De _Instantáneas_, después _Instantes_
Gerardo de la Torre
Una tarde de julio de 1986 me encontré a Carlos Isla en la sección de libros del Sanborns de Insurgentes y diagonal de San Antonio.
Carlos Isla era un hombre de cuarenta años alto y delgado, de aspecto juvenil, siempre de buen talante.
Conversamos un rato. De las novedades literarias, de los libros que publicaban los colegas, del maestro Arreola, del maestro Rulfo.
—¿Qué estás escribiendo? —me preguntó Carlos casi para despedirnos.
—Guiones de tele, muchos guiones. Hay que ganarse la vida.
Carlos Isla, esencialmente poeta y narrador, había escrito cerca de una docena de novelas populares; una de ellas, La que se murió de amor, ubicada en San Andrés Tuxtla, su tierra natal, me había gustado mucho.
—¿Y tú qué estás haciendo, Carlos?
Sonrió, una sonrisa al borde de la risa.
—Más que nada me dedico a leer, gracias a la beca.
—¿Tienes una beca del Centro Mexicano de Escritores?
Carlos sonrió de nuevo. Pensé que preparaba una broma, algo así. De pronto recuperó la seriedad.
—Me dieron una beca del Seguro Social —dijo.
—¿Cómo? No sabía que el Seguro otorgara becas.
—Es una beca muy especial —dijo Carlos con naturalidad, como si estuviera hablando de un paseo por el campo—. Tengo un cáncer terminal, no me queda mucho de vida. Así que… a leer.
Carlos Isla murió dos meses después, en septiembre de 1986, poco antes de cumplir los cuarenta y un años.
Gerardo de la Torre
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