Mi deuda con los quioscos de periódicos y revistas –y los antiguos voceadores— es impagable. Guardo en mi corazón las imágenes de los diversos puntos de venta –esquinas de la ciudad—a los que mi papá solía llevarme y luego fui por mí misma.
POR PATRICIA VEGA
Durante mis estudios de primaria y secundaria que cursé en la hoy CDMX mi premio dominical –además de mi mesada—era el que mi papá (Salvador Vega Mendoza) me llevara al quiosco de periódicos y revistas para que yo eligiera libremente los comics, así se les llamaba, que quisiera a mi antojo.
Así que los quioscos forman una parte imprescindible en mi educación. Crecí, como muchos infantes de México, leyendo con avidez innumerables historias de Superniña, Batman, Superman, Kalimán, Archie, Susie, historias del corazón, Tradiciones y Leyendas de México, Vidas Ejemplares, Supercan, La mujer maravilla. Gatúbela, el Pato Donald y cuantos títulos eran traducidos y publicados por la Editorial Novaro.
Al tiempo que crecía y maduraba fui agregando la lectura de los periódicos más destacados de la época y revistas como Siempre!. Vanidades, Claudia, Sucesos para todos, Proceso, Nexos, Letras Libres … y una gran cantidad de fascículos coleccionables sobre diversos temas. Por supuesto que añadí a mis lecturas frecuentes las revistas National Geographic, Life, Newsweek y Time.
Cursaba ya la carrera universitaria y ya había muerto mi papá. cuando empecé a comprar por mi cuenta la fabulosa e inigualable colección de Lecturas Mexicanas, —impulsada por la SEP en alianza con distintas editoriales privadas– que puso en miles de manos y a precios accesibles grandes obras de poetas, narradores y ensayistas mexicanos. El propósito fue el de que cualquier mexicano que obtuviese esa colección podría tener una cultura general bastante sólida. Y hasta el día de hoy varios de esos libros forman parte de mi biblioteca personal.
Quien haya leído hasta aquí podrá imaginar lo que voy a declarar a continuación: mi deuda con los quioscos de periódicos y revistas –y los antiguos voceadores—es impagable. Guardo en mi corazón las imágenes de los diversos puntos de venta –esquinas de la ciudad—a los que mi papá solía llevarme y luego fui por mí misma.
Así que no deben de extrañar estas líneas que hoy escribo en homenaje al puesto de periódicos y revistas que se encuentra en la esquina mágica que forman las calles de Pilares y Avenida Coyacán. Y si recuerdan la columna que dediqué a la al Hostal de los Quesos les tengo una noticia: antes de que existiera la hoy famosa taquería que ya celebra sus 50 años de vida y se llamaba La Casita, ya se había instalado allí una tijera –así se llama por su forma—en la que don Agustín Carranco Cortés inició, en 1957, la venta de periódicos y revistas en esa esquina. Hoy es su nieto, Bernardo Lozano, casado con Guadalupe Hernández Martínez, quienes encabezan uno de los cinco quioscos que en la colonia forman parte del negocio del que durante décadas han vivido familias honradas y trabajadoras. Familias que están al pie del cañón todos los días y que forman parte de los miles de mexicanos que han permitido que México salga adelante frente a tanta estulticia de la clase política que nos mal representa y tanto daño ha hecho al país.
Los “puesteros” más avezados complementan sus ingresos con la venta de golosinas, refrescos, agua y diversos tipos de juguetes o estampas coleccionables que forman parte de sus inventarios.
No me quiero desviar y vuelvo al motivo de estas líneas en homenaje. Aunque hubo tiempos mejores en los que la Unión de Voceadores tuvo un poder mucho mayor del que ahora tiene. y otorgaba a sus agremiados cobijo y muchas prestaciones sociales, en las buenas y en las males de ese puesto de periódicos y revistas han salido los recursos suficientes para mantener a la familia y para que los hijos del matrimonio mencionado, Isaac Jazziel Lozano Hernando y Silverio Alejandro Lozano Hernández se convirtieran en el orgullo de sus papás al sacar las excelentes calificaciones que les permitió estudiar en la famosa Escuela Nacional Preparatoria 6 “Antonio Caso”, ubicada en Coyoacán. Dichos estudios significaron para ambos muchachos su pase automático a la UNAM en dónde cursaron las carreras de Odontología y Relaciones Internacionales, respectivamente. Ellos tomaron conciencia desde muy pequeños de que una de las maneras que tenían a su alcance para vencer la discriminación por su origen humilde y color de piel era, precisamente, convertirse en estudiantes de primera: sus buenas calificaciones fueron su mejor defensa.
Por lo que toca a distribución y venta de periódicos y revistas, la Unión de Voceadores fue una organización gremial con gran poder: hasta los directores de todo tipo de publicaciones periódicas se le cuadraban. Su poder se desquebrajó con la ruptura de ese monopolio, cuando periódicos, como Reforma, decidieron crear sus propias vías de distribución o afiliarse a otras empresas distribuidoras. Si los vendedores de periódicos y revistas obtenían en el pasado créditos a largo plazo y con intereses bajos, en la actualidad se han convertido en pequeños empresarios que arriesgan su propio capital: todos los periódicos, revistas, fascículos y libros coleccionables forman parte de una cuenta que tiene que ser liquidada al día siguiente y todo el material que no es vendido representa pérdidas para los dueños de los puestos.
Ya no hablemos de vacaciones y otras prestaciones laborales de antaño como servicios de salud o créditos para vivienda. Poco a poco se fueron desapareciendo del panorama y los agremiados han disminuido de manera considerable. En la actualidad rigen los “despachos” expendedores que se han subdividido por zonas para poder abarcar la todavía existente demanda de ejemplares impresos.
Los “puesteros” más avezados complementan sus ingresos con la venta de golosinas, refrescos, agua y diversos tipos de juguetes o estampas coleccionables que forman parte de sus inventarios. Y la natural necesidad de ir al baño es toda una historia sujeta al contentillo de quienes solidariamente les dan permiso para utilizar los baños de uso público. Antiguamente estaba el recurso de ir al arbolito más cercano cuidándose de las miradas ajenas.
Así, lo que inicialmente fue una tijera que se cubría con plásticos para proteger sus productos durante las lluvias hoy es una flamante instalación de fierro, pintada de blanco, y que se abre y cierra prácticamente todos los días del año. Tiene todos sus registros y permisos en regla ante las autoridades y el gremio correspondiente, lo cual ha garantizado su permanencia a pesar de los muchos intentos por quitarlos porque “afean” la esquina mágica de la calle de Pilares esquina con avenida Coyoacán.
Ya lo habrán imaginado, me queda a dos cuadros, casi todos los días paso enfrente del quiosco de periódicos y revistas de Bernardo y Guadalupe; muy a menudo observo que sus dos hijos los apoyan en las tareas cotidianas. Pronto de casarán y ejercerán de tiempo completo sus respectivas carreras. Mientras tanto, cada que paso por ahí los saludo con enorme cariño y gratitud: siguen alimentando mi necesidad lectora de noticias e información. Guadalupe conoce el tipo de información que me interesa y muchas veces me guarda los ejemplares de periódicos y revistas sin que tenga que encargárselos.
Esta es la verdadera razón, el secreto, por lo que para mi Pilares con Coyoacán es una de las muchas esquinas mágicas de la ciudad. El espacio de una columna es breve y muchas cosas se quedaron en el tintero, pero ya volveremos al tema. Por lo pronto termino con un sencillo gracias.
Es un sitio digital abierto a todas las ideas, emociones, libertades, política, literatura, arte y cultura.