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ODISEAR (41)

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Mauricio Carrera

Curiosamente, Tiresias y Yomero no se podían ver ni con luz de día. Se caían mal. En el hígado. Casi se odiaban. Si llegaban a encontrarse, era seguro que acababan a las mentadas de madre, las trompadas y los palos de ciego. Pero -el pero no siempre desdice o descalifica- en el plano profesional, los dos se reconocían y se respetaban como el mejor cada quien en lo suyo. No competían ni peleaban por ocupar un sitial en el mundo: cada cual tenía muy bien merecido su prestigio. De forma que cuando le plantearon el asunto, Tiresias nomás levantó las nubes de sus pupilas al cielo y sin ningún miramiento les dijo Ah cómo serán pendejos -así hablaba él-, para qué me traen a mí, jálense al fabricador de todo este maldito enredo, al puto de Yomero -así se expresaba él-, ese pinche poeta ciego es el único que puede remediar esta peste. Concluida su atinada alocución, pidió que le sirvieran un trago, se lo despachó, no sin demorarlo plácidamente en el paladar, y luego, muy ceremonioso él, les advirtió Señores, estoy para servirles, como siempre. Hasta la vista. Y desapareció por donde lo trajeron. Los cuatro monarcas se quedaron azorrillados, y hubiesen permanecido así por el resto de sus días, pero Aquiles, que a pesar de ser valiente no era tonto, les tronó los dedos en la cara Despierten, y los trajo de vuelta a la realidad. Los cuatro magníficos se felicitaron y brindaron alegremente por haberle atinado a la solución. Acto seguido, mandaron traer a Yomero, el famoso poeta ciego poseedor de la llave maestra. Le plantearon la cuestión y él, dejándose querer, solicitó una copa de tinto dulce para pensar mejor. Entrecerró los ojos y cogitó, en medio de un estremecedor cosquilleo en la panza, que la vida era buena con él, que gracias a este atropello de suerte podría, por fin, realizar su ansiado sueño de ser el precursor de Shakespeare en esto de las tragedias tumultuosas y de pasar a la historia, de hacer perdurable su nombre, de mantenerse en la memoria de los hombres eternamente. Aplaudió como adolescente -con una sola mano- y les devolvió el alma al cuerpo con el esperado Sí, por supuesto. Sólo que -el alma se les volvió a escapar- iba a requerir de un auxiliar para poner en práctica esta nueva epopeya yomérica. La idea ya la tenía. Su amigo Odiseo I sería su copiloto. Uf. Vaya por los dioses, qué alivio.

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