Al oírla, las principales zonas sensoriales de nuestro cerebro se activan y se comunican entre sí, de tal forma que la hacen una experiencia intersensorial.
La música dispara la felicidad, tanto como hacer el amor o comer tu chocolate favorito; al escuchar una canción de nuestro agrado el cerebro libera dopamina, el motor fundamental del placer que se activa durante la alimentación y el sexo, afirmó el investigador de la Facultad de Psicología, Hugo Sánchez Castillo.
En tanto, el investigador del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, de la Facultad de Medicina, José Luis Díaz Gómez, precisó: Al oírla, las principales zonas sensoriales de nuestro cerebro se activan y se comunican entre sí, de tal manera que la hacen una experiencia intersensorial: abarca el oído y también involucra las zonas motoras y muchas regiones de la corteza cerebral relacionadas con el lenguaje y las emociones.
Cuando disfrutamos de este arte se estimulan áreas relacionadas con la expresión conductual, como los lóbulos frontales; marcamos el ritmo con un pie, tarareamos la canción o prevemos las notas siguientes, lo que involucra a las zonas de entrada sensorial y de salida expresiva motora del cerebro, añadió el experto.
El viaje que realiza
Díaz Gómez puntualizó que escuchar música produce emociones tan intensas que nos hace derramar lágrimas o bailar de júbilo, toda vez que el cerebro humano está diseñado para responder a estímulos del medio ambiente que son significativos, y las emociones son parte de esa respuesta.
De tal forma que nos alegramos cuando percibimos estímulos agradables que nos ayudan a vivir y nos proporcionan satisfactores; por el contrario, nos asustamos cuando vemos peligro. Las emociones humanas y las de los animales se encuentran diseñadas como un vehículo de la evolución que sirve para la preservación y adaptación del organismo a los incentivos usualmente inesperados del medio ambiente, detalló el especialista.
Al proseguir, Sánchez Castillo explicó que cuando viaja por el cerebro realiza varias “paradas”: luego de cruzar por el oído, donde sonidos agudos y graves son separados para transitar por una especie de cables distintos, llega al tálamo, estructura situada en la zona central del encéfalo que retransmite la señal a la corteza auditiva primaria, secundaria y terciaria.
La primaria, explicó el universitario, identifica la frecuencia y la intensidad (la nota y el volumen); la secundaria analiza la información acerca de la melodía (sucesión lineal de notas), la armonía (relación entre dos o más notas que suenan al mismo tiempo) y el ritmo (patrón de notas acentuadas y notas débiles). Mientras que la terciaria se encarga de integrar la información.
Después de ese triple “concierto”, abundó el experto, continúa su paso hacia otros escenarios cerebrales: regiones asociadas con las emociones, áreas encargadas de interpretar el lenguaje y centros de placer.
Recordamos más la que consideramos triste sobre aquella que nos parece alegre. ¿Por qué?, quizá no sea tanto que hoy queramos saborear ese dolor que nos refiere con una situación que evoca determinada pieza musical: “podemos identificarnos según si lo narrado en la canción lo hemos vivido o no”.
De cierta manera obtenemos retroalimentación si la pieza que tanto queremos escuchar nos “oye”, es más, nos “responde”. O al menos esa es la sensación que nos deja. Aunque también hay quienes al estar tristes escuchan música alegre, de esa forma logran dejar de prestar atención al problema por un momento. Básicamente se trata de buscar alternativas que permitan mejorar nuestro estado de ánimo, acotó Sánchez Castillo.
Estímulo artificial
La música no es un estímulo natural, sino artificial, es por definición artificio, creación humana. “Entonces, ¿cómo es que un sonido nos produce el mismo efecto que un impulso agradable o desagradable del medio ambiente? Esta es una pregunta interesante, profunda, que no sólo ha preocupado a los neurobiólogos recientes, sino también a los filósofos desde hace mucho tiempo”, precisó José Luis Díaz.
La noción que se tiene es que, en general en las artes, el cerebro funciona con base en simulaciones. Por ejemplo, algo tan realista como una fotografía finalmente es una simulación de una realidad que recrea por medio de la visión, prácticamente se puede decir lo mismo de otras expresiones artísticas.
Díaz Gómez recordó que a principios del siglo XIX el filósofo Arthur Schopenhauer consideró que no es que la música evoque alegría, júbilo, tristeza, desesperación, orgullo, etcétera, sino que constituye esas emociones. “Es sorprendente que una serie de sonidos estructurados de determinada manera conformen un sentimiento”.
En ese sentido, se dijo convencido de que la música en realidad representa a la emoción a partir de un punto de vista físico: la secuencia y combinación de notas musicales, los ritmos, timbres y demás, emulan de una manera cercana al patrón neurofisiológico de la emoción misma. “No hay civilización ni cultura humana registradas que no la cultive y exprese, porque es emoción encarnada”.
Se conoce que la música que conmueve y “eriza la piel” del sujeto estimula una red cerebral denominada “red de la recompensa”, constituida por una serie de núcleos ubicados en la parte más profunda del lóbulo frontal que se activa de manera directa por estímulos altamente gratificantes, como un alimento placentero, el orgasmo o un fármaco adictivo.
Lenguaje que se conoce
En los estudios que Díaz Gómez realizó en el grupo de Neurociencia de la Música de la UNAM, en el que colabora, “encontramos que la música agradable también activa el hemisferio izquierdo del cerebro – donde se ubican las zonas del lenguaje– y que en los sujetos diestros, 90 por ciento de la población, es el que gobierna la dominancia manual o dexteridad (habilidad)”.
Cuando uno reconoce una melodía y se está familiarizado con ella, es como si fuera un lenguaje que se conoce. Entonces se puede gozar porque tiene características gramaticales que son conocidas y esto involucra al hemisferio cerebral dominante, el lingüístico. Además, las melodías desagradables activan más el hemisferio derecho del cerebro, lo que implica que se desconoce la secuencia melódica que se escucha, expuso.
Pasa con frecuencia, por ejemplo, con los compositores modernos de música formal quienes hacen composiciones que a los legos nos parecen extrañas, mezclan sonidos no familiares, incluso para numerosas personas resultan desagradables; “eso es porque desconocemos esa gramática y estamos familiarizados, desde niños, con una forma musical que nos atrae y nos gusta”.
Además de ser un elemento universal, en la música hay un componente cultural y social. Es decir, si bien podemos disfrutarla en lo individual, el hecho de acudir a un concierto, un salón de baile, bailar en una boda, entre otros eventos, es extraordinariamente importante. “No cabe duda que es un factor que debe tomarse en cuenta de manera central para entender su importancia biológica”, concluyó.