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Entrevista con Fernando Benítez

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La elocuencia y el énfasis

Ricardo Cayuela Gally

En México, hablar de suplementos culturales es hablar de Fernando Benítez. La Jornada Semanal es uno de sus hogares naturales; durante
cinco años, Benítez dirigió el suplemento que hoy hacen quienes aspiran a ser sus discípulos. Para este número, el autor de Los indios de México nos envió una semblanza de sus amigos y colaboradores Vicente Rojo y José Emilio Pacheco, que incluimos como un complemento a esta entrevista. A continuación, la voz más enfática y distintiva de los suplementos nacionales se apodera de estas páginas.

Llegué a casa de Fernando Benítez una mañana de lunes, listo para enfrentarme a una fiera de la conversación. No sólo iba preparado con un largo cuestionario y una grabadora de alta fidelidad. No. También llevaba conmigo una imagen prefabricada del hombre al que conocería, hecha de un montón de pedazos sueltos y anécdotas referidas siempre por terceras personas: que si una vez le mentó la madre al Secretario de Gobernación, que sí solía regalar chocolates franceses de los más finos envueltos en papel estraza para simbolizar que lo importante está oculto a los ojos, que si estrelló su Buick contra la barda de la casa de una de sus amantes en una ataque de celos, que si durante meses no comió nada más que frijoles y tortillas en una comunidad tarahumara. Una imagen hecha,
también, de un puñado de lecturas (cómo olvidar la escena en donde el arzobispo Aguilar y Seijas, en Los demonios en el convento, evita pisar el suelo por donde acaba de pasar una mujer; o la sublevación heroica del primero entre Los primeros mexicanos, el hijo de Hernán Cortés y la Malinche, el bastardo Martín). Y, claro, de toda una mitología del director por antonomasia de suplementos culturales.

Así, pues, llegué consciente de que visitaba a una leyenda de la cultura mexicana para hablar de su libro más reciente, El peso de la noche. Y me encontré a un hombre de ochenta y seis años, con dificultades para caminar, distraído al responder el guión preconcebido, pero con muchas ganas de hablar y compartir recuerdos, vivencias, anécdotas. El resultado es este caleidoscopio de historias y opiniones. Sé que faltan su biblioteca, sus ídolos prehispánicos, su colección de cuadros, sus viajes, su risa, sus amores, su «hermanito» de muletilla. Pese a ello, espero que estas esquirlas de su memoria revelen parte de la silueta de un personaje que responde al nombre de Fernando Benítez, jefe de todos los jefes… de la elocuencia y el énfasis.

Una gran escalera
México es un país montañoso y eso nos aísla. Además, está rodeado por cuatro mares: el Pacífico, el Atlántico, el mar de Cortés y el mar Caribe. La vida se nos va en subir y bajar: si tú quieres salir de México, tienes que bajar; pero si quieres llegar a la ciudad de México, tienes que subir forzosamente. La gran escalera de nuestra casa: de Acapulco a Veracruz hay que subir y luego volver a bajar. Esta geografía ha hecho de México un país lleno de carácter y de regiones singulares: cada estado es diferente a otro, cada catedral es diferente a otra. Caray, ¡tenemos más de 20 comidas típicas! Cuando tú le preguntas a un indio si es mexicano, te dice: «no, yo
soy huichol», «no, yo soy cora», «no, yo soy tepehuano», «no, yo soy chol».

Y esto porque durante siglos vivimos incomunicados. ¿Te imaginas las diferencias que hay entre Yucatán y Baja California?

La solución
En parte, la solución de México está en volver los ojos al siglo XVI y seguir el ejemplo de Vasco de Quiroga. Nunca dio limosnas, pero enseñó oficios a los indios que hasta la fecha funcionan, están vigentes y suponen una fuente de riqueza. Además, don Vasco de Quiroga creó sus famosos hospitales, donde curaba a los enfermos con yerbas medicinales y con los grandes especialistas botánicos indios.

Trabajo, no limosnas. ¿Te imaginas cuánta sabiduría hay en eso?

Acercarse a la divinidad
Las drogas rituales de los indígenas son fundamentalmente los hongos alucinógenos y el peyote. En el caso de los primeros, viví y estuve mucho tiempo con María Sabina. Fui el primero en contar su vida en Viaje al mundo mágico de la droga, que es un libro publicado en diversos idiomas.

En el caso del peyote, también puedo decir que fui el primero en hacer la peregrinación a la tierra del Divino, del Luminoso, como le dicen al peyote.

Es claro que no se trata de drogas en el sentido moderno del término. No se emplean en ningún lugar del mundo. Tienen una función ritual: acercar a la divinidad, a la sabiduría.

Museo de Arte Antiguo Mexicano
Nuestro Museo de Antropología e Historia debería llamarse Museo de Arte Antiguo Mexicano. Es horrible el contraste entre el piso de abajo, en donde ves el esplendor de la cultura indígena, y el piso de arriba, en donde ves la miseria de los indios actuales. En el piso de abajo, lo que eran los indios antiguos: grandes arquitectos, extraordinarios astrónomos, grandes matemáticos, pintores, escultores… Un caso único en la historia de la humanidad lo que consiguieron estos pueblos que carecían de bestias de tiro. Quinientos años después, estos mismos indios han perdido gran parte de su genio creador. Esto se debe al sistema de castas colonial que nosotros heredamos y reproducimos ya como país independiente. En México hay, hoy en día, ocho millones de indios viviendo en la más absoluta de las
miserias. En el piso superior, unos maniquís del Palacio de Hierro, con camisa y calzón blanco, con un palo en la mano llamado coa, siembran un pedacito minúsculo de tierra…

El país de la desigualdad
El gran problema del México actual ya lo apuntó Alejandro de Humboldt en 1804, cuando dijo que la Nueva España era «el reino de la desigualdad».
Quizás en ninguna otra parte del mundo, decía el sabio alemán, haya tanta diferencia entre los que están arriba y los que están abajo. Hay países más ricos, desde luego, y también, claro está, países más pobres, pero en ninguno existe la enorme diferencia que tenemos en el nuestro. Ése es nuestro verdadero problema.

Una idea de Alfonso Reyes
La idea de hacer El rey viejo fue de Alfonso Reyes, quien me contó la historia, rescatada por el antropólogo inglés Frazer de un pueblo africano.

Cuando su rey ya no tiene semen, sus súbditos le mandan un obsequio siniestro: los huevos de cierto pájaro. Con ello le indican que ha llegado la hora de suicidarse, porque si no lo hace lo van a asesinar. Y éste es el caso, dice Reyes, de Carranza, quien obviamente no escogió el suicidio. El rey viejo cuenta el fin de Carranza, que no era tan viejo como lo pintan. Ese ser de extrañas barbas blancas que fue primero dueño de un país entero, luego de una ciudad, luego de un simple tren y finalmente sólo de una humilde choza en una aldea perdida, en donde lo matan…

Como Reyes me regaló la idea, cuando se imprimió el libro se lo llevé de regalo. Estaba ya moribundo, con un asma terrible. Me apretaba la pierna y me decía: «Estos miserables, cómo me atacan.» Se refería a los mediocres que yo había corrido del suplemento y que insultaban a Reyes para tener un nombre. El problema es que Reyes era muy sensible a la crítica. Media hora después de mi entrevista, murió. Una cosa increíble.

Mi historia de México
Con este libro, El peso de la noche, sobre la historia mexicana del siglo XVIII, he escrito toda la historia de México. Primero, con La ruta de Hernán Cortés tengo la Conquista y la cultura azteca. Luego, ese libro que salió con un título un poco académico: La vida criolla en el siglo XVI y que ahora se conoce como Los primeros mexicanos. Después escribí Los demonios en el convento, sobre esos locos sexuales que rodeaban a sor Juana. Ahora estoy escribiendo un libro sobre Juárez. ¡Un indio que hizo de la huida una victoria! A los doce años se escapó de Guelatao y fue a refugiarse unos días a casa de los señores Maza, donde su hermana era la cocinera. El libro es muy largo, pero cuenta cómo mientras todos estaban locos, tanto conservadores como liberales, Juárez conserva su impasibilidad. Juárez es el Impasible que derrota a todos: a los franceses, a Napoleón Bonaparte, a la Iglesia, a todos. Muere porque su corazón no aguantó esa vida terrible, pero si no, hubiera seguido en el poder muchos años. Un hombre dejado de la mano de Dios, que no tenía nada y ve todo lo que hizo. Él manejaba todo el ejército, le decía a cada uno de sus coroneles y generales lo que tenía que hacer y no era un militar, era un abogado.

Además, tengo publicados Porfirio Díaz, Los caudillos y Lázaro Cárdenas.
Mis libros abarcan toda la historia de México.

Quevedo, una lección de periodismo
«Reñí con el hostelero / porque cuando donde como/ sirven mal, me desespero.» Si le pones acento a las palabras del segundo verso, tienes todo lo que un periodista moderno debe saber averiguar: por qué, cuándo, dónde y cómo.

La fábula del león y el cordero
Las relaciones entre México y Estados Unidos se pueden explicar por esta fábula. El león decía que el cordero le ensuciaba el agua donde bebía. Así que decidió, de un zarpazo, quedarse con Texas y, de otro zarpazo, quedarse con más de la mitad de nuestro territorio. ¿Cuántos zarpazos nos faltan?

Mi primer colaborador
Alfonso Reyes fue mi primer colaborador en el suplemento del Novedades.
Me acuerdo que le hice una visita y le dije: «Mire, don Alfonso, yo sé que usted paga por publicar sus libros, que no se venden y que nadie los lee. Yo le ofrezco a usted un público de cien mil lectores.» Naturalmente, aceptó.

Con decirte que el segundo número del suplemento fue hecho íntegramente por él, ya que estaba dedicado a la cultura griega. Ahí publicó un fragmento del libro, entonces inédito, Homero en Cuernavaca.

La expulsión de los jesuitas
Los jesuitas eran tan poderosos que tuvieron problemas con todos los reinos católicos. El primero en expulsarlos fue Portugal. Después, Francia los secularizó y entonces Carlos III decidió expulsarlos. Eran tan fuertes que no obedecían a nadie, ni al Papa. Ellos eran los soldados de Cristo, una compañía casi militar creada por Loyola para combatir a los protestantes.

Eran los grandes educadores, los más sabios, los más poderosos, los más ricos. Y proyectaban una sombra sobre el absolutismo de los reyes, por eso Carlos III decidió echarlos. En la Nueva España incluso hubo algunas rebeliones porque la gente los amaba.

Un regalo como cualquier otro
Los mineros de la Nueva España eran multimillonarios. Le regalaron al rey de España, entre otras cosas, un barco de caoba construido en los astilleros de Cuba, con 80 cañones de plata. Le hacían regalos extraordinarios. ¿Y Carlos III qué hacía? Les daba títulos nobiliarios de condes y marqueses.

Así se creó esa gran aristocracia minera de la cual habla Humboldt.

El dedo indecente
El barón de Humboldt era un montañista fabuloso. Y habló de la fuerza de los mineros mexicanos después de subir desde el fondo de
una mina de Guanajuato hasta la superficie, porque llegó agotado. Decía que los indios eran muy resistentes, ya que podían hacer ese
recorrido cargados con el mineral. Lo llevaban en la espalda, sujeto por la frente con una cinta, desde el fondo de las minas hasta la
superficie. A la salida, fueran ancianos o muy jóvenes, había un personaje singular que les metía un dedo en el culo, un «dedo indecente» dice Humboldt, para evitar que se robaran alguna pieza de oro o de plata.

Clavijero

Los sabios del Viejo Mundo, los sabios europeos, hablaban de que el Nuevo Mundo, América, era un continente de lagunas pestilentes, de animales pequeños, de gente bárbara y belicosa. Clavijero, que vivía en Bolonia después de su expulsión, recordaba a la perfección su enorme biblioteca, y escribió ese libro maravilloso titulado Historia antigua de México, reivindicando toda la cultura de América, presente y pasada.

También les dijo irónicamente que si se trata de animales grandes, África debería estar en primer lugar.

Un fresco de Pompeya
Carlos III, ya como rey de España, entroniza el arte clásico influido por el descubrimiento de las ruinas de Pompeya y Herculano, hecho que sucedió mientras él era soberano de la provincia de Nápoles. En uno de los frescos de Pompeya se ve una balanza; en uno de sus platillos hay una talega de oro y en el otro un inmenso pene que inclina la balanza a su favor, porque pesa más que el oro. Así que Carlos III ordena la destrucción del Barroco, que tan importante fue en América, y su suplantación por el arte clásico, pero amputándolo de su erotismo. Recordemos que el falo, la figura predominante de Pompeya, no aparece en ningún monumento neoclásico.

López Mateos
O´Farril me corre del Novedades molesto por nuestros reportajes sobre los grandes problemas de México. Inmediatamente me habló José Pagés Llergo, el director de Siempre!, y me dijo: «Yo lo recibo a usted y a los 30 que se salieron con usted.» Naturalmente, comprendió que conmigo estaba toda la inteligencia mexicana. Desde luego acepté. Yo no sabía que por aquel entonces me estaba buscando el presidente López Mateos. Por fin lo supe y fui a verlo, acompañado de algunos colaboradores, entre ellos Elena
Poniatowska. El Presidente me dijo: «Fernando, lo que usted ha hecho con el suplemento es semejante a hacer carreteras y escuelas. Yo quiero financiarle un nuevo suplemento.» Y le dije: «Señor Presidente, se lo agradezco mucho, pero ya el señor Pagés Llergo nos aceptó a todos. Ese dinero que pensaba destinar a un nuevo suplemento, déselo a Pagés.» Claro que nuestras relaciones amistosas duraron muy poco, por culpa del asesinato del líder campesino Rubén Jaramillo y su esposa embarazada.

Carlos Fuentes, Flores Olea, Roberto García Soler y yo hicimos una visita a la casa de Jaramillo y publicamos un reportaje de ese crimen espantoso («Un día en la tierra de Zapata», núm. 21 de La cultura en México, 11 de julio de 1962). El Secretario de la Presidencia dijo que habíamos mordido la mano que se nos había tendido y que estábamos organizando una cacería de brujas. Las relaciones se enfriaron brutalmente. Por fin, meses después, en una comida que Pagés Llergo organizó para el Presidente, le expliqué a López Mateos que nuestro reportaje era para salvarlo a él de ese crimen espantoso. El Presidente me dijo: «Sí, Fernando, se lo agradezco mucho.»

El Caballito
Representa al rey Carlos IV, un rey cornudo, al que en vez de ponerle sus cuernos le hicieron una corona de laureles. La venganza de la gente es conocer a la estatua ecuestre como «El caballito», olvidándose del rey. Por cierto, en el siglo pasado se pensó en fundirlo para hacer centavos, pero Lucas Alamán lo impidió.

La Tarahumara
Es un dolor terrible estar en la Tarahumara, de donde es mi primer libro de la serie Los indios de México. Un gran dolor, porque los tarahumaras eran los dueños de esos inmensos bosques y ahora se están muriendo de hambre; los bosques son de los madereros. Lo mismo pasa en Chiapas, tan vigente en la actualidad.

El padre de la mafia
Esta expresión siempre me ha hecho reír. Para mantener la calidad del suplemento, a los mediocres los eliminábamos. No era mafia, era buen gusto.

El amor
El amor es el centro de nuestra vida. Si un hombre no ha sentido amor es que no ha vivido. Así de fácil. Yo tuve una vida amorosa prodigiosa. Puedo decirte que fui el amante de las mujeres más bellas e interesantes de México.

La vejez
La vejez es terrible. Es tu ruina física. Estoy sufriendo todos los horrores de la vejez. Ya no puedo hablar bien. Además, como sigo fumando, tengo bronquitis. No veo, un ojo lo perdí en una mala operación y el otro apenas me deja leer. No puedo leer los periódicos por su letra de ocho puntos. Me duele mucho porque gran parte de mi vida ha pasado en el periodismo.

¡Cuando oigo el sonido de una rotativa se me salta el corazón!… y ahora no puedo leerlos. Te voy a contar un cuento chistoso para que me entiendas: Era el aniversario de boda de una pareja de viejos. La mujer le dice a su esposo: «maridito mío, quiero algo duro esta noche por nuestro aniversario». Y el marido le dice: «Bueno, ¿cómo no? Nos acostamos en el suelo.» Eso es la vejez, vas perdiendo todo. De nada me sirve el pasado, los recuerdos, porque yo vivo en el presente, como buen periodista.

Un auténtico héroe
Juan García Ponce, ese diablo yucateco que hacía unos escándalos tremendos. Un gran crítico de arte y novelista, él sí es un héroe auténtico: lleva 30 años sin mover un dedo y ahora ya casi ha perdido la voz y es muy difícil comunicarse con él. Y, sin embargo, sigue escribiendo.

La Embajada
Antes de irme de embajador a Dominicana, dos amigos de ese país me prestaron los libros de Balaguer. Cuando presenté credenciales en el Palacio de Gobierno de Santo Domingo, el jefe de protocolo me advirtió que el Presidente sólo podía recibirme 5 o 10 minutos cuando mucho, porque estaba esperando a los representantes de la ONU y de Corea.

Cuando por fin voy a verlo, me extiende la mano, él está ciego por completo, y al estrechársela le digo: «Presidente, conozco sus libros.» Y él me dice: «¿Cuáles?» Entonces empecé a hablar de su libro sobre la métrica española, que va del Romancero a Darío. Le dije que debería ser el libro de cabecera de todos los poetas, porque enseña cómo construir un verso. Y luego me seguí con otro libro, y otro, y otro. Todos a su alrededor estaban nerviosos, viendo el reloj. Al final, rompiendo de nuevo el protocolo, le dije: «Venga a mis brazos, Presidente y colega.» Claro, él me quería muchísimo. A la Embajada de México le regaló un palacio en Santo Domingo, la ciudad más antigua de América, que le ahorró a nuestro país un alquiler de 50 mil dólares anuales. El poder de las palabras. Cuando me
rompí la pierna, Balaguer fue a visitarme. Iba acompañado de un séquito tremendo de generales y ayudantes. Todos estaban asombrados, petrificados, al descubrir que de lo único que hablábamos entre nosotros era de poesía.

El llamado
Yo vivía muy cerca del Sanborn’s de los Azulejos, cuando era director de El Nacional. Iba todos las tardes a reunirme con mis amigos banqueros, periodistas, políticos, etcétera. Y lo único que hacíamos era hablar del tapado: que si tenía bigote, que si no tenía, y no sé qué tantas cosas. Y un buen día dije: «Ya no quiero oír tantas tonterías. Estoy cansado, harto, yo me largo de aquí.» Y sí, dediqué 20 años de mi vida a los indios de México, que me enseñaron a ser humilde. Yo era muy pedante y los indios me enseñaron a no serlo. También me enseñaron a amar la naturaleza y la verdadera democracia. El gobierno indio es el único verdaderamente democrático que existe, porque se asciende de topil, es decir, policía, a gobernador, por la cantidad de servicios gratuitos que se presten a la comunidad.

n un año, el gobernador no puede trabajar y está dedicado exclusivamente a resolver los problemas de su grupo. Desafortunadamente,
en los casos de cierta importancia están sujetos al Presidente Municipal más cercano, que suele ser un usurero que les vende todo más caro, que les vende alcohol y les invade sus tierras.

Postal para dos amigos

Para mí, José Emilio Pacheco y Vicente Rojo son igualmente valiosos y queridos. José Emilio en la poesía, la novela y el ensayo periodístico, y Vicente Rojo en el diseño, la pintura y la escultura.

Se formaron conmigo y hoy en día son mis maestros. Lo digo con el mayor orgullo. No publico ningún libro sin que lo revise y lo corrija José Emilio Pacheco; le doy esa lata. José Emilio mejora sustancialmente mi prosa.

Sobre mil poetas de América Latina, el jurado de Bogotá le dio el Premio de Poesía a José Emilio.
Ambos, Pacheco y Rojo, son creadores eméritos y los dos pertenecen al Colegio Nacional.
A Vicente Rojo le debo el diseño de los suplementos culturales, la publicación de cinco volúmenes de Los indios de México y los tres tomos de la Historia de la ciudad de México.

Siendo pobre, los lunes organizaba una comida donde nos reuníamos todos nuestros amigos. Para mí los lunes eran un día de fiesta, porque era la única forma de reunirnos en la vasta y conflictiva ciudad de México.

Con amigos como José Emilio Pacheco y Vicente Rojo yo puedo sobrevivir.

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