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Imaginar. Tres maestros, tres…

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Los hermanos Henrique, Pablo y Gonzalo Casanova.

Manuel Lino Ramos

Imaginar, antes de hacer. En esto puedo resumir la enseñanza, que fue formación, de tres de mis más amados maestros en mis años como alumno en la UNAM, donde ingresé cuando apenas contaba con unos 12 o 13 años de edad.

Se trata, y los recuerdo con un enorme cariño, de tres grandes mentores: Andrés Henestrosa, Henrique González Casanova y Fernando Benítez. Ellos me enseñaron a urdir el tapiz de realidades y fantasías que es la vida.

Recuerdo al maestro Andrés Henestrosa, en las aulas de la Prepa 2, siempre muy erguido; su voz ronca, recia y amable. El me mostró

la riqueza cultural del pueblo mexicano, al que amaba profundamente. Cuando leí sus primeros textos, descubrí que estos estaban impregnados de un profundo amor «por lo nuestro». Una maravillosa manera de concebir al ser humano. ¡Claro que fue ejemplo!

Don Henrique González Casanova, maestro incomparable, me sugería, en los pasillos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, que diario leyera un poema. Del autor que quieras. Uno diario, me urgía. Leer poesía no te hará necesariamente poeta; no un mejor estudiante. Vamos, ni siquiera garantiza que serás un buen periodista. Te aseguró que, en cambio, serás un mejor ser humano. No hay mejor ejemplo de maestro como él.

Fernando Benítez, tan pletórico de vida, tan poeta de vida. Inquieto, imparable. La viveza de sus ojos claros, de sus ademanes, impregnaba vitalidad en nuestro incipiente quehacer periodístico. Se ponía a nuestras espaldas, mientras escribíamos, y señalaba aciertos y errores. Era gratificante su comentario, siempre generoso.

Junto con varios compañeros que estudiábamos periodismo, pero que hasta el sexto semestre no habíamos recibido unas sola clase de redacción, solicitamos y fundamos lo que sería el primer taller de periodismo en la FCPYS. Gran logro. Apareció Fernando Benítez como nuestro maestro. Hubo algarabía entre nosotros, totalmente justificada. Maestro de lujo.

La condición para la creación de aquel taller, era que este funcionaría después de las 9 de la noche. Nosotros pediríamos

a las secretarias de la Facultad nos prestaran sus máquinas de escribir. A esas horas de la noche se nos veía cargar con los armatostes que eran las máquinas de escribir de esos tiempos para llevarlas hasta el auditorio de la escuela, donde empezamos, dicen algunos chistosos, a «aporrear teclas». Comenzamos a sentirnos periodistas. Al final de la clase, retornábamos las máquinas a las oficinas.

Literal: Fernando Benítez comenzó a guiar mi pluma, nuestras plumas. Corregía, con absoluto profesionalismo, los inciertos textos. Nos explicaba. Nos ejemplificaba. Sus consejos fueron para mí el mejor camino de la nota informativa. Fueron luz y guía en el deslumbrante mundo del reportaje, de la entrevista, de la crónica, del artículo de fondo…

A altas horas de la noche, salíamos de su clase. Don Fernando nos ofrecía un «aventón» en su auto de color verde pistache, para salir de Ciudad Universitaria. Nos dejaba por Avenida Universidad. Respirábamos satisfacción con aquella cátedra de periodismo que nos había ofrecido Fernando Benítez. Maestro con mayúsculas.

Muchos otros maestros, en los diversos grados del aprendizaje, marcaron mi vida. En mayor o menor grado. Mi agradecimiento, mi reconocimiento, siempre Todos me descubrieron mundos ignotos, el deslumbrante universo; el portento que es el ser humano. Develaron la maravillosa vida. Me mostraron la caprichosa condición humana

Gracias. Muchas gracias por enseñarme a soñar. A despertar para soñar. A imaginar antes de hacer…

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