Mauricio Carrera
Entro a una librería. ¡Qué caros los libros! Leer por placer se ha vuelto muy oneroso. Demasiado. En un país de austeridad y bajos salarios, donde hay más del cincuenta por ciento de su población en extrema pobreza, la lectura se convierte en un privilegio, no de la sabiduría sino del bolsillo. Siempre ha sido así, sólo que ahora se resiente más. Los aguacates caros, los limones caros, la inflación que no baja, los precios al alza. Y, ahora, los libros más caros. La Galaxia Gutemberg elitista. Veo los precios y no puedo creerlo. Descarto este libro y aquel otro y también aquél, por su precio. Ya no debo comprar, en mi biblioteca aún hay muchos libros que no he leído, justifico mi falta de dinero para comprar lo que quiero. Aún así, salgo con dos novelas. Poseo la felicidad que me dará leerlas; también, la sensación de haber sido esquilmado, de haber caído en una especie de engaño, de haber gastado de más cuando el pago de la renta (y del teléfono, y del corte de la tarjeta, y de la luz, y demás etcéteras) se aproxima.
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