La democracia, un ideal inexistente en la historia de la humanidad, hoy se acepta de acuerdo con los intereses de las naciones o, más concreto, de los gobiernos.
En México, donde los partidos se han convertido en negocios familiares y de pandillas, nunca es la voz del pueblo la que se escucha.
El pueblo, sustrato y fin de la democracia, debe aceptar los designios de la delincuencia organizada que se manifiesta mediante siglas, colores y, curioso, plataformas ideológicas que no conocen quienes conforman las bases de la agrupación.
Y si hurgamos un poco, veremos que tampoco lo saben los dirigentes porque simplemente no existe. Aunque cada instituto político debe dejar constancia tanto de su ideología como de su proyecto, hace tiempo se abandonó tan inútil tarea.
Eso propicia que todos nuestros hombres públicos en acción, y para muestra basta un Porfirio Muñiz Ledo, pasen de un partido a otro sin remordimiento y sin condiciones de los nuevos refugios en los que, una vez más digámoslo, los únicos que no caben son los ciudadanos corrientes y molientes.
Esto, para entendernos proviene de remotas etapas en las que privaba el Sumo Sacerdote, el Tlatoani, cuestión trasladada a la etapa colonial cuando se afirmaba que la gleba no tenía derecho a opinar y sólo debía callar y obedecer.
Brinquemos las distintas etapas hasta llegar al PRI que en sus orígenes se formó más como un Movimiento Nacional que como partido sectorial. En el organismo cabían todas las expresiones de la sociedad, salvo clérigos y milicos.
Así nacieron los partidos legales, considerando captar la clientela tal cual hacían los tricolores. Pero al estilo mexicano pronto echamos a perder nuestra hoy cuatrapeada democracia.
Lo ideal, de acuerdo con los teóricos que mucho especulan y mucho desorientan, son las naciones con partidos de diferente concepción social y política que, en bien del pueblo y para la mayor gloria y progreso de la Nación, sin importar quien gobierne, se unen para sumar esfuerzos.
Esto es, integran gobiernos de coalición en los que todos trabajan para el beneficio colectivo.
La gráfica adjunta, vista a la distancia y sin conocer la realidad mexicana, podría demostrar las virtudes del trabajo colectivo, de la unión de fuerzas y de esfuerzos.
Recordemos a León García Soler quien remataba ciertos comentarios mencionando a los partidos políticos: al final, todos amontonados en el centro. Aunque personalmente veo el amontonadero en la derecha.
Bueno, estamos en México y sabemos lo que representa la ilustración. Parece programa de Cri Cri, el añorado chapulín de nuestra infancia…
Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.