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Impulsa la UNAM la geografía feminista

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Ningún espacio o territorio es neutro, por ello, al analizarlos se debe incorporar quién lo conforma y las diferencias sociales que existen entre hombres, mujeres y las diversidades sexo-genéricas: Irma Escamilla Herrera, académica del Instituto de Geografía.

Impulsa la UNAM la geografía feminista

Ningún espacio o territorio es neutro, por ello, al analizarlos se debe incorporar quién lo conforma y las diferencias sociales que existen entre hombres, mujeres y las diversidades sexo-genéricas: Irma Escamilla Herrera, académica del Instituto de Geografía

Las alertas de género, los mapas sobre los feminicidios, los Atlas de Igualdad y Derechos Humanos son algunas de las herramientas que se elaboran a partir de la geografía feminista, área de estudio e investigación que la UNAM cultiva desde el Instituto de Geografía (IGg).

Ningún espacio o territorio es neutro, por ello, al analizarlos se debe incorporar quién lo conforma y las diferencias sociales que existen entre hombres, mujeres y las diversidades sexo-genéricas. Así, podemos tener una imagen de cómo en un territorio se manifiesta y reproduce la desigualdad, afirma la académica del IGg, Irma Escamilla Herrera.

Estos estudios han permitido visibilizar que si bien en Ciudad Juárez, Chihuahua fue donde se empezó a detectar la desaparición constante de mujeres y feminicidios, era el Estado de México dónde se registraban los mayores índices de este tipo de violencia contra las mujeres, expone.

Asimismo, explica, para la geografía, el cuerpo también es territorio y cada vez se realizan con mayor frecuencia estudios con esta escala de análisis.

Geografía de género

La experta universitaria explica que los primeros trabajos de geografía de género empezaron a realizarse a nivel mundial alrededor de los años 70’s y 80’s del siglo pasado, a partir de la influencia e impacto derivado de la obra de la filósofa francesa Simone de Behauvior (El segundo sexo en 1949). Esta geografía de género estaba más enfocada al ámbito académico, a la formación de nuevas generaciones.

Al enriquecerse con la teoría y la ética feminista surgió la geografía feminista, que tiene un componente más militante en los contextos latinoamericanos y europeos.

Así, la geografía feminista examina la forma en la que los procesos socioeconómicos reproducen y/o transforman los lugares donde se vive y las relaciones que se dan en ellos. “Estudia cómo se dan esas relaciones entre hombres y mujeres, y cómo puede haber impactos por en esos procesos y en sus manifestaciones en el espacio y el entorno”.

También suelen sumarse otros aspectos que influyen en las desigualdades espaciales como las de clase social, etnia, habilidad lingüística, la relacionada con la formación educativa, todos ellos aspectos que se incorporan a los estudios de interseccionalidad, agrega la académica que, junto con María Verónica Ibarra García coordina el libro Geografías feministas de diversas latitudes: Orígenes, desarrollo y temáticas contemporáneas.

Actividad humana y territorio

La experta del IGg señala que toda la actividad humana tiene que ver con el territorio, el entorno próximo y en la medida en que lo reconoce, interpreta y se apropia de él, puede tener una mejor comprensión, interacción, una forma de estar acorde con ese espacio.

En ese sentido, la mirada masculina y femenina de ese espacio circundante son distintas, lo interpretan y asocian de manera diferente, porque sus necesidades también son distintas. No es igual cómo una mujer utiliza el espacio público, por ejemplo, un parque, que un hombre. Ni siquiera las mujeres de distintos grupos etarios lo usan igual. “A la niñez y la juventud les preocupa la diversión y el esparcimiento y las mujeres maduras, quizás van a caminar, a tomar baños de sol”, agrega.

Otros temas que analiza la geografía feminista, además de la violencia, son los enfocados a los mercados de trabajo de las mujeres, su acceso a la educación y la salud, su movilidad en el transporte urbano, el turismo con perspectiva de género y la migración, entre otros.

“El Atlas de Igualdad y Derechos Humanos, que se realizó entre 2017 y 2018 por profesoras de la Facultad de Filosofía y Letras y que fue apoyado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos para dar a conocer la situación que guarda la igualdad entre hombres y mujeres, incluye una cartografía muy interesante con variables socioeconómicas, diferenciación de edad, sexo, educación, población económicamente, y de aspectos de violencia y espacio que permiten ver cómo se manifiestan los derechos y cómo las infancias pueden gozar o no de sus derechos”, indica la especialista en Historia de la Geografía y la Geografía Feminista.

En Latinoamérica han surgido muchas de estas cartografías participativas “en las que podamos decir en qué lugares se localizan mejores recursos, cómo se denominan ciertos lugares a nivel local, qué áreas son peligrosas, o hasta representar en el cuerpo dónde nos duele, dónde sentimos que no estamos funcionando bien para ir modificando”.

En ese sentido, Escamilla Herrera asevera que la desigualdad es una constante que se identifica en esos estudios y está presente aún en los países con los más altos niveles de bienestar ya que no se han logrado resolver problemas estructurales como la homologación de salarios por el mismo trabajo, el acceso a la educación ni modificar actitudes y comportamientos que permitan lograr una igualdad sustantiva y una vida libre de violencia.

Otra vertiente más de los estudios de geografía feminista es la relacionada con la recuperación de la presencia y aportes de las mujeres en la geografía mexicana, añade.

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