Toda ausencia debería ser explicada, no tanto por motivos de vanidad sino por simple respeto a los, como dice el Cartujo “mis cinco lectores”
Durante los casi seis meses del año pasado sufrí una lesión en el hombro derecho que me mantuvo prácticamente imposibilitado a uso de dicho miembro. A pesar del variado número de especialistas consultados todos coincidían en un simple “te vas a mejorar”.
El último día del año en un bestial hotel con miles de huéspedes y varios edificios similares a ciudad Tlatelolco pensé en localizar a Fernando Meraz Mejorado, quizá el reportero que más admiré durante nuestro ejercicio profesional, recibe en Cancún y quería darle un abrazo de año nuevo.
Subí rumbo a la administración del hotel, cuando perdí el piso, me desplome de espaldas y azote con mis 90 kg de grasa animal contra un muro falso. Golpeé con la columna vertebral los ladrillos del muro que estaba a mi espalda, me pareció ver los 3 escalones que ya había subido y mis piernas tendidas hacia al frente. Todo se puso negro y en un acceso de maldad contra mí mismo sonreí pensando que pronto le jalaría las barbas a san Pedro.
Él jolgorio me duró poco cuando sentí que me estaba ahogando, no respiraba, me asusté y entre bufidos, quejidos, ladridos y otras expresiones animales logré respirar en medio de un dolor atroz como sentía que me reventaba el pecho y tuve que repetir todo para volver a respirar después, se normalizo poco a poco la respiración y así si me dio un ataque de risa.
Pensé: Sordo, ciego y ahora tullido. Me costaba trabajo mover las piernas pero ya una empleada del hotel alejaba a los curiosos e impedía que mis familiares me movieran. Apareció una doctora del hotel que su primer pregunta fue qué era lo que me dolía, yo le respondí que lo que me dolía era lógicamente mi orgullo, que se encontraba en el suelo. Empezó a palparme las piernas, me pidió que moviera los dedos de los pies y luego me corrigió y me dijo hacia arriba y hacia abajo”
Pregunté que cómo los había movido y me dijo que en forma de abanico, me prometí practicar ese estilo para futuros accidentes.
Luego tomó mis tobillos, mueva los pies hacia arriba, hacia abajo y luego a los lados, hasta ahí todo bien. Me palpaba para ver si había perdido sensibilidad, alzar una pierna, alzar la otra, doblarla y el entumecimiento inicial se me quitó. Me dio la vuelta con mucho cuidado, escuchaba mi corazón, los pulmones, medía mi presión y me dijo que me pondría una curación sobre la rajadura de 10 cm que me había hecho en la columna vertebral.
Llegó la ambulancia, me fueron haciendo las mismas pruebas pero ahora encerrado en un sarcófago inflable que no me dejaba mover, donde otros dos médicos me revisaron en el hospital. Los cuatro galenos coincidieron en que era extraordinario que no uniese tenido una fractura y ni siquiera costillas, tomaron radiografías y muy amables en una silla de ruedas me llevaron a pagar la cuenta.
Ahí pedí que me permitieran bajarme de la silla y caminar hasta en vehículo que ya me estaba esperando en la salida del hospital para ya regresarme al hotel, de hecho no sentí ningún malestar así que pensé que no había problema.
Los dolores surgieron un día después de tal manera que no me permitían estar de pie, estar sentado o acostado, la respiración se me cortaba, estornudar me provocaba unos dolores insoportables por lo que acudí al médico acá en la Ciudad de México.
El especialista le bastó una mirada para ver mi hombro, vamos a preocuparnos de tu espalda pero hay que atender ese hombro, ese hombro está lesionado. Después de varias pruebas llegó a la misma conclusión: no había huesos rotos ni astillados pero los músculos de la espalda los tenía como bisteces aplanados de carnicería de barrio y en las pruebas que me hicieron se descubrió que los ligamentos del hombro derecho estaban rotos.
Me empecé a atender pero ingenioso que soy por la fuerza de la costumbre, tras de que me habían parchado mi hombro derecho se me ocurrió levantar una maleta muy pesada y volvieron a tronar los ligamentos. Y para mejorar más el asunto en el retiro de la Sierra Norte de Puebla al salir de una sala de meditación perdí el piso, estiré el brazo derecho, no pude sostenerme de nada y di el costalazo, adiós al brazo izquierdo.
Esta última lesión me fracturó dos costillas y me ha mantenido prácticamente en calidad de inválido pero por fortuna los gráciles dedos de Marifer se han hecho presentes para escribir lo que yo no puedo por el momento.
La nueva lesión tardará de 4 a 6 semanas en recuperarse. Nuevamente los médicos se muestran ligeramente sorprendidos por la resistencia de mis huesos. Uno de ellos bromeando me dice que si yo nunca tomo Coca-Cola y me explica que esa bebida es garantía de fragilidad ósea.
Ahora con mis problemas visuales me limitaré a narrar experiencias de vida que seguramente a nadie le importarán salvo a mí pero en todo caso podré seguir ejerciendo con las limitaciones que da la vejez, mi vocación y mi profesión como cuentero o informador. Como gusten.
En la ilustración mi ahora la imprescindible compañía de unos manubrios que me dan equilibrio pero sin motor. Ya ahorraremos.
Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.