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La Patria…

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Mexico, país multicultural, aseguran aquellos que leyeron más de tres libros sobre el asunto, es tan diverso que el norte poco o nada tiene que ver con el sur.

Costumbres y usos son tan distintos que en un viaje turístico se tiene la impresión de pasar por varios países que no sólo tienen diferentes hábitos sociales, alimenticios y de vestimenta, sino de comportamiento social. Y allí entra la Patria, que se concibe como el suelo donde vives o el sitio de donde son tus raíces y se conservan los restos de tus ancestros.

Debo acudir a la hermosa foto que extraje del portal de Joel Hernández Santiago. Ni modo, la repetiré, es necesaria para mi narración:

Tuve un hermoso tío, legítimo tarasco, que llegó con su madre, ya madura, a trabajar a la casa de la abuela Anacleta. Los recién avecindados no hablaban la Castilla, la señora entendía sus obligaciones domésticas y el pequeñuelo desde el primer día comenzó a aprender, por si mismo, el idioma en uso en la casa.

Dotado de gran inteligencia, el infante antes de los seis meses ya podía servir como enlace entre su progenitora, que murió muchos años después sin hablar español, y la patrona. Empeñado en el aprendizaje, nunca dejó de usar su idioma original.

No era un niño pequeño, morenísimo, con una dentadura que lucía en cada sonrisa, era de estatura elevada y de complexión atlética.

Su madre se arriesgó a llevarlo a Morelia sin que tuvieran seguridad del futuro inmediato. La intención, lograda, era que Othon, qué tal era su nombre, estudiara y adquiriese habilidades profesionales para regresar a servir a los habitantes de la Meseta de donde procedían.

Sobresaliente en todo lo que emprendía, al terminar la Primaria como alumno ejemplar, el director de su escuela decidió que fuese quien hiciera el discurso de despedida. El siguiente paso sería San José, la única Secundaria en la ciudad.

Preocupada la madre del tío Othon por el encargo recibido, decidió vestirlo de gala. Durante muchas noches se afanó tras una antigua Singer de pedales, pero sin comunicar a nadie su trabajo. Llegó el día del cierre de cursos, como de costumbre la banda de guerra de la escuela marcaba las notas del inicio y el fin de la ceremonia.

Alumnos del insigne maestro Romano Picutti, creador del coro de niños de Morelia, marcaban el ambiente de las familias y principalmente de los padres, ya achispados por la emoción y la Charanda.

Hubo recitaciones a granel, un par de pequeñitas que entonaban, o arrastraban a María Grever en emocionada interpretación. Estuvo el estudiante de música de la escuela sita en el Jardín de las Rosas y tres bailables, una pirecua homenaje a las raíces y a los pescadores del Lago de Pátzcuaro, quizá alguno pir peteneras y el zapateado Jarabe Tapatío.

Llegó el momento estelar. El niño Othon Sosa leería su composición que contenía un homenaje a la escuela, el agradecimiento a los maestros que tanto desvelo dedicaban para educar a los alumnos, auténticos apóstoles.

La parte final exhortaba a los futuros educandos de segunda enseñanza, a superarse, a ser cada día mejores como personas y como miembros de la colectividad. En verdad una pieza oratoria para el bronce

Atrás del modesto proscenio hizo su aparición el orador. Un silencio sepulcral antecedió a las más desvergonzadas muestras de júbilo: El niño vestía un calzón blanco brillante, una camisa verde subido y una faja roja como sangre fresca. Además unas delicadas zapatillas.

La decidida y oportuna intervención de un maestro, volvió a la normalidad todo. Severo, explicó los muchos méritos del infante al que colocó en dedicación y aprovechamiento sobre todos sus compañeros.

Explicó luego el profundo amor a la Patria del orador y al finalizar recibió el aplauso de los concurrentes que escucharon con atención el mensaje de fin de cursos.

La sencilla verdad: nuestras etnias, al menos las que habitan Michoacán, son proclives a los colores vivos en ropa y viviendas. La madre del tío Othon para confeccionarle su ropa para la ceremonia, usó una bandera nacional, guardada en cualquier cajón del ropero de la abuela.

Le pidió prestadas unas sandalias a una hermana de mi madre (con la que mucho tiempo después se casó; pero esa es otra historia) y listo para su presentación en público. Años posteriores, el tío platicaba con grandes risas la experiencia y con mirada triste recordaba a su madre. Por cierto, Sosa es apellido ibérico pero es común entre los purembes…

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Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.

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