Maurico Carrera
Acabo de colgar con un amigo y casi de inmediato vuelve a sonar el teléfono. Es de nuevo él
-Qué gran oso –dice. Lo imagino divertido, sonriente.
Se disculpa por no habérmelo contado antes. Había personas a su alrededor y no quería ser escuchado. Ahora que está solo, me cuenta:
-Fui a pagar a Liverpool. Al caminar por un pasillo, vi unas playeras. Me gustaron, compré tres. Llegué a casa, me las probé y no me quedaron. Eran talla grande, que es mi talla, ¡y las tres me apretaban! ¡Chingar! En México nada se puede hacer bien. No estaba enojado: lo que le sigue. Regresé a Liverpool a devolverlas.
-¡No me quedaron, señorita! –fue el reclamo.
La dependienta las revisó:
-Es que son de mujer –dijo.
Mi amigo comprobó: en efecto, las playeras eran de mujer.
-Freud podría decir algo al respecto …
-Empezaré a preocuparme si en vez de pantalones compro faldas.
Nos reímos.
-Te lo cuento porque es de risa loca, ¿a poco no?
-Prometo no decírselo a nadie –dije.
Nos despedimos y colgamos.
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