Mauricio Carrera
Mi amiga torna divertido su drama de años:
—Por favor, dios, déjame encontrar a alguien que me dé un buen revolcón. Un extranjero… Anda, no seas malo.
Se ríe al contarlo.
—Y que se me cumple… —dice convencida, con un dejo del buen humor que siempre ha prevalecido en su vida.
No es para menos. El buen revolcón se lo dio un carro que la atropelló. Fue un “extranjero”, un carro japonés. Se pasó el alto el desgraciado (eso lo digo yo, no ella,). Un golpazo que por poco la mata. Treinta y siete fracturas en total, en tibia y peroné, los dos fémures, las costillas, el brazo y la mano izquierda, y el cráneo a la altura de las mejillas, la nariz y la frente. Treinta y siete fracturas.
De eso, hace diez años. Pasó dos semanas en terapia intensiva, un año inmovilizada en cama, tres en silla de ruedas, uno en andadera y cuatro apoyada en dos muletas.
Ahora sólo de cuando en cuando usa una muleta, y eso si debe caminar mucho o subir escaleras.
Es una mujer de tesón admirable. Ha salido adelante por no darse por vencida, por amor a la vida.
Si ustedes vieran su sonrisa
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