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Primero y Cinco de Mayo

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Anónimo, Batalla del 5 de mayo de 1862, óleo sobre tela, Museo Nacional de las Intervenciones, Exconvento de Churubusco, INAH. Imagen tomada del libro: Eduardo Báez, La pintura militar en el siglo XIX, México, Secretaría de la Defensa Nacional, 1992, p. 1

Rodolfo Chena Rivas


Mayo es de conmemoraciones significativas para nuestro país, casi tanto como
septiembre. De original cuño socialista, el 1° de mayo se festeja como el día internacional del
trabajo o de los trabajadores, representativo de la contradicción de intereses entre Capital y
Trabajo, hoy día de renovada expresión dada la extensión del concepto “obrero” a todo
“asalariado”, o viceversa, que tiene significativos antecedentes seglares impregnados de
violencia: el luddismo o destrucción de las máquinas por los obreros ingleses desplazados de
las fábricas, con su punto culminante en 1811-1812; el cartismo (Carta del Pueblo, 1837) o
petición política de los obreros a la Cámara de los Comunes inglesa, por derechos de
sufragio, pago justo y representación política; las revoluciones socialistas europeas de 1848,
iniciadas en Francia, que provocaron la caída de varias monarquías, aunque de duración
efímera; y la simbólicamente histórica muerte de los Mártires de Chicago, que iniciaron su
huelga el 1° de mayo de 1886.

Estos hechos provocaron, en 1889, la institucionalización
internacional del 1° de mayo; pero, en curiosa dialéctica, sólo en Estados Unidos -y Canadá-
no se festeja en esa fecha, sino el 1° de septiembre. Actualmente, la manifestación de
obreros o asalariados sigue teniendo nuevos bríos, frente al fenómeno general de
empobrecimiento e, incluso, depauperación de los asalariados de todas latitudes,
particularmente cierto en América Latina, frente a los fenómenos de neoliberalismo y
globalización que desde fines de los 80´s del siglo XX, generaron una concentración desigual
de la riqueza, sin precedentes relativos ni absolutos en la historia mundial.

En cambio, el 5 de mayo es muy nuestro y muy festejado, con justificada razón
histórica. El enfrentamiento de liberales y conservadores durante la década de 1850´s, con
proyectos políticos de nación irreconciliables, la expedición de la Constitución del ´57, las
diversas revueltas que antes y después de esta fecha produjeron la división de los Estados y
del país, y la inmediata Guerra de Tres Años, tuvo como resultado el triunfo del ala liberal,
con Juárez a la cabeza del gobierno federal y la plena aplicación de las Leyes de Reforma,
promulgadas desde 1859. Con una hacienda pública exhausta, Juárez suspendió el pago de
la deuda a usureros británicos, españoles y franceses. El emperador de este último país,
Napoleón III, animado por monarquistas mexicanos residentes en Europa, pretextó la
ausencia de pagos para realizar la intervención armada en nuestro país, acompañado de
británicos y españoles, aunque estos dos últimos fueron convencidos por el ministro Manuel
Doblado, en el puerto de Veracruz, de que la falta de pago era temporal. El 17 de abril de

1862 los franceses invadieron, avanzaron y el 4 y 5 de mayo el conde Lorencez era
derrotado por Zaragoza; pocos años adelante, llegaría la derrota definitiva del ejército francés
y muerte de Maximiliano en 1867. Aunque esto lo sabemos los mexicanos, menos conocida
es la convicción de nuestros historiadores de que, antes de estos hechos, la disputa o
desunión internas habían impedido alcanzar la constitución de nuestro ser nacional, y que
después de medio siglo de incertidumbres e indecisiones, el verdadero triunfo fue que el 5 de
mayo detonó la unión del sentimiento colectivo de mexicanidad con la idea histórico-social de
nación. En la victoria, el Gral. Zaragoza informó vía telégrafo al presidente Juárez: “Las
armas nacionales se han cubierto de gloria”. Indudablemente, así fue.

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