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Postales morelianas…

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Usaré el arriba y abajo, tal cual me enseñaron en la lejanísima infancia: el centro de la ciudad de Morelia es “arriba” sin que importe en qué parte de la población te encuentres.

“Abajo”, parece verdad de Perogrullo, es mirando del centro hacia los barrios y colonias.

Aquí no hay, no había “colonia centro” porque es obvio que un centro no puede ser colonia de sí mismo.

Tampoco hay, o había, zócalo denominación originalmente reservada para la Plaza de la Constitución, frente al Palacio Nacional.

En Morelia siempre se habló de Plaza de Armas, título colonial pero en cualquier caso adecuado.

La calle principal que cruza de lado a lado la población, originalmente y hasta mi infancia, se denominaba Calle Real.

La nomenclatura actual nos habla de la Avenida Madero, en cuyo recorrido topamos por un lado con el Palacio de Gobierno y enfrente con la Catedral.

La avenida es, formalmente, una parte de la Carretera Nacional que partía del kilómetro 13 en las goteras del DF, y culminaba en Guadalajara; de allí hasta la frontera norte.

La Plaza de Armas se divide en dos por el pesado edificio de la Catedral y sus instalaciones aledañas, residencia parroquial, oficinas, museo.

Del lado occidental está la plaza cívica formal, oficial y en el otro costado catedralicio se erige la Plaza Melchor Ocampo, donde se concentra la gente para la ceremonia del grito y donde masacraron con granadas a un numeroso grupo de festejantes.

La Plaza de Armas cuenta como bellos marcos arquitectónicos con los portales que llevan nombre de independentistas.

En los portales fronteros se ubicaron restaurantes y cafeterías donde suelen matar el tiempo los vagos locales.

Como acostumbramos, hay cierta selección natural que permite ubicar a los taurófilos en determinadas mesas, los amantes de la poesía en las mesas vecinas, universitarios avanzados, jovencitas en busca de su destino, jóvenes que consumen una cerveza en lo que dura la tarde.

El portal del cura Matamoros ampara el teatro remodelado en manos de un chamaco de la dinastía Cárdenas.

Tras años de labores no cumplidas, el teatro sigue, o seguía en rehabilitación; una fortuna mal habida del descendiente de Cuauhtémoc, pero para ellos ni justicia ni castigos.

En la esquina con la Calle Real, el emblemático hotel Virrey de Mendoza, dicen que descuidado, ha pasado de recinto característico de la ciudad, a oscuro refugio de viajeros.

Cruzando la calle, ubicamos el Hotel Alameda, por mencionarlo de alguna forma, el primer rascacielos de la capital michoacana.

Son unos cuantos pisos, pero en la Morelia de antaño, ciudad maravillosamente chaparra, fueron la llamada para su ingreso a la modernidad.

Unos cuantos metros sobre la Calle Real, y encontramos la sede primera del Colegio de San Nicolás, hoy edificio reservado a actividades culturales de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

En ese edificio Miguel Hidalgo fue rector y el cura José María Morelos y Pavón, impartió clases. Allí tenía lugar el baile más rumboso y famoso del estado, cada día 8 de mayo, natalicio del cura moreliano.

Otros pasos extra y topamos con la biblioteca pública, de linda historia. Está en un ex templo católico y es verdaderamente un festival de belleza arquitectónica y un lujo enorme su acervo bibliográfico.

Afuera dos modestos bustos recuerdan las periódicas masacres emprendidas por el Ejército contra sus clientes preferidos, los universitarios.

Sobre la misma avenida se encuentra un portal repleto de artesanías pero la especialidad son los dulces. Enfrente, la Escuela de Artes y Oficios, escenario de mil batallas de los basquetbolistas de San Nicolás contra locales o visitantes.

Regresamos hasta la plaza Melchor Ocampo que está flanqueada por la Avenida Morelos.

La rúa tiene su origen en la zona norte, por la antigua estación del ferrocarril, salida a Guanajuato y se enfila hasta fenecer en el Parque.

A pocos pasos y hacia abajo, está la casa de Morelos, convertida en un precario recinto—homenaje al patricio.

Una carretela, algunas prendas talares, el pañuelo que se anudaba a la cabeza y una tasa con ligera mancha de haber contenido un líquido oscuro.

Mi primer visita de la mano de una maestra, me convenció que el cura de Tzindurio (Morelia), fue sorprendido por fuerzas realistas cuando disfrutaba su chocolatito vespertino.

Lo mencionado es lo que surge como recuerdo infantil sobre la principal calle de la capital Purembe, donde hubo la primera fuente de sodas típicamente gringa.

La nevería se llamaba El Paraíso; estaba en la residencia de la familia López, dueña de Embotelladora Michoacana, Coca Cola y Juguín.

Por el lado oriente pasa por la fuente de Las Tarascas, el acueducto y hasta el penal estatal y continúa a Mil Cumbres.

Por el poniente llega a las cercanías del Panteón Municipal en cuya barda trasera había un campo de aviación improvisado.

Una sola aeronave, biplano de dos ocupantes uno atrás del otro, el “Trucutú”, utilizaba la pista. No iba a ningún lado, despegaba y aterrizaba allí tras sobrevolar la capital tarasca.

Para que el avión maniobrara, era necesario arrear a las vacas que pastaban libremente. Entre ellas algunas de mi padre.Por si algún idiota se pierde y va a parar hasta acá sin saberlo, en la Plaza se colocó un enorme, antiestético y absurdo letrero anunciando que estas en Michoacán. ¡Ay, mis queridos paisanos..!

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Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.

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