Mauricio Carrera
“Simple fábrica de poetas en serie”, llama César Vallejo al surrealismo (al que traduce como superrealismo).
No le agrada André Breton y hace suyas las palabras de otros escritores que lo critican con dureza: “mayordomo lírico, distribuyó diplomas a los enamorados que versificaban” (Jacques Prevert); “falso compañero, falso comunista, falso revolucionario, pero verdadero y auténtico farsante” (Ribemont-Dessainges).
Los que han sido expulsados del surrealismo, ven al gran Papa André Breton como un cadaver. “El cadáver de Breton –dice Michel Leiris- me da asco, entre otras causas, porque es el de un hombre que vivió siempre de cadáveres”.
César Vallejo los contempla a todos, a Breton y a sus detractores, como cadáveres, y al surrealismo como una “escuela difunta”.
Fue duro con Breton, pero también con Borges (a quien llama José Luis), con Neruda, con Gabriela Mistral (y su latinoamericanismo) y con Santos Chocano (y su barato americanismo).
César Vallejo critica todos los ismos y no ve nada nuevo en nada, en nadie. Los nuevos escritores no andan menos extraviados que los anteriores, afirma.
¿Demasiada soberbia? ¿Demasiado rencor? ¿Demasiado poeta para su pobreza económica, para no tener el reconocimiento que se merecía, para no tener que ser séquito de nadie, para ser él mismo quien definiera el rumbo de la literatura? Tal vez todo lo anterior o tal vez sólo eso que alguna vez dijo: “siento la suprema responsabilidad del hombre y del artista: la de ser libre».
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