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Odisear/ 39

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Mauricio Carrera

“¿No es sagrado, incluso para los dioses, el hombre errante que viene cansado?”, decía Yomero cuando llegaba a casa, tras haber pasado el día haciéndose el ciego para ganarse unos pesos, la misericordia ajena que por culpa o compasión daba algunas monedas a los más necesitados…

-Para el pipirín –como le gustaba decir.

Llegaba con un pan bimbo integral chico, un cuarto de jamón de pierna y una lata de rajas en escabeche, comprados en la tiendita de la esquina. Iba a abrir la puerta cuando escuchó un llanto.

-Manifiéstense, espíritus chocarreros de ultratumba. No les tengo miedo, que conmigo, aunque parezca mi mente loca, está la luz y la firmeza como el cristal de roca.

El llanto continuó, ahora con sorbida de mocos.

Era de noche y las sombras engañaban. No fuera a ser algún tunante que quisiera pasarse de malora. Aún así, Yomero se acercó cauto y no tardó en descubrirlo.

-Y, ahora tú, ¿qué tienes?

-Hambre –dijo Odiseo con su pequeña voz de ocho años.

Yomero agarró sus viandas como si el niño se las fuera a quitar. Después se arrepintió, abrió la puerta y lo invitó a pasar.

Odiseo entró con recelo, pero también con inocencia.

Yomero sacó unos platos, un frasco con mayonesa, un cuchillo, untó las tapas de pan e hizo dos sándwiches. Le ofreció uno al niño.

-Gracias –dijo Odiseo, y fue como si le dijeran en sus marcas, listos, fuera, porque devoró el sándwich con la fruición de un pelón de hospicio.

-¡Vaya que sí tenías hambre! Yo apenas voy por un bocado y tú ya te lo acabaste.

Le hizo otro sándwich.

-¿Y tu mamá?

-No sé.

-¿Y tu papá?

-Es centurión romano en Estados Unidos.

Yomero pensó que el niño, hambreado, estaba débil y decía incoherencias.

-¿Estás perdido o te corrieron de casa por matar a tu abuelita?

-Estoy perdido –lanzó un sollozo. Por poco y se atraganta el bocado.

Le preguntó cómo se llamaba.

-Odiseo…

-¡Qué nombre tan feo! Está visto que tus papás no te quieren. Odiseo, Odiseo, no; ese nombre, no. De hoy en adelante serás Ulises. ¿Sabes quién es Ulises?

-No.

-Un héroe griego que andaba perdido, como tú.

Odiseo no dijo nada, sólo escuchaba, interesado.

-Mañana buscaremos a tu mamá, ¿te parece?

Odiseo asintió con ojos somnolientos.

-Por hoy, duerme aquí…

Lo llevó a otra habitación y encendió la luz. Odiseo no había visto tantos libros en su vida. Libros en completo desorden, en libreros o apilados en el piso.

-Libros, más libros, para que mi alma no muera –Yomero pareció citar a alguien.

Le enseñó un sillón, que esa noche sería su cama. Le trajo una cobija, un cojín, y bien pronto le escuchó dormir.

-Cuando un niño duerme, dios descansa…

Yomero fue a su cama con la idea de que al día siguiente llevaría a Ulises –ya empezaba a decirle así- a la delegación de policía, la de Revillagigedo. Luego lo pensó mejor. Su truco del ciego funcionaría más si se hacía acompañar de un niño. Despertaría una lástima tan efectiva que las monedas no tardarían en llegar en caer en mayor cantidad. Recordó al Lazarillo de Tormes. Ulises sería su Lazarillo. De algo sirven los libros, se dijo y durmió contento.

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