Ha llegado demasiado pronto. El verano que no fue y la primavera cuando nos inauguramos entre cuatro paredes. Al concluir el siglo (si concluye) el de 2020 se recordará como “el año inexistente”. Fue lo mismo que regresar los relojes a 2017, nadie vacacionó, las escuelas se llenaron de telarañas y ratones, guapas y feos se igualaron con el rostro cubierto igual que bandoleros.
Tenía fama de ser la época de la vendimia. Celebrar la buena cosecha, brindar por los esfuerzos bajo el sol, contemplar las hojas al vuelo, que fueron verdes, amarillas, ocres del primer frente invernal. La hojarasca del otoño –iniciado ayer 21 de septiembre– que por cierto dio título a la primera novela de Gabriel García Márquez donde esbozó al Macondo y sus personajes taciturnos que poblarían luego, otra vez, su libro de leyenda.
Por lo menos tenemos ya el tema. ¿Cómo será referido este año por los niños que sobrevivieron ante las pantallas del televisor y la tableta? El año que no hubo escuela, el año que comimos pizzas y enfrijoladas, el año sin amigos. Desde ya imaginemos las novelas y películas que tendrán como protagonista al infame microbio que vino a desestabilizarlo todo. “Días de peste”, “Nadie me besó”, “Se lo llevó la ambulancia”; decida usted el título, que todos son ciertos.
Existen las risas de cuando la primavera de la vida, los ardores veraniegos, las mujeres otoñales, que son las más interesantes, dicen. El otoño de 2020, “que fue el año de la peste” –se leerá en los libros de historia–, no celebró vendimias ni ferias de libro ni festivales de cine. Fue el año de las sábanas revueltas, Netflix hasta las 3 de la madrugada, el trabajo no-trabajo “a distancia” y bostezando ante la camarita del Zoom.
El domingo pasado un locutor radiofónico explicaba a su auditorio infantil (era un programa dirigido a los niños) que, “como esta Navidad no celebraremos las posadas”, habría que ser más inventivos en la forma de festejar las pascuas. ¿Desde ya estamos augurando que no habrá “posadas”? ¿Y si mejor, de una vez, anunciamos que no habrá elecciones y que todo siga como va (o que no va), con pizzas y enfrijoladas?
Al concluir la Segunda Guerra Mundial, Jaques Prévert escribió el poema “Las hojas muertas” que serviría como letra para la melodía inolvidable que han interpretado todos los grupos de jazz. Se trata de “Hojas de otoño” y que interpretaba Ives Montand, recordando aquel verso donde añoraba: ”Oh, de verdad espero que recuerdes, aquellos días en los que éramos amigos, aquellos momentos en que la vida era más bella y el sol brillaba más que ahora… Las hojas secas se amontonan ahora en el rastrillo”.
Así ahora las hojas muertas de 2020 se amontonan en los jardines y las plazas abandonadas a la espera de un ventarrón que las arrebate… igual que números de las estadísticas amontonándose tarde tras tarde en las conferencias sanitarias. Sí, demasiado pronto que ha llegado el otoño y los vinos que no fueron descorchados se avinagran en las bodegas. ¡Ah, de los amigos! ¡Ah, de las tertulias! ¡Ah, de los cachondeos! sin que nadie se ofendiera.
Se fue el verano, llegaron las tormentas, no hubo desfile de Independencia. Desánimo, tristeza, melancolía… son los sinónimos que mi diccionario ofrece al concepto “Depresión”. El problema, después de todo, es que nos mal educaron. Cuando fuimos hombres de las cavernas las cosas eran distintas… oscuridad, almizcle, promiscuidad, pulgas, encierro. Después alguien inventó los paseos dominicales, los conciertos de rock, la final de un América-Chivas en el estadio. Sí, alguien supuso que la vida era para sonreír y confraternizar, como si no existiesen las mañaneras.
Hubo días peores, cuando Jaques Prévert debió aguantar la bota nazi en su París abandonando el surrealismo. Por eso, quizá, su melodía inmortal habla de futuro, de esperanza, aunque disfrazada de nostalgia, cuando llegó la hora de salir a las plazas y recobrar los abrazos a la intemperie… Sí, “aquellos momentos en que la vida era más bella y el sol brillaba más que ahora”. Hojas de otoño; hay que mirarlas volar.
Escritor y periodista o periodista y escritor, David Martín del Campo, combina el conocimiento con el diario acontecer y nos brinda una deliciosa prosa que gusta mucho a los lectores. Que usted lo disfrute.