Relatos dominicales
Los cuernos del diablo
Miguel Valera
Cuando le pregunté al padre Arístides sobre los cuernos del diablo, el cura que había realizado estudios científicos en prestigiosas universidades de Estados Unidos y Europa, me dijo, a bote pronto, que el diablo era un ser espiritual y que eso de los cuernos era puro cuento, una especie de “inculturación” de la mitología griega, que convivió con los cristianos de los primeros siglos.
En otras palabras, el diablo no tiene cuernos, ni es rojo, ni usa tridente. Es decir, no es como lo pintan, refrendó.
—¿Entonces el diablo fue un invento del cristianismo para la representación del mal?, le lancé. Sudoroso en esa sotana negra o grisácea, por el paso del tiempo, que tanto le gustaba utilizar, me volteó a ver por encima de las gafas, con esa mirada inquisidora que le caracterizaba: “ya vas a empezar con tus ‘disquisiciones’”. Utilizó esa palabra, enfático, porque sabía que yo sabía, que la misma podía tener dos sentidos, como ambos lo habíamos leído en el Diccionario de la lengua española: “Examen riguroso que se hace de algo, considerado cada una de sus partes o divagación, digresión o escarceo”.
“No, no, no”, le contesté. “Sólo quiero conversar”. El dios Pan, añadió el cura, era el más terrorífico entre los griegos. Era hijo de Hermes, el mensajero de los dioses del Olimpo. Se dice que nadie sabía quién era su madre. Algunos creían que una ninfa de los bosques y otros que Penélope, la hija de Príamo, el rey de Troya. Hermes, sigue la mitología, se convirtió en cabra para seducirla y por eso Pan nació siendo mitad cabra, mitad hombre, con grandes cuernos, cola peluda y barba de chivo. De ahí viene la representación del diablo que llegó hasta nuestros días.
Pero que te quede claro, arremetió el clérigo, el diablo sí existe, pero es un ser espiritual que quiere influir en los seres humanos para que vayamos en contra de nuestra naturaleza, de la bondad y el bien.
—¿Pero será esa nuestra naturaleza?, arremetí de nuevo. “No se puede contigo”, me contestó el padre Arístides.
“No, no, no se enoje. Lo digo porque yo lo que veo es que más bien nuestra naturaleza es el avasallamiento. El niño, desde la teta de la madre, busca aniquilarla y así todos los seres humanos; nos respetamos por la sana convivencia, pero si pudiéramos nos avasallaríamos, nos destruiríamos los unos a los otros”.
“Sí, tienes razón, pero tenemos la capacidad de hacer las cosas diferentes, de cambiar el rumbo de nuestras vidas y de la historia”, contestó el cura.
Y añadió. Mira, el Papa Francisco ha dicho que “a cierto nivel cultural, se cree que sencillamente no existe, porque sería un símbolo del inconsciente colectivo, o de la alienación, en definitiva, una metáfora.
Sin embargo, nuestro mundo tecnológico y secularizado está repleto de magos, ocultismo, espiritismo, astrólogos, vendedores de amuletos y hechizos y, por desgracia, de verdaderas sectas satánicas. Expulsado de la puerta, el diablo ha vuelto a entrar, podría decirse, por la ventana. Expulsado de la fe, vuelve a entrar con la superstición”.
Pero padre, lo atajé. De lo que yo en realidad le estaba preguntando era de los “cuernos del diablo”, esos que suelen verse al amanecer con un eclipse solar, como el que ha ocurrido este 29 de marzo.
Este día, el evento fue apreciado en el norte de los Estados Unidos y en el este de Canadá, en ciudades como Quebec, Nuevo Brunswick o Maine. Este efecto, que se ha visto en otros momentos en otras partes del planeta se aprecia cuando coincide con el amanecer y se crea la ilusión de dos picos luminosos en el horizonte.
El padre Arístides sonrió. Se acomodó sus lentes y siguió manejando. Ya nomás faltó que me dijera: “Ay Chabela, ay Chabela”, refiriéndose al personaje de Nora Velázquez que popularizó Héctor Suárez, en el confesionario. Ambos sonreímos de la gracejada.
— Fotografía de Elias Chasiotis en Facebook. Eclipse de sol el 26 de diciembre de 2019.

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