por internet es un fenómeno, una ola imparable que no recuerdo haya sucedido en años recientes con otro libro acerca de Andrés Manuel López Obrador. Esta marea que crece y crece, traerá consecuencias en el presente y para el futuro electoral inmediato del actual presidente. Y, más, para el 2024.
Llama la atención que sean mujeres periodistas, las que con mayor cuidado y tiempo se han detenido a hablar del libro de manera analítica, profundizando en las revelaciones que hace la autora, revelaciones que, si bien es cierto, no están respaldadas en documentos en el libro, sí cobran gran importancia porque muchos de nosotros –me incluyo- en el pasado habíamos escuchado testimonios de amigos que trabajaron cerca de AMLO, en alguna de las etapas en que fue jefe de gobierno del entonces Distrito Federal, o se emplearon en delegaciones gobernadas por políticos emanados del PRD.
En mi caso, a la medida que avanzaba en la lectura de El rey del cash, fui recordando que amigas y amigos míos muy cercanos, que laboraban como funcionarios en alguna demarcación, así como en el gobierno capitalino, o en la Secretaría de Finanzas del entonces DF, me confesaron -con enojo y desconcierto- que quincenalmente tenían que dar una aportación “voluntariamente a fuerza” para “el movimiento” de López Obrador. En otros casos, si empresas ganaban un concurso para realizar trabajos para el gobierno del D.F., irremediablemente debían entregar el diez por ciento, o más, para “ayudar al movimiento”. Todo me lo dijeron como confidencia, y suplicándome que no fuese a contarlo.
Luego entonces, los testimonios que Elena Chávez vierte en su libro, para mí no necesitan el respaldo de documentos pues, lo que ella dice me reconfirma todo aquello que mis amigos esquilmados me revelaron secretamente. Y sé que, tanto para esos mis amigos, como para miles de mexicanos obligados a aportar su diezmo, la obra de Elena ha sido una liberación: un romper el silencio. Sí. Porque, al fin, alguien se atrevió a dar testimonio por escrito de lo que vivieron esos miles o millones de empleados públicos, por años o décadas, sin protestar, con tal de no ser corridos de su trabajo.
Por otro lado, cuando, López Obrador intenta minimizar el trancazo que le da el libro en el eje de su tan cantada honestidad, astutamente pide que la autora presente pruebas de sus dichos. ¡Ajá! Y pues, ¿de dónde?
Elena los exhibe de corruptos, no de tontos. Tanto el hoy presidente de México como sus princiales operadores de dinero en efectivo, se cuidaron, precisamente, de no dejar huella de sus fechorías, pues sabian de la ilegalidad que significa la sustracción de dinero al erario y el forzar a empleados públicos para donar una parte de su salario, para fines electorales o proselitistas.
El rey del cash no es un libro de lloriqueos y chismes, como dicen algunos; omitiendo cierto protagonismo innecesario de la autora, para mí es una obra escrita con coraje por Elena Chávez. Coraje, por haber descubierto quién era realmente el hombre con quien dormía, César Yáñez. Y coraje acumulado por años, al darse cuenta de quién resultó ser Andrés Manuel López Obrador, el dios, el ídolo de multitudes, el que recorrió caminos en más de tres ocasiones, vendiendo al pueblo su honestidad como el valor más alto de su existencia.
Elena Chávez, al parecer, nunca toleró a AMLO; y creo que ni él a ella. Astuto como es, el hoy presidente siempre intuyó que Elena no estaba de su lado, no aprobaba su conducta, su proceder para hacerse de dinero en efectivo que pagaba sus viajes, su renta de apartamentos, sus víveres, sus transportes, sus gastos y los de sus hijos –por cierto, ya grandecitos en esa época-, los de su primera esposa y aquellos de la actual, Beatriz Gutiérrez Müller, a lo largo de casi dos décadas. ¿No es esto escandaloso? ¿No es esto deshonestidad? ¿No se llama abuso, extorsión, robo, a este proceder? En verdad, mexicano, ¿necesitas ver un papelito, una firma de AMLO o de sus operadores, para convencerte que eso es un gran delito?
¡No! ¡No hay pruebas documentales, no hay copias de cheques, no hay firmas estampadas en miles de hojas! Precisamente, el que no existan pruebas físicas, ¡es exactamente la prueba!: la prueba del proceder delincuencial; del cinismo, de la deshonestidad, del doble discurso, de la falta de calidad moral de un puñado de hombres, encabezados por López Obrador, que, con sangre fría y sin remordimientos, continua y reiteradamente, robaron al erario público, es decir, a todos los mexicanos.
Bien dice el dicho que no hay peor ciego que el que no quiere ver.
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