Esta foto me provoca una contradictoria sensación de tristeza y alegría. Verán:
En los años iniciales de la década de los 50, con salario mínimo de 80 pesos mensuales, 40 minutos para comer y, con suerte, una rica torta de frijoles refritos preparados en casita.
El posible gasto, el lujo diario, podía ser un refresco gigante de coloridas aguas azucaradas que anunciaban que era de frutas. Se prefería el garrafón de la oficina, más económico, no costaba.
Los tacos eran tradicionalmente de carnitas o de guisados y se expendían en grandes vitrinas repletas de moscas, en cualquier calle.
Las loncherías como la de la gráfica, se especializaban en tortas, tacos dorados, enchiladas y temprano, café con leche, pan y para los billetudos, un par de huevitos salceados, enfrijoladas y otras delicias parecidas.
Al mediodía servían comidas corridas, como se ve en el pizarrón, por la módica suma de 4.50 cifra fuera del alcance de quien apenas contaba con poco menos de tres pesos diarios de salario.
Con un maravilloso amigo perdido en el torbellino de la vida, Aureliano Godínez, tamaulipeco o potosino, nunca lo definió y a mí no me importaba, juntábamos dos pesos que nos servían para el refrigerio cotidiano.
De H. Steele donde trabajábamos en el archivo, caminábamos a las afueras del hoy Cine Metropolitan. Allí puntualmente llegaba en su bicicleta dotada con gran canasto, un hombre que vendía los más increíbles tacos sudados.
Les ponía una salsa roja de intenso sabor y medianamente picosa. Nos alcanzaba para tres tacos a cada uno, frijol, chicharrón y picadillo.
Además compartíamos un refresco de fresa, gasto total, 1.80 y quedábamos contentos. Visitar una lonchería era un sueño imposible.
Con el tiempo del lado de la Colonia Guerrero, varias señoras improvisaron en sus viviendas restaurantes de comida corrida, con derecho a un agua de sabores.
El precio bajó a la mitad, los salarios se duplicaron y las improvisadas hosteleras anotaban en una libretita y cobraban los días de quincena.
Las loncherías las adoptamos cuando empezábamos a noviar. En cada barrio, pienso que en cada cuadra, se localizaba una con su ruidola o Rockola.
Creo que tanto las loncherías como sus cercanos competidores, los cafés de chinos, desaparecieron de la geografía capitalina.No sé, un día iré a ver…
Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.