Cuando comencé a recorrer el subcontinente, ,enviado por la agencia a la que prestaba mis servicios lo hacía atenido a la gentileza, la solidaridad humana, así, en abstracto.
No contaba, como era común entre los enviados de otros medios, con una máquina de escribir portátil, lo que me colocaba en la necesidad de pedir asilo en alguna redacción, quizá una cafetería o en la recepción del hotel donde me alojaba.
El sistema tenía su parte positiva: en media hora o menos, debía sintetizar mi nota, generalmente producto de uno o dos días de trabajo.
Aprendí a valorar la economía de lenguaje, a escribir mensajes directos, sin adornos, y por tanto fácilmente acequibles para cualquier nivel cultural.
La típica redacción de las agencias cablegráficas, neutro, para que lo entendiera lo mismo un conosureño que un caribeño y que contenían otras enseñanzas.
Tendría que ser una nota excepcional para que la Mesa Central decidiera firmarla, lo que significaba que en la información del día a día, el corresponsal competía contra sí mismo. Y más, a nadie le interesaba que su nombre se divulgara en países donde no lo conocían.
No existía la globalidad, los países eran cotos cerrados donde ejercían dictadores civiles o entorchados. Y tras fronteras nada importaba.
Un día, en recorrido por Panamá, un periodista ibérico, un hombre que representaba a una agencia española, local, compró una moderna y ligera Olivetti Lettera que eran las usuales. Su vieja máquina, pesada pero igualmente manejable decidió vendérmela.
Era eso o tirarla a la basura. La gloria, pude comenzar a detallar mis envíos a complementarlos con datos obtenidos después y lo insuperable, manejar entrevistas sin perder actualidad.
Ese artefacto me acompañó varios años hasta el momento en que pasó a la historia, sustituida por la tradicional Olivetti, que sufrió mucho por la forma de escribir personal, dos dedos de cada mano y golpe desde arriba hasta abajo.
La vieja maquina estaba hecha con materiales muy macizos, pero igual pasó a conformar el acervo técnico de mi agencia, donde ya estaba una minúscula cámara fotográfica que captaba dos imágenes en cada cuadro de rollo de 16 milímetros.
Otros aparatos obtenidos en mi constante brincoteo especialmente por América Central, fueron a parar a Cuba. La grabadora alemana Uher, que permitió empatar sonido con imagen en los noticiarios de cine y TV.
Incidentes, avatares en el ejercicio de un periodismo cuasi indigente, en el que mirábamos con ojos amorosos el producto de nuestro esfuerzo. Y nunca recordábamos las penurias del oficio. No las había, hasta los sustos se disfrutaban.
Hoy, tiempos de abusos sin limites, el uso de las redes propicia el chachalaquismo, la cháchara insulsa que llega a esconder el mensaje entre la paja verborréica.
Mejor ejemplo que el párrafo anterior no puede haber. Sólo para quedar claro, cito el siguiente texto: en alguna parte y gracias al desperdicio de espacio en las redes, se escribe que “en un verdadero acto heróico”, y sigue lo que pasó después.
Si el suceso fue verdadero o producto de la fantasía, el lector debe saberlo al concluir la consulta del texto. Así, abusamos de los calificativos y extendemos sin necesidad nuestros escritos.
La redacción tradicional de las agencias sigue siendo la mejor muestra. Fernando Benítez en sus breves comentarios en aquel Unomasno, asombraba por su mensaje claro y comprensible.
Me gustaría aprender pero ya saben, chango viejo no aprende maromas nuevas…
Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.