Esbocé en texto pasado un episodio transcurrido en los días iniciales de mi ejercicio como periodista. El escenario fue mi oficina en la revista Sucesos para todos, propiedad del bon vivant, mueblero, productor de cine, actor, guionista y hábil hombre de negocios, Gustavo Alatriste.
En las instalaciones en un edificio de Camino al Desierto, hoy Altavista, a escasos metros de la avenida Revolución, como resultado de haber sido secretario particular de don Dueño, me fue asignada una oficina en la que sábado tras sábado nos reuníamos empleados y colaboradores a compartir la esperanza de que nos pagaran.
Nunca quedó a deber, pero sus pagos eran irregulares y casi apostábamos al día que recibiríamos la percepción semanal o los estipendios correspondientes a las colaboraciones.
Mi oficina era una romería sabatina, por allí Rodrigo Moya, Héctor Anaya, Froylan C. Manjarrez, Rius, Monsiváis, de quienes aprendí los rudimentos del oficio y el manejo ético de la información.
Iban otros, entre ellos un hombre moreno, de baja estatura con muy escaso pelo enchilado, decía que era oriundo de Córdoba, Veracruz.
Varón de pluma fácil, escribió textos luego firmados por Gabriel García Márquez, hizo columnas como amanuense de Luis Spota y suplía en la máquina de escribir a Agustin Barrios Gómez. Tenía tamaños para ser gran periodista.
En las prolongadas sesiones, hablábamos de todo y de nada. Pasábamos el tiempo lo mejor que podamos y caso curioso, nadie se alteraba por las informalidades de Alatriste.
Presidía mi oficina un bonito cartel con la efigie de una actriz michoacana, Fanny Cano, muerta en un accidente aéreo en España. El adorno desapareció entre las felinas manitas de Carlos Monsiváis, que nunca lo devolvió pero tampoco explicó por qué o para qué lo sustrajo.
Charlando de trabajos que habían tenido gran repercusión, Froylán, hijo del constituyente del mismo nombre, elogió el reportaje en circulación, firmado por nuestro personaje.
Froylán era persona de extensa cultura, activo militante comunista y autor inclusive de un libro periodístico sobre la vida y el asesinato del dirigente campesino morelense, Rubén Jaramillo, a quien nuestras heroicas Fuerzas Armadas, asesinaron sin detenerse en su sevicia, mataron además a la esposa embarazada y a los niños presentes.
Las Armas nacionales, era la premisa, se cubrieron de gloria en un episodio en el que los muertos eran civiles inermes, sin choques ni reclamos. Impunidad castrense.
En la charla de ese día, en cierto momento Froylan le dijo a nuestro personaje, luego de recordarle los buenos materiales aportados a la revista:
—Caray, Toño, tienes todo para ocupar el primer lugar como periodista latinoamericano. Puedes ser el número uno en el continente, pero a condición de que leas…
Nuestro personaje del que no daré su nombre completo porque los periodistas veteranos lo identificarán de inmediato, trabajó posteriormente en varios medios, estuvo en Excélsior, pasó por El Universal y fundó un fracasado diario de temas económicos en el que se levantó el santo y las limosnas.
Sus víctimas, otros informadores a los que nunca pagó su trabajo, lo llamaban el señor Trastupijes.
Toño meditó un largo rato antes de responder a Froy:
—No, compañerito, porque si leo me desoriento.
Risa general que recibió como respaldo a su visión del periodismo narrativo, donde era casi genial. Posterior comentario nos hizo conocer su percepción de que un buen escritor debe conservar incólume su estilo y no dejarse influir por otros escritores…
Ilustra Rodrigo Moya.
Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.